lunes, 16 de noviembre de 2009

Creep

Te mintieron. Olvidate de las neuronas, axones, lóbulos y la materia gris. Esa no es la correcta arquitectura de nuestro cerebro. No. La verdadera, la que se despliega dentro de tu cráneo, está conformada por discos de vinilo. Uno arriba del otro, con sus respectivas púas. Decenas, cientos de ellos.
Cada uno tiene su peculiaridad, aunque de vez en cuando varios suenan al mismo tiempo.
Están los vinilos lisérgicos y surrealistas de los años 60s y 70s, cuya púa despierta cuando uno duerme.
Están los reiterativos, a veces tribales y a veces electrónicos, cuyos golpes repetitivos instan a respirar, pestañar, tragar saliva y demás reincidencias necesarias.
Están los discos vintage, que uno pone con amigos o con parejas, ya sea para recordar una cronología de distancias o de cercanías.
Están los virtuosos del rock progresivo, que despliegan habilidades o fantasías que uno considera ajenas y entonces uno acaricia el vidrio detrás del cual ellas bailan, ostentando sus posibilidades, y los dedos recorren el cristal imaginando otro tacto y los labios se mojan en un vaso de whisky, solo en el living, mientras cambia los canales en el televisor y la esposa y los hijos duermen. O mientras uno tipea números en una oficina con la mirada perdida en la ventana.
Están, también, los vinilos que saltan. Uno saca la púa, o la vuelve a encaminar, pero pronto se corre otra vez, como acechada por un fantasma, y ahí está, brincando cual conejo terco. Cada pisotada deviene en una reiteración. Pero no necesaria, como la anterior de respirar, pestañar o tragar saliva. No. Esta es una reincidencia dolorosa. Es la mirada de una mujer a la cual no pudimos besar. Es un pariente que ya no está más. Es una persona que amamos y que fue nuestra rutina y nuestros deseos y que ahora vive su vida y su vida nos es desconocida. Es una contestación que no nos animamos a decir. Es un error que en el recuerdo parece tan cambiable. Es una estrofa, repetida hasta el hartazgo, rogándonos que hagamos o que no hagamos algo. Y la ignoramos y corremos la púa y la púa vuelve a saltar.
Es algo que no pudimos resolver.
¿Qué demonios hago acá? No pertenezco acá. La frase es de Radiohead en Creep. La he tarareado años y años y años. Poco más de quince ya. Nos estamos poniendo viejos... Hasta la tuve de ringtone en la jocosa versión de Richard Cheese, lo cual es la desmitificación absoluta, la demolición última de cualquier sensibilidad. Pero así y todo la mano fantasmal, en los momentos más insospechados, aún agarra a la púa y la hace saltar en esa misma estrofa.
El sábado fui a un festival internacional y gratuito de música judía en el Planetario. Cosas que uno suele perderse por hacer las mismas pelotudeces de siempre. Llegué a la música judía a través de la música gitana. Llegué a la música gitana a través de Gogol Bordello. Llegué a Gogol Bordello a través de la película Everything is illuminated. Llegué a la película Everything is illuminated a través de una recomendación años atrás acompañada por mates en el Planetario. La vida a veces en un círculo.
Llegué al Planetario y escuché. Escuché y salté. Salté y bailé. Bailé y grité. Grité y aplaudí. Aplaudí y me enamoré de una chica que bailaba sonriendo, llevando su mandíbula inferior hacia un costado en una mueca por demás tierna. Y mientras bailaba se subió al escenario una cantante loca linda de Eslovenia y empezó a tocar una canción y yo conocía esa canción. Maravillas de la globalización. Y salté más. Y bailé más. Y grité más. Y aplaudí más. Y fuegos artificiales coronaron la noche con treinta y pico de músicos en el escenario, los de todas las bandas que habían asistido al festival, entonando juntos una canción tradicional. Cosas que uno suele perderse por hacer las mismas pelotudeces de siempre.
Llegué al domingo a través del sábado. Llegué al lunes a través del domingo. Y de vuelta a las mismas pelotudeces de siempre. Esta vez, el curso de Excel que continúa con sus fórmulas insípidas y sus chistes acartonados y la voz aburrida del trainer y la aspiradora que me succiona el alma y el monocorde sonido del aire acondicionado y bostezos y ejemplos y el break del almuerzo que nunca llega.
¿Qué demonios hago acá? No pertenezco acá.
Corro la púa, molesto. Miro alrededor, buscando al fantasma pícaro que se encarga de hacer saltar al vinilo. Nadie. Ni siquiera la insinuación de un rostro o una sombra. Esta oficina es incapaz de albergar algo espectral, sobrenatural, poético. Pero de todas formas ahí está, escondido detrás de algún monitor, riendo en voz baja por su travesura. Y resoplo, malhumorado por mi impotencia. Los de alrededor me miran con el rabillo de sus ojos. Miran, luego, a mi libreta que en vez de estar llena de anotaciones sobre Excel y sus misterios se encuentra habitada por dibujos. Una expresión peyorativa trepa por sus rostros. Como si contemplaran a un extranjero cuya distancia les molesta. Y mi lapicera esboza en la hoja un dragón con galera y bastón y sus ojos dan latigazos a mi espalda.
Aunque me siento solo sé que este aislamiento no me tiene por único habitante. Hay una legión allá afuera. Una legión de extranjeros. En trabajos insípidos. En contextos chapuceros. Gente que no pertenece. Que sonríe y viste una máscara y trata de pasar desapercibida pero no puede. Aunque a veces debe hacerlo y se esfuerza y lo logra. A medias. Gente que se alegra por una cantante loca linda de Eslovenia, o por cualquier variación de esta peculiaridad. Gente que es argentinamente distante a lo argentinamente cercano.
El tiempo implacable arremete contra ellos y empapa de otoño a sus virtudes que caen fatigadas por resistir en vano. O caen ahogadas por no ser nutridas ya que el cansancio los arrima a hacer las mismas pelotudeces de siempre. Y las mismas pelotudeces de siempre avecinan a esta gente a los mismos pelotudos de siempre. Entonces la cara se consume bajo la máscara. Y de vez en cuando, mientras toman whisky frente al televisor, solos en el living, suenan los vinilos del rock progresivo con su despliegue de habilidades y fantasías y posibilidades que debieron renunciar. Y suena una canción de esa cantante loca linda de Eslovenia y recuerdan y sonríen y beben otro trago y se van a dormir.
Esta legión, cada uno desde su soledad, desde su frustración, golpea y patalea un muro. Todo muro se puede vencer. Pero el cansancio de la rutina, la confrontación contra las plagas económicas y políticas de este país, debilitan los puños y el muro de yergue estoico e imbatible.
–Wilfredo, ¿podrías pasar al frente para demostrar cómo insertar esta fórmula?- me pide el trainer.
Miro a mi alrededor, volviendo del ensueño. –Claro.
Voy al frente. Me inclino sobre la computadora y clickeo acá y allá y allá y copio unos números de una columna y los pego en otra columna y clickeo con el botón derecho y el trainer me corrige y yo asiento y clickeo con el botón izquierdo y la mano del fantasma se desliza sobre la púa y ¿Qué demonios hago acá? No pertenezco acá.

12 comentarios:

Toki dijo...

Hey Wilfredo! Me siento reflejado sumamente en la descripcion del tipo con el vaso de whisky y el rock progresivo. Gracias por hacerme sentir que no soy el unico.

Claudia Perez dijo...

“Gente que es argentinamente distante a lo argentinamente cercano.” Qué bien lo definís! Genial lo que escribiste!

Un abrazo,
Claudia

Wilfredo Rosas dijo...

Toki,
Por un lado lamento demoler la originalidad de tu miseria. Por el otro lado, me alegra hacerte sentir que no sos el único en ella. Sin dudas lo del whisky y el rock progresivo nos pasa a muchos.

Claudia Pérez,
¡Muchas gracias!

Anónimo dijo...

everythiiing in its right place (8)

camacafe dijo...

Wil, Wil... Lama sacbataní!

Henry Chinaski dijo...

Muy bueno! te felicito.

M* dijo...

Wil .... falta mucho para que publiques otro post ??
me aburrroooooooo !!!!

M*

Exekiel dijo...

Will...!!!! Felicitaciones por tu parte en Oblogo...
Bien merecido señor...

Un gran, gran abrazo

Pau... Muna. dijo...

Wilfredo lo que escribiste me llegó al corazón. Es bueno sentir, a veces, que no soy la única que no pertenece acá.
Me encanta la manera en que te expresás, seguiré leyéndote!

Leila Ergo dijo...

Definitivamente no estás solo. Yo no puedo disimular nada y los que me conocen me lo dicen en la cara: You don't belong here". Hasta me ha pasado que argentinos me han hablado en inglés en la calle. Imaginate si seré un bicho raro!!
Me encanta lo que escribis, sobre todo HOY, mi primer día fuera PARA SIEMPRE de una oficina.

Norma Jean Mortensen dijo...

A todos nos gusta sentirnos bichos raros... :) y eso está bueno!!
Hagamos una convencion de bichos raros, que sus manos fantasmas se deslizan sobre la pua y toquen canciones nostálgicas y (ensima) de oido.

Rubén dijo...

Me tropecé ayer con tus excelentes textos, no me acuerdo cómo. Justo en la semana que preciso definir si entro a un proyecto muy muy promisor para trabajar con gente (buena gente, creo, pero tan ajena) después de años de hacerlo solito y feliz y ganando más menos que más. Me debés la guita que me hubiera ganado, yo te debo mucho más.

Tuyo (bueh...)
Rubén