lunes, 30 de junio de 2008

Lo básico, nomás

¡Ah…! Nada más hermoso que amputar un viernes como el pasado por una gripe y el próximo por un feriado foráneo. Minúsculas vacaciones inconmensurablemente deliciosas. Y merecidas. Muy merecidas.
El piso está infestado. En un recambio absurdo de gente que tipea números absurdos por otra gente que tipea otros números absurdos todo el piso se infestó de técnicos que gritan y se llaman unos a otros con apodos geeks en inglés, hablan de mujeres como si diseccionaran un cadáver marciano que no comprenden y que, por eso, consideran inferior, aplauden chistes sobre drivers y programas y se ríen de una manera que me hiela la sangre. Siempre creí que la risa, la risa espontánea, es la manera menos burocrática de conocer a alguien. Y estos técnicos se ríen de una manera inconfundible. Como aquel que no tiene alma.
No puedo tolerarlos. Nadie acá puede. La oficina está dividida en dos bandos: los sin alma y los nuevos sin alma.
–¡Shh! ¡Chst! ¡Ey!- gritó hoy a la mañana la marimacho de la Patova, con voz de DT enojado, parada con una expresión que acobardaría a un tanque- La vocesita, muchachos. A ver si bajamos la vocecita.
Hay que aplaudir a esa confusión de genomas que es la Patova. Tiene más coraje que William Wallace. Y es más masculina también: no usa pollera.
Los técnicos compartieron una risita. –Chipper, ¿y esa…?- susurró uno.
–Viene más fallada que el Windows Vista.- bromeó otro.
Por eso, por sólo ese chiste, me dije que merecía morir. Y que en mis manos estaba la guadaña.
Esperé a que se fueran todos en patota a comer a Burguer King para pasearme por sus escritorios. Nada elaborado. Lo básico, nomás. Ponerle un poquito de cinta scotch con un papelito en la lectora óptica del mouse a uno. Desconectarle el teclado a otro. Ponerle un escarbadiente roto adentro de la cerradura del escritorio de aquél. Cambiarle las cosas de lugar a ese otro. Lo básico, nomás. Pero si a esta gente tan empapada de números y sistemas le hacés una broma de niños no saben cómo reaccionar. Es como si en ese mural de números verdes que veía Nero de repente apareciera una jirafa. Y es como si a uno, aburrido, fastidiado de este lugar, le hubieran regalado un gatito para jugar. Que le haga mimos o lo trate como el personaje de Poe en El gato negro, bueno, eso depende de cada uno. Yo, sin dudas, elegí este último camino.

miércoles, 25 de junio de 2008

Futuro asesino

Es curioso que me hayan designado como brigadista de la oficina. Justo a mí me encomendaron la seguridad de un lugar que deseo que se prenda fuego y arda hasta que no quede más que las humeantes siliconas de la marimacho del Patova. Es como si una adolescente escotada y tonta le pidiera a Jason que pruebe una sierra eléctrica. Como diría Fontanarrosa sobre eso de hasta que la muerte los separe, es incitación a la violencia.
Y eso es lo que hay acá. Violencia. A rolete. Por más que no parezca. Por más que parezca lo contrario.
Mientras el instructor nos da aún otro curso para brigadistas con su tono pausado y monocorde, inundado de chistes de pacotilla sobre la seguridad –probablemente no exista algo más insípido en el mundo– se la puede sentir. A la violencia. Creciendo y desperezándose como una erección en un boxer roto que no la contendrá. Siento rompiéndose la tela a mi alrededor, imposible de retener la ira que me puebla. Como un Hulk oficinista a quien un rayo gamma de más le rebasó el ADN.
Imagino, entonces, para ganar tiempo. Pienso qué haría. Vivo en el futuro para pasar el presente y entonces ser un brigadista en un curso y no un asesino.
Me imagino pasando al frente como me tocará en breve. Agarrando el matafuego. Pero, en vez de pararme ridículamente a tres metros del supuesto foco de incendio y pretender que descargo el contenido sobre el inexistente fuego, previamente habiendo chequeado que la clase de matafuego aplica al fuego en cuestión, agarraría ese cilindro rojo y lo empaparía con más rojo. La sangre del instructor. Si es que alguien tan anémico tiene sangre. Lo golpearía una y otra vez mientras le grito. –¿No entendés? ¿No entendés que cuando suene la alarma, y suene de verdad y no por un simulacro, voy a pararme en la puerta de emergencia y gritar que de acá nadie sale? ¿No entendés que el fuego me va a morder los talones pero así y todo no cederé mi lugar para prevenir que esta escoria salga? ¿No entendés que estos mediocres sin alma no tienen ninguna virtud para sobrevivir más allá de haber nacido en un sistema? ¿Pensás acaso que sabrían cómo matar para comer o cómo cultivar? ¿Pensás que sabrían sobrevivir sin celulares, Internet, juegos online y pornografía? No. No pensás. ¡No pensás!- le gritaría mientras comprobara la veracitud de mis palabras al darme cuenta que, ahora, el cerebro del instructor es parte de la alfombra.
Giraría, entonces, con el matafuego empapado de sangre hacia los pocos que se habían quedado. Voyeuristas sin alma desesperados por encontrar algo que los toque, que los conmueva. Y, entonces, con una sonrisa maquiavélica desperezándose en mi rostro Rosas yo me acercaría muy despacio Wilfredo Rosas a ellos, muy despacio, pasando el matafuego de mano en mano Wilfredo Rosas para que no puedan—
–Sos vos. Te está llamando, Wil.- me codea Paz.
Giro, confundido. El instructor me estaba llamando para que pase al frente y, entonces, me parara ridículamente a tres metros del supuesto foco de incendio, agarre el matafuego y pretenda que descargo el contenido sobre el inexistente fuego, previamente habiendo chequeado que la clase de matafuego aplica al fuego en cuestión.
Me paro. –Oh, bien.- murmuro. Los sueños del futuro nos acosan en el presente.

lunes, 23 de junio de 2008

Ni una palabra sobre el silencio

Revisé una y otra vez todos los diarios.
Pero nadie dice nada sobre eso.
Ni una noticia breve.
Ni una foto
Nada.
No.
No sé.
No sé porqué.
Y sigo buscando.
Una y otra y otra vez.
Quizás porque quiero entender.
No sé.
A la mañana mi mirada, perdida y aburrida, se apartó del monitor. Recorrió el modesto paisaje que me permite la ventana: este rectangular fragmento de edificios manchados de humedad y aires acondicionados. En ellos, un balcón. En él, una baranda. En ella, las manos de un oficinista. En el aire, un suspiro. Un salto. En la calle, un oficinista. O lo que quedaba de él.
Salieron otros al balcón y se agarraban la cabeza, lloraban, llamaban por teléfono. Algunos sólo miraban.
Giré alrededor. Nadie acá se había dado cuenta. Alguien se había lanzado al silencio. Apenas a unos metros. Y nadie se había dado cuenta.
–Se… se mató.- balbuceé.
Paz giró hacia mí, aún tarareando un tema de Paulina Rubio. –¿Qué pasa, Wil-man?
Detesto esta oficina. Y este trabajo. Pero aún más detesto tener que compartir cosas como esta, o como la muerte de Fontanarrosa, con gente tan… ajena. –Se mató un tipo.- dije mientras caminaba como un zombie hacia la ventana.
Miré hacia abajo.
Pero la metafórica arquitectura de este edificio nos priva tanto del cielo como del suelo. Sólo nos queda el rectangular fragmento de edificios manchados de humedad y aires acondicionados. En el mismo, un balcón. Con gente que aún se agarraba la cabeza.
Paz me preguntó lo que pasó y entonces me vi inundado de preguntas de todo el mundo. Detesto esta oficina. Y este trabajo. Pero aún más detesto tener que contar un suicidio para desterrar el tedio de oficinistas sin alma. ¿Hasta qué punto nos conducirá esta sed por lo divertido? Hasta la comida es divertida según las publicidades. Atroz, simplemente atroz.
Pedí silencio y me retiré al baño. Me encerré en el cubículo. Respiré. Sentí un nudo en la garganta. Cerré los ojos y me pregunté por qué era así. Si era por la impresión visual. O por una repentina sensibilidad con un desconocido. No es que sea insensible pero, seamos honestos, en la ciudad una persona se vuelve paisaje. ¿O nuestra sensibilidad no es acaso castrada cuando vemos alguien echado en la calle y el frío? Si no fuera así, si realmente no fuera así, nos detendríamos con cada uno. Pero no es así. Me pregunté, entonces, por qué el nudo. Y me dije que no era así. Que él no era yo. Que yo no llegaría a eso. Que hay mucho aún. Que estoy empapado de gris pero no ahogado en él. Abrí la puerta del baño y volví a mi lugar.
Miré enfrente. No había nadie en el balcón. Me vino la impresión que el lugar del oficinista ya había sido ocupado. Reemplazado como en un abominable mecanismo industrial. Una tuerca fallada que se cambia. Como si se tratara de una brillante sátira de Charles Chaplin o de Monty Python.
Reviso una y otra vez todos los diarios.
A ver si tuvo otro motivo para saltar.
Un engaño o quizás una estafa.
Una demanda titánica.
Cualquier motivo.
Cualquiera
Menos el
gris

miércoles, 18 de junio de 2008

Ayuda, por favor

A ver.
A ver si.
A ver si me.
A ver si me ayudan.
A entender.
¿...Qué es todo esto?
¿Qué carajo está pasando en la ciudad?
Y no me refiero desde un punto político, económico. Ni del tránsito. Ni del futuro ni del pasado.
Quiero que me ayuden. Pero no quiero oír la palabra campo. Ni retenciones. Ni democracia. Ni plata. Ni impuestos. Ni tierra ni patria. Ni Gobierno.
No.
No quiero eso.
Quiero saber.
Quiero saber nada más.
¿Qué...?
¿Qué carajo está pasando?
Una y otra vez actualizan la página de Clarín a ver si pasó algo. A ver si ya arrancó.
Se pasa la pregunta de clientes a taxistas, de porteros a cadetes, de pasajeros a colectiveros: –¿Ya se armó?
Buscan en el dial anticipar el estallido. Se asoman a la ventana. Salen, los que pueden, al balcón. ¿Y para qué? ¿Por qué?
Escuchan una bomba de estruendo y se codean. –Uy, ahí arrancó.
¿Qué carajo está pasando?
Quizá recuerden...
¿Recuerdan los días que le siguieron al atentado de 11 de Septiembre? Cuando se transmitía por televisión el bombardeo norteamericano en Bagdad.
Son los mismos.
Los mismos que entonces miraban la tele, aburridos, esperando que algo suceda. ¿O no escucharon en ese entonces las conversaciones en el subte? –Me quedé hasta la una despierto pero no pasó nada. En un momento parecía que arrancaba pero después no. Para mí que hoy si se larga.
¿Qué carajo les pasaba?
¿Qué carajo pasa?
Regodeándose en el caos. Hasta ese extremo hemos llegado. Nos tenemos que regodear en el caos para hacerle frente al tedio.
Para mí es eso.
Pero no sé.
Si es así me daría mucha lástima.
Por eso les pido ayuda.
Quiero otra opción.
Necesito otra opción.
Pero algo, algo en el fondo, me dice que es así. Es más fácil indignarse por el calor, o por el frío, que aceptar que está aburrido. ¿O nunca escucharon a alguien que dice que hace un frío insoportable con unos primaverales 17 grados?
¡Por favor!
Es más fácil buscar en diarios una y otra vez, dejar la tele fija en Plaza de Mayo, dragar el dial buscando catástrofes, que aceptar que se está ahogando en el tedio.
Porque esos, esos que pochoclearon con el bombardeo a Bagdag, son los mismos que ahora pegan las narices a la ventana.
Me pregunto... ¿Les interesa saber si el país se va a la mierda? ¿O necesitan desesperadamente esa incertidumbre, esa tensión, esa adrenalina? ¿Tienen un compromiso con lo que sucede o ven la mejor manera de embestir contra su somnolencia? ¿Hasta ese punto condujeron todos los condesciendes en las artes y en los medios de comunicación a nuestras almas? ¿Hasta el punto de necesitar ver algo extremo para poderle hacer frente al tedio que nos empapa? ¿Han castrado tanto nuestro espíritu que sólo eso nos queda? Porque si es así es el fin. El fin del espíritu. ¿Nos hemos rebajado a eso? ¿Somos eso? Una manada de muertos tipeadores. Sentados frente a la máquina. Tapando nuestros bostezos en módicas cuotas.
No. No una manada de muertos tipeadores.
Un ejército.
Levántense.
¡Levántense, digo!
Levántense ahora mismo. Ahora, mientras todo colapsa, mientras los sin alma se pegan a las ventanas o a los monitores, ustedes, que han sabido librarse del tedio justo un instante antes de ser devorados por el mismo, hagan lo único que vale la pena en una oficina. Cortejar finalmente a quien tantas veces se ha mirado.
Por mi parte, agarraré un café. Me acercaré a Victoria. Y que el mundo se derrumbe a nuestro alrededor. Pero lo hará mientras ella sonríe.

lunes, 16 de junio de 2008

Siempre hay un escalón más para descender

La ciudad duerme y yo acá.
Todos demorándose bajo las frazadas y yo acá.
Se puede sentir. Incluso a la distancia y a través de la ventana, se puede sentir. El olorcito a café, a tortas y a facturas de tantos que holgazanean entre películas y libros. O el sol en la cara de quien fue a tirarse a una plaza. O los mates en familia. Las cervezas entre amigos. Los gemidos en pareja. O en soledad.
Y yo, acá.
Pero está bien. Está bien. Son las reglas de juego. Trabajar en feriados argentinos y tomarme feriados norteamericanos. Por más que trabaje en la Argentina. Por más que trabaje en la Argentina para una empresa de la India.
Está bien, dije. Está muy bien, agrego. Porque el 4 de Julio, mientas toda la ciudad se convulsione, yo, solito, me deleitaré en mi casa mirando El Día de la Independencia en FOX.
Maldita sea.
No hay manera de convencerme que está bien.
Contar las horas, de nuevo. Una, dos y... Cuatro. Me quedan cuatro horas hasta las seis. Pero bueno, calculo que no puede ser peor. Ah, sí, la marimacho de la Patova se acaba de sacar un pullovercito para evidenciar que vino con un interminable escote.
Supongo que la moraleja de todo esto es la siguiente: Cuando pensaste que estabas en lo más bajo de lo bajo, le viste las tetas a Rambo. Siempre hay un escalón más para descender.

viernes, 13 de junio de 2008

Todo por rehusarme a ser Francella

En mis cuatro años acá, esta oficina supo ser un Infierno. Un Limbo. Un desierto. Un calabozo. Una burbuja. E incluso, recientemente, una máquina de tiempo.
Hoy es un dibujito animado.
Pastelito está reunido en la sala de conferencia. De vez en cuando sale y va corriendo a su computadora. Se sienta y protesta. –¡Esta no es mi silla!- refunfuña. Se para, atolondrado, busca la suya. Se sienta. Investiga algo en su computadora, lo anota en un post-it y vuelve corriendo a la sala de conferencias.
Espero que cierre la puerta. Voy hasta su escritorio. Ya le cambié dos veces la silla. Esta vez decido dejarla ahí pero sacarle las ruedas. Las escondo en su cajón. Vuelvo a mi lugar. Finjo disimulo y observo.
Pastelito sale corriendo y se sienta. –¡¿Quién es el graciosito?!- protesta. Pero no tiene tiempo de encontrar al culpable. Apenas refunfuña y vuelve a la sala de conferencias.
Sueno mis dedos, como Bugs Bunny antes de tocar el piano. Me levanto, voy hasta el escritorio de Pastelito. Hice esto de la silla tres veces. Si bien Victoria me mira sonriente esperando que lo repita, no quiero sentirme como Francella, obligado a repetirme. Decido subir un poco la apuesta. Desconecto el monitor de Pastelito. Vuelvo a mi lugar. Me siento. Miro.
Pastelito abre la puerta de la sala de conferencias. Va hasta su escritorio. Se sienta. Vuelve a protestar por la silla sin ruedas. Mueve el mouse. Lo vuelve a mover. Mira al mouse. Mira al monitor. Vuelve a mover el mouse. Toca el teclado. Golpea una tecla. Mueve el mouse. Se para. Mira alrededor, desorientado, como Kramer en el final del capítulo del estacionamiento de Seinfeld. Se sienta. Golpea al monitor. Nada. Se para. Revisa el cable. Lo enchufa apropiadamente. Se sienta. Suspira. Anota lo que tiene que anotar y sale corriendo.
Entrecierro los ojos. –Si tan sólo tuviera la cáscara de una banana para dejarla en el medio esto sería perfecto.- susurro.
Me paro. Voy hasta su escritorio. Desconecto, de nuevo, el monitor. Se abre la puerta de la sala de conferencias. Pastelito detiene su trote ridículo. Me mira. Frunzo los labios. Todo estaba tan cerca de ser perfecto.

miércoles, 11 de junio de 2008

Lo que hay que saber antes de salir de casa

De alguna manera, las paredes que circunscriben a esta oficina se volvieron en ese maravilloso DeLorean y me llevaron a la no tan maravillosa época del colegio. Todos están como nenes antes de embarcarse en un viaje escolar. Y el imbécil de Pastelito, la maestra en esta ocasión, nos recorre repartiéndonos reglas y recomendaciones. La única diferencia es que, esta vez, no tenemos como amparo ante su prédica el hecho de pispear su escote.
La excitación se encarna en cuchicheos y en chistes imbéciles. Que tal va a decir en el avión ¿Ya llegamos a la India? una y otra vez como Homero supo hacerlo. Que tal va a probar todas las drogas de la zona. Que tal va a sacar fotos abrazado a gente de ahí, vistiendo una remera que dice Se la come, con una flechita que apunta al desprevenido acompañante de la foto. Que tal va a ir a un restaurante y va a pedir un bife. Que tal teme que nos encierren en una sala de conferencia y nos hagan trabajar 19 horas al día. Que tal asegura que, en caso de ser así, trabajaremos 20 horas siempre sonriendo. De más está decir que este último tal es un tal Pastelito.
Lo cierto es que los rumores y la excitación por el viaje nos pueblan a todos. Me siento, como dije, en la no tan maravillosa época del colegio. Rodeado de imbéciles sobreestimulados sin nadie a quien codear para burlarme de ellos y, mediante la risa, sobrevivir. Me siento más desconcertado que un malabarista manco.
Pero la ventanita naranja con el nombre de Victoria se despereza en la barra de herramientas.

Vic-Vak says:
mi tio esta organizando los pasajes y demas
WR says:
...Ajá...
Vic-Vak says:
digo, donde nos sentariamos y demas... en el avion
WR says:
Ah, no había entendido. ¿Te sentás con alguien...?
Vic-Vak says:
x eso te decia
WR says:
¿Querrías...?
Vic-Vak says:
dale :D

Y, de repente, tengo a quien codear. Aunque prefiero, sin duda alguna, otro verbo.

lunes, 9 de junio de 2008

¿Ya llegamos a la India...?

Siempre pensé que esta oficina era el Infierno. Ahora me desayuno que es el Infierno invertido. Lo cual no significa que es el Cielo. Sino que, por equivocarse, se es premiado.
Así es, hoy nos informaron que por el altercado con NASA vamos a tener que ir a las oficinas centrales de la empresa. ¡A la India!
Aparentemente quieren oír, sin las incomodidades de una conferencia telefónica, todo lo sucedido. Porque no sólo el caos fue titánico, sino que su solución fue desmesurada. Implicó investigar, interactuar con medio mundo. En el proceso, miles de conocimientos inservibles sobre numeritos sin sentido se quedaron adheridos a nosotros. Hubiera sido más divertido si fuera como en Matrix, que te enchufan un cablecito y listo el pollo.
Pero las cosas no son como en la vida. Sino con dos diálogos elocuentes ya estaríamos encamados con actrices despampanantes, cinco tiros en el pecho no sería algo letal, uno interactuaría como personajes como Peter Sellers y Steve Martin y no como el somnoliento Paz. Aunque, supongo, algunas cosas sí son como en las películas. Lo miro al Patova y lo miro a Rambo y no sé diferenciar. En serio no sé. A veces le tiro pochoclos al Patova y le pido a Rambo que revise la orden de instalación de un circuito. Creo que necesito vacaciones.
Pero, más allá de chistes fáciles nacidos por la felicidad que un viaje de semejante condiciones genera, nos vamos a la India. Sí. En plural. Lamentablemente, mi primer paso en el Hemisferio Oriental será escoltado por varios de acá. ¿Cómo será la experiencia? Lo sabrán la semana que viene pues pienso seguir posteando. Aunque supongo que los horarios serán distintos.

miércoles, 4 de junio de 2008

Uno no debería conformarse sólo con un Everest

Suena el despertador. No, no suena. Vomita.
Vomita ese ruido metálico.
Irritante.
Bostezo una mirada que recorre mi cuerpo, desprotegido ante el frío. No sólo soy la única persona que vive en un monoambiente frecuentado por un fantasma, sino que también soy la única persona que vive en un monoambiente frecuentado por un fantasma que lo destapa en la mitad de la noche.
Y también soy la única persona que vive en un monoambiente frecuentado por un fantasma que lo destapa en la mitad de la noche y que ha desconectado a la NASA por error.
Intento.
Intento levantarme pero mi cuerpo opina lo contrario.
Y tiene mucha, mucha razón.
Vaticino lo que vendrá. La mirada higiénicamente iracunda de Pastelito. Los mails. Los llamados. Las conferencias por teléfono explicando lo sucedido. Las promesas de cuán rápido se solucionará todo.
Vaticino lo que vendrá y decido cambiarlo.
Un celular.
Un llamado.
Una excusa.
Estoy contracturado por el stress y no puedo moverme.
Sí, está bien.
Me hundo un rato más en mi cama. A la mierda la NASA. Si son tan inteligentes como nos lo vendieron en las películas que encuentren ellos solitos una manera de arreglar mi error.
Me desperezo con una idea. Soy la única persona que vive en un monoambiente frecuentado por un fantasma que lo destapa en la mitad de la noche y que ha desconectado a la NASA por error y que, antes de solucionado el asunto, tiene la caradurez de faltar con una excusa chapucera. Uno no debería conformarse sólo con un Everest.

lunes, 2 de junio de 2008

Escalerita de absurdos

Una empresa.
Una empresa en la Argentina.
Una empresa en la Argentina de telecomunicaciones.
Una empresa en la Argentina de telecomunicaciones norteamericanas.
Una empresa en la Argentina de telecomunicaciones norteamericanas terciarizada por hindúes.
Una empresa en la Argentina de telecomunicaciones norteamericanas terciarizada por hindúes en la que trabaja un estudiante de cine.
Una empresa en la Argentina de telecomunicaciones norteamericanas terciarizada por hindúes en la que trabaja un estudiante de cine de Lomas de Zamora.
Una empresa en la Argentina de telecomunicaciones norteamericanas terciarizada por hindúes en la que trabaja un estudiante de cine de Lomas de Zamora que acaba de desconectar a la NASA.
Una empresa en la Argentina de telecomunicaciones norteamericanas terciarizada por hindúes en la que trabaja un estudiante de cine de Lomas de Zamora que acaba de desconectar a la NASA por error.
Así es.
Ese es el fin de esta escalerita de absurdos.
Por error, acabo de dejar a 700.000 personas fuera de servicio. Dentro de ellos, la NASA.
Pastelito actúa expresiones de malo. Pobrecito. La Crazy mother fucker se ríe descosidamente como Patán. La mujer que tose, tose. Y vuelve a toser. La marimacho del Patova bosteza sólo para ostentar sus bíceps. Amazon woman, desde sus cuatro metros de altura, larga una carcajada rotunda. Paz, ignorante del caos que me rodea, tararea aún otra canción de Paulina Rubio. Y yo recorro con mis dedos al teclado, preguntándome como, entre partida de solitario y el MSN, logré desconectar a la NASA. Cosas que pasan.