viernes, 17 de octubre de 2008

Incertidumbre

Y pasó nomás.
Es curioso escuchar todos juntos en una conferencia de prensa a un tipo de la India mencionando a The LALALA Herald y no sonreír.
Es curioso escucharlo decir que Pastelito fue despedido y no sonreír.
Es curioso escucharlo decir que seremos todos reemplazados. Esta vez, sin siquiera el atisbo de una sonrisa.
Aparentemente, nos reemplazarán pibes más jóvenes. Dos turnos de 6 horas cada uno. Mucho menos pagos.
Y eso es todo.
La angustia de varios años en la vida de uno se reduce por la matemática de otro.
Hay tantas cosas en el cajón de mi escritorio.
Y tantas en mi cabeza.
Incluso cuando he sacado todo, toda tarjeta de cumpleaños que pasé acá, todo papel absurdo, todo post-it intercambiado con la recepcionista, y con Amazon Woman, todo dibujo que hice aburrido, todo apunte de la facultad de materias cursadas tantos años atrás que me siento como un padre ancando viendo fotos de cuando su hijo era bebé. Incluso cuando he sacado todo del cajón, dije, hay algo ahí. Más allá de la mugre. Hay cierta ausencia. Cierta ausencia que me dice que nunca estuve aquí. O cómo mierda voy a pagar el alquiler. Cómo haré con mi futuro. Cómo voy a salir de esta.
Es obscenamente blanco el cajón. Sin saber muy bien porqué, agarro un lápiz y escribo mi nombre ahí. Algo me recuerda a esa hermosa película Sueños de libertad. Miro para arriba. Por suerte el techo no ofrece un lugar para pasar la soga.
Le dejo las llaves del cajón de mi escritorio al de seguridad. Le digo que hay algo de mugre en el cajón. Me contesta que no me preocupe, que los nuevos no van a tener acceso a los cajones. Van a quedar todos cerrados y clausurados así como están.
Bajamos todos, escoltados por los de seguridad. Algunos lloran. Otros insultan. Muchos no sabemos cómo reaccionar.
La luz del sol nos recibe metafórica. Entrecerramos los ojos como si hubiéramos salido de una cueva en la que estuvimos encerrados por años. Pero no hay elevación en esta luz. No hay un renacimiento. Simplemente salimos de una cueva absurda de números sin sentido a un mundo aún más absurdo y mugriento.
Algunos empiezan a irse, arrastrando los pies por la vereda. Como si su sombra llevara grilletes. Otros se quedan, hablando. Unos pocos se abrazan.
Parece el fin del viaje de egresados. Gente que se promete amistad eterna y probablemente nunca se volverán a ver. Otros huyen, felices de dejar todo atrás. Unos pocos buscan sacar algo positivo de todo esto.
Pero no es un viaje de egresado. No egresamos de nada. No es el fin de una etapa de aprendizaje. No hemos dejado el mundo de la temprana adolescencia para comenzar a empaparnos de adultez.
No.
No hay una clausura de una etapa. Hay la cesación de un absurdo. Un absurdo de números sin sentido que nada han aportado. Y desde los balcones, desde los balcones de oficinas inmersas en sus propios números sin sentido, nos miran curiosos otros empleados. Intercambiamos miradas de desconcierto con ellos. Sin una palabra parecemos preguntarnos qué carajo es todo esto de pasar la vida encerrados en trabajos tan odiados como necesitados.
Mientras dialogo tan silenciosa como profundamente con un desconocido, quiero creer que mi nombre, sepultado por siempre en la oscuridad del cajón, es firma del fin. Del fin de este absurdo. Que ahora encontraré algo en lo mío. Que se acabarán las angustias de vivir de lo que quita vida. Que basta de gris.
Pero algo me asegura lo contrario. Se puede morir, de hecho, muchas veces. Algo me susurra al oído que esto no es el comienzo de la felicidad. Esto es incertidumbre. Plena y delirante incertidumbre.
Está bien, supongo. He venido diciendo que uno debe zambullirse en la incertidumbre. Que es la única manera de crecer, de desafiarse. Claro que lo venía diciendo con los bolsillos certeros. Ahora es otra cosa.
Ya casi se fueron todos. Salvo el Brontosaurio, que llora desconsolado. Y Paz que con cara de sapo triste, lo busca consolar. Me pone triste saber que nunca los volveré a ver. Llegué a odiarlos profundamente. Pero saber que nunca los volveré a ver me pone triste.
También está ella. Victoria. Contempla con los ojos entrecerrados a los oficinistas que nos observan como bichos raros.
Es fácil, dije, hablar de vivir libremente y empapado de incertidumbre teniendo los bolsillos certeros. La mayoría que lo hace es porque sabe que tiene una red de seguridad -sean familia o amigos-. Sino la incertidumbre fácilmente te lleva a vivir en la calle. Fácilmente. Pero, disculpando la metáfora cursi, la certeza del corazón sólo llega después de la incertidumbre. No hay ninguna red de seguridad. Nada de lo que nosotros, los tímidos, buscamos desesperados antes de dar el primer paso. Buscando la certeza, lo seguro, no se vive. Se existe.
Me le acerco. Nos encojemos de hombros, al no encontrar palabras. Victoria me sonríe, tal vez con ternura, tal vez con tristeza. Encuentro las palabras. –¿Querés ir a tomar un café?

miércoles, 15 de octubre de 2008

Tan ideal

La mañana era tan ideal para escuchar Sleeping in de The Postal Service y mirar la lluvia caer y prepararse otro café y llamar al trabajo diciendo que una gastritis me impide asistir que, sin dudas, lo hice.
Sin dudas, también, debería estar en la oficina. Más aún como andan las cosas. Pero si uno no se sumerge en momentos y en elementos poco deseados, es imposible crecer como artista y como persona.
Como sugiere Alan Moore, hay que buscar los patrones en uno y, entonces, obviarlos. Nadar en lo imprevisible. En lo ajeno. Sólo así uno se puede desafiar.
¿Cuántos días, meses, años, estuve frecuentando la venganza y las satisfacciones de la venganza? Demasiados.
Así que esta vez, con Pastelito al borde de ser despedido, tomaré el consejo del señor Moore y nadaré en las módicas dimensiones de mi bañadera.
Tengan un muy buen día.

viernes, 10 de octubre de 2008

Un Hulk invisible

No se puede detener. Es como un Hulk invisible. Un verdadero Vengador Anónimo.
Incluí el horóscopo en The LALALA Herald. Sólo que no divido por signos zodíacos. Sino por nombres. A Pastelito le irá mal en el amor y en la salud pero bien en el dinero al recibir un aumento firmado por su tan imparcial tío. Al Brontosaurio le irá bien en el amor al reencontrarse en un almuerzo pasional y escondido en el Burguer King de 9 de Julio y Corrientes, a prudentes varias cuadras de la oficina. Pero a no demasiadas para un reportero de The LALALA Herald.
Cosas así.
Incluí también un mail donde cada cual puede hacer una denuncia o subir un texto insultando a alguien de la oficina. Y todas serán publicadas.
Es sorprendente la cantidad de mails que recibí. El odio contenido que había en esta oficina. Y yo que pensé que era el único. Sin dudas no es así.
Los de IT, por supuesto, trataron de ponerle filtros a The LALALA Herald. Pero agregué una opción para recibir el diario en el mail personal. Y una ayudita de un anónimo integrante de IT sobre cómo hacer para eludir dichos filtros.
Todo me dice que The LALA Herald es invencible. Hasta lo estoy subiendo desde distintos locutorios de la zona, por las dudas. No hay nada que me ligue a él. Nada. Es un Hulk invisible y constante. Sin el pusilánime del Dr. Banner. Es un Mr. Hyde sin el Dr. Jekyll.
Aunque algo, algo en los genes mutantes y asesinos del monstruo imparable, tiene cierto miedo. Cierto temor. Toda la gerencia de la empresa está reunida desde las nueve en punto de la mañana en la sala de conferencias. Se escucharon gritos. Varios. Y no salen. Ni al baño.
Muchos aprovechan y se van abajo a fumar. O a la cocina a distenderse. O directamente a la plaza de la vuelta. Yo, en cambio, aprovecho y voy hasta la computadora de Pastelito. Reviso una y otra y otra vez que nadie me mira. Mando una nueva copia del The LALALA Herald desde su mail. Y vuelvo a mi escritorio.

miércoles, 8 de octubre de 2008

The LALALA Herald

Las cosas están alteradas. Para ser sutiles. Creo que nos rajan a todos. Se desató un infierno. Bueno, seamos honestos. Desaté un infierno.
Ah, qué delicia.
Resulta que lo que estuve cobijando durante mi falsa gripe no le cayó muy bien a la upper managment, como Pastelito tanto le gusta nombrarla y, al hacerlo, siempre incluirse en dicho término. A él, sin dudas, no le cayó bien. Nos ruge. Nos insulta. Nos discrimina. Y todo esto alimenta aún más a aquello que lo enoja.
¿Qué es?
Un diario.
Pensé un diario.
No un diario de venganza, como este blog.
No.
Sino un diario. Como el que uno le compra al diarero.
Pero sólo que este es gratuito.
Se llama The –incluir nombre de mi empresa que no pienso reproducir acá– Herald.
Lo mando desde una casilla anónima de mail. A todos. Todos. Y cuando digo todos es todos. Jefes de acá y de afuera. Y cuando digo de afuera es de afuera. Sean de USA o de la India.
The LALALA Herdald reproduce esas verdades que todos tienen entre dientes sin nunca decir. Es la carne del grito contenido. Es lo que todo oficinista siempre quiso gritar cuando en reuniones grupales el teamleader pregunta si alguien tiene algo que decir.
The LALALA Herald acusó la incompetencia de Pastelito. La inoperancia de su tío, el jefe de RRHH. Lo mal que trabaja el Brontosaurio. Denunció a un tal Wilfredo Rosas que faltó casi un mes por una gripe. Y a Paz que cobra más que el resto por un arreglo que hizo con RRHH. The LALALA Herald sostuvo que nos deberían aumentar el sueldo. Que en tal empresa pagan 500 bruto más por el mismo trabajo que nosotros. Exactamente el mismo trabajo. Y que el mail para mandar CV es tal.
Es muy cómico verlo a Pastelito rugiendo. Gritándonos que denuncien quién es el cobarde que hace eso. Que no le causa ninguna gracia las viñetas cómicas del diario. Me olvidé de mencionarlo, el diario tiene viñetas cómicas. Como todo diario. Me pareció lo apropiado. Algunos son chistes universales sobre oficinistas y otros son denuncias en tonos de humor. Y defenestraciones gráficas de Pastelito, de su tío y de todo aquel que se creyó más que el resto. Lo cual me incluye.
Su voz está tensa. Y cansada. Nos asegura que si el diario continúa nosotros no lo haremos. Nos manda a comer. Acepto su propuesta. Pero, antes, debo hacer una parada. Ir a un locutorio a mandar el nuevo episodio de The LALALA Herald.

viernes, 3 de octubre de 2008

Volver con la frente altiva

El absurdo no es una estética. Es una ética.
Hay que descontrolar. Hay que buscar lo imprevisto. Lo extraño. Lo que destruya al sentido común. A lo establecido. A lo chapucero. A lo mediocre. A lo que no asoma la cabeza un poquito más alto para ver qué otras opciones hay.
Hay que pegarle una buena patada en el culo al sentido común. Que no es más que una construcción. Algo totalmente relativo. Momentáneo. Algo que lo tomamos por verdadero e inquebrantable y es frágil y ridículo.
Todo el mundo pensaba que iba a sacar aún otro disco con un arpa francesa u otra banda de sonido de Disney pero reuní a The Police, dijo Sting. ¿Por qué? Porque era lo que no se esperaban, agregó. Por si no se entendía.
¿Por qué no empezar una dieta un martes? ¿Por qué no empezar una semana el viernes?
Hoy, después de no sé cuántos días de ausencia, volví a la oficina.
Como si nada hubiera pasado.
Como si fuera totalmente lógico aparecerme un viernes después de semanas sin venir.
Me preguntaron cómo me sentía. Les dije que mejor. Fingí una tosesita, de todas formas, mientras se los decía.
Les dije que fue fatal estar en cama. Pero que por suerte mitigué el aburrimiento con la maravillosa serie How I met your mother. En un gesto de inusitada bondad, les recomendé a todos mirarla. Les dije que es como un Friends pero con el cual uno puede identificarse. Que tiene un absurdo delicioso. Que arranca bien y sigue cada vez mejor. Que al fin alguien está haciendo la vieja fórmula de Hitchcock (chico conoce chica) de una manera tan fresca.
Fingí preocupación por la carga de trabajo que mis compañeros tuvieron que cubrir debido a mi ausencia. Y le di a Pastelito todos los certificados que me pidió.
–Tantos días por una gripe.- me dice, refunfuñando- Esto es raro.
–Viste como son las enfermedades hoy en día.- retruco- Evolucionan. No responden a los medicamentos. Vienen cabronas. Bueno, a vos te pasó. ¿No habías faltado un par de meses por una gripe? Yo falté semanas apenas. La tuya debió ser muy, muy jodida. Muy.
Pastelito entrecierra los ojos. No sé si es con odio o si finge ser un oriental. Y se va.
Mejor, necesito estar tranquilo. Sin nadie que me mire. Sin nadie que se dé cuenta de lo que planeé hacer en todos estos días.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Soy Wilfredo Rosas

Soy Wilfredo Rosas.
Soy el Vengador Anónimo.
Soy el déspota que se doblega a sus compañeros de trabajo.
Soy el oficinista resignado.
Soy el resentido.
El desalmado.
Soy el enamorado no correspondido.
Soy el que mira desde las sombras.
Soy el medio Edipo.
Soy el que no debería estar acá. Pero lo está. Día tras día.
Soy el brigadista del piso.
Soy el ex de la ex recepcionista.
Soy el ex de Amazon Woman.
Soy el ex adolescente.
El ex pibe que quiso ser director de cine.
Soy una conglomeración de deseos y frustraciones.
Soy el oficinista.
Soy el revolucionario.
Soy la rencarnación de Pastelito. Pues hoy llamé diciendo que me alargaron el reposo por 72 horas. Y fingí una tos después de soberana cifra. Agudita, como la de Zoolander.

lunes, 15 de septiembre de 2008

El olvido de Pastelito

No puede haber un lunes mejor que este. Tal vez si lloviera y tuviera una linda película para ver. Y alguien con quien verla.
Pero no. Es hermoso. Así como es.
Este día fue antecedido por un sábado donde cervezas se compartieron en grata compañía, con los muchachos de Puente Celeste y de Death Cab For Cutie que unieron distancias geográficas y estilísticas para ambientar el momento.
El domingo, la hermosa alegría de ir a ver a los Les Luthiers al teatro. Y salir, luego, al mundo con una sonrisa, con ese sentimiento en el pecho que sólo ellos y Quino y Fontanarrosa pueden despertar. Con esa tierna ilusión que un mundo mejor es posible.
Y hoy, bien tempranito y bien metido bajo las frazadas, hacer el segundo llamado del día. Esta vez, a Pastelito. Dejarle un mensaje en su contestador, con voz que finge dolencia y anuncia ausencia. Y estrechar las piernas y la sonrisa. Entre bostezos diagramar la libertad de estos dos días. Pues, si voy a fingir reposo, que sea por cuarenta y ocho horas.
Pongo a preparar café y bajo a comprar facturas. Es que me tenté. El primer llamado de la mañana fue para encargar seis docenas de medialunas para los de la oficina. A nombre de Pastelito. Es que la vez pasada me parece que se olvidó del resto.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Ay ay ay

Martes, miércoles y jueves estuvimos tapados de laburo. Tapados. Numerito sin sentido tras numerito sin sentido en un carnaval interminable. Resulta que llegó no sé qué proyecto y todo tenía que estar hecho para el viernes. Y lo logramos nomás. Nos falta un poco todavía pero ya, a esta altura, podemos decir que lo logramos.
Significó no pararse salvo cuando era extremadamente necesario. Significó considerar cuán extremadamente necesario era ir al baño en determinado momento. Significó no salir a almorzar. Significó quedarse más tarde. Significó salir de la oficina moviendo inconscientemente los dedos, como si aún tipeáramos numeritos sin sentido. Otro que Charles Chaplin en Tiempos Modernos. Pero sin esa hermosa, hermosa mujer. Significó no abrir el MSN. No revisar mails. Significó no ir a buscar café. Ni husmear por la ventana. Significó no escribir el post del miércoles. Ni encerrarme en el baño a jugar al Tetris en el celular. Significó resignar cada pequeño bastión de libertad que me queda.
Pero lo logramos.
Domamos al monstruo compuesto por una multitud de numeritos sin sentido.
Lo hicimos.
Hoy Pastelito nos reúne en la sala de conferencias. Nos felicita. Y nos dice que por nuestro esfuerzo la empresa ganó cerca de medio millón de dólares. La sonrisa del Brontosaurio resplandece. Resplandece hacia lados distintos, teniendo en cuenta el cubismo de sus dientes. La marimacho del Patova lanza un chiste imbécil sobre una cuestión técnica. Todos ríen. Pastelito aprovecha la distensión para contarnos lo obvio, que afuera están muy contentos por nuestro trabajo. Pero su sonrisa oculta algo más. Espera el silencio absoluto para anunciarlo. Nos dice que vamos a ser recompensados. Que por todo lo que nos esforzamos nos merecemos medialunas. Y abre el paquete. Dos docenas de medialunas para setenta y cinco personas.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Una sucesión de novedades infortunadas

No hay decisión más difícil en invierno que la de cerrar el agua caliente de la ducha. Amo el invierno pues, como todo melancólico, me deleito en una estación que inspira constantemente el deseo de volver. Pero esa, la de finalizar un baño de agua caliente por la mañana, es una decisión terrible. Pues uno sabe que después de esa acción lo esperan unas baldosas cruelmente frías, un viaje incómodo y un trabajo insípido. Mientras empieza a deslizar la perilla y el agua a disminuir, uno ya desea volver a esa cálida tranquilidad.
Pero con resignaciones se construye al mundo. Y así acá estamos. En otro lunes. Aunque qué sería de nosotros si no afrontáramos con nuevas ansias a esos ridículos siete nombres con los que fragmentamos nuestra vida. El ridículo nombre de esta fracción, lunes, me recibe con una nueva ansia. La de venganza.
Bien, no sé cuán nuevo es eso en mí. Pero sin dudas el aluvión de novedades se impusieron sobre mi pseudo novedad.
Paz me recibió a la mañana con un café de Martínez. El Brontosaurio me compró medialunas de Alimentari. En un momento pensé que una conducta apropiada sería desmerecerlas. Pero luego me percaté que tenía hambre y frío y es fácil pensar estupideces con el estómago lleno. Acepté su desayuno. Pero no más. No deslicé una sonrisa. No balbuceé nada sobre la discusión del viernes. Nada en mi rostro tomaba el hecho de aceptar su desayuno como si aceptara su disculpa.
El mediodía me saludó con una sorpresa. Ya no trepaba de los auriculares obscenamente grandes de Paz ese plástico conjunto de notas definido como Paulina Rubio. No. Death Cab For Cutie. Paz estaba escuchando una de mis bandas favoritas. Era obvio, buscaba desesperado tener mi aprobación. Pero que el enemigo de uno mueva su cabecita siguiendo el ritmo de algo que a uno lo apasiona es, sin dudas, desgarrador.
Y ahora, vuelto del almuerzo, otra novedad ajena rasga lo previsible en esta oficina, comprometiendo mis intrincados planes de venganza. El Brontosaurio hablando con Victoria. Como si compartieran un secreto. Me le acerco a Paz. Lo codeo y señalo hacia ahí.
–¿Y este?- curioseo.
Paz sonríe, como un nene. –Te está haciendo gancho.

viernes, 5 de septiembre de 2008

Los albores de la maldad

En mi adolescencia, entre libros de Poe, me llegó un concepto. Uno sólo muere por flaqueza de voluntad. Mientras mi mirada recorre agónica a los iracundos, pero sin embargo anémicos, rostros del Brontosaurio y de Paz, el concepto vuelve a mí.
–¿Cómo que fui yo?- deslizo- ¿Por qué?
El Brontosaurio pliega sus labios como un perro que enseña sus dientes. Diablos. Necesita ir al dentista. –Porque estuvimos haciéndote hacer nuestro laburo.- dice, escupiendo odio.
Señalo con mi cabeza hacia donde está sentado Pastelito. –Eso fue por culpa de él.- gruño.
Paz entrecierra sus ojos. –Fuiste vos. Nos dijo que volviéramos a agarrar el laburo que te habíamos dado y no lo hicimos y te resentiste y me rompiste los CDs de Paulina Rubio porque vos sabés lo que me encanta Paulina—
–¿Cómo?- interrumpo el llanto de Paz.
Paz asiente.
–¿Estuvieron haciéndome hacer su trabajo?- me indigno, fingiendo sorpresa.
–Eso no es motivo para meterme porno gay en el cajón y que toda la oficina—
–¿Estuvieron haciéndome hacer su trabajo?- reitero, apretando los dientes e interrumpiendo ahora al Brontosaurio.
Paz y el Brontosaurio intercambian una mirada de confusión. Paz gira apenas su cabeza hacia un costado, como un perro al cual se le habla raro y trata de entender. –Sí, pero vos sabías…
Niego con la cabeza. –No pueden ser tan forros.- protesto. Lo golpeo a Paz en el pecho. –Vos te sentás al lado mío, man. Al lado mío. ¿Y me la mandás a guardar así?
–Pará.- tranquiliza Paz- No te enojes.
Los recorro con la mirada, indignado. –Son una porquería. Eso son.
Me siento.
–Pero—
Interrumpo al Brontosaurio apenas levantando mi mano. Me pongo los auriculares. Los puedo ver por el reflejo de mi monitor, contorsionándose de arrepentimiento. Finalmente, se van. Mejor, cuando uno diagrama una verdadera venganza no necesita contratiempos revoloteando en los albores de la maldad.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Muchachos...

Ah, qué delicia. El lunes fue mi tercer feriado del año. Sí, el tercero. Pero no anduve quejándome por esta escueta cifra. No, señor. No. Bueno, un poco sí. Pero no hice un escándalo de eso. Tampoco hice todo lo que uno fantasea hacer con esos escasos días de libertad. No fui al Tigre. No visité a mis amigos pues todos estaban trabajando. No viví intrépidas aventuras en la calle como Facundo Arana en esa publicidad. Pero planché mientras miraba capítulo tras capítulo de Curb your enthusiasm, serie de Larry David, co-creador de Seinfeld, y eso fue una variación de felicidad.
Y, sí, después volver. Volver al gris. Pero volver con calma, sin preocuparme por si vuelvo resignado o con ansias de venganza, si vuelvo para planear mi escape o para pagar el alquiler. Supongo que ninguna importante batalla en la vida se pelea en un día.
Pero llego hoy y acá está, ajeno a la calma de mi filosofía y de mi regreso. El Brontosaurio. Mole interminable que devoró multitudes de vidas para alimentarse. Sin ninguna virtud que disculpe estos asesinatos. Y no sólo eso. Está sentado en mi escritorio.
–¿Pasa algo?- lo saludo.
El Brontosaurio toma un sorbo de Coca. Pliega sus labios, enseñándome sus dientes cubistas. –Wil…- empieza- Con Paz estuvimos hablando. Y coincidimos en varias cosas.
–Hacen linda pareja.- le digo.
Su rostro se tensa. –No soy gay.
Niego con la cabeza. –No. No, claro que no. Aunque esas revistas que estaban en tu cajón... Raro.
–¡No eran mías!- ruge. Y el eco de su ímpetu retumba por todo su cuerpo, en onduladas de grasa.
–No, claro que no. Eran de un amigo, ¿no?
Me apunta con su dedo hinchado cual chorizo a punto de estallar en la parrilla. –Mirá. Con Paz estuvimos hablando sobre todo este temita de las revistas. Y los dos creemos que sos vos.
–¿Aparecí en esas revistas?- pregunto- Porque quizá en el pasado tomé de más y alguien me ofreció un dinero y vos sabés cómo es uno cuando es joven y fantasea con estar en las películas y en tapas de revistas y alguien te hace una propuesta y vos pensás que quizás es el primer escalón de una escalera que me conducirá a Hollywood pero terminás haciendo porno gay. Pasa, pasa muy seguido.
–Creemos que sos vos el que me puso las revistas gays en el cajón.- insiste el Brontosaurio, ajeno a cualquier sonrisa.
–Y el que me rompió los CDs de Paulina Rubio.- acota Paz.
Los dos me rodean, con una chispa de asesinato en sus insípidas miradas. Lamento no tener corbata pues es un inmejorable momento para aflojármela. –Muchachos, negociemos.

viernes, 29 de agosto de 2008

Fin de mes

Al fin, fin de mes. Al fin, fin de semana. Al fin, fin de semana largo. Así es, el lunes no vengo a trabajar vaya uno a saber por qué feriado norteamericano que esta empresa hindú me concede en la Argentina. Peculiar.
Mi abuelo decía que con el bolsillo lleno uno piensa mejor. No sé cuán cierto sea esto. Sólo sé que con el bolsillo lleno encamino mejor mi odio.

Lunes
Llego a la oficina. Paz me recibe diciéndome que me vio muy cansado la semana pasada. Que prefiere retomar sus viejas tareas para sacarme un peso de encima. Como si fuera por bondad que lo hace. Y no porque estuvo delegándome su trabajo.
Acepto con una sonrisa.
Cada vez que va al baño le desaparece un CD de Paulina Rubio. Supongo que el escondite está bien. Es adentro del tacho gigante cerca de la cocina donde todos vaciamos la yerba de los mates.

Martes
Los de seguridad pasan revisando escritorio por escritorio, acompañados por Paz que asegura que alguien le robó los CDs de Paulina Rubio. No le importa comprometer, tal vez, su masculinidad ante toda la oficina. Sólo quiere encontrar el responsable y hacerlo pagar. Adentro del cajón del Brontosaurio encuentran pornografía homosexual. Paz en su afán por los rumores no puede evitar decirlo en voz alta y, de a una, las cabezas de la oficina empiezan a girar todas en la misma dirección. El Brontosaurio asegura que no sabe qué son esas revistas. Que no son de él. Se indigna. Dice que alguien le puso esas pelotudeces en algún momento. Esas pelotudeces, como él dice, me costaron bastante caro por cierto. Maldito desagradecido. Ya pagará.

Miércoles
Día tranquilo. Paz sigue despotricando sobre conspiraciones contra él y su amada Paulina Rubio. El Brontosaurio cuelga en su escritorio un póster de no sé qué mina de un programa donde la gente baila y aparentemente eso es tan maravilloso como para cautivar a millones de personas y a incontables horas en diversos programas y canales.

Jueves
La de limpieza avisa al de seguridad. El de seguridad avisa a Paz. Encontraron unos CDs de Paulina Rubio en una bolsa de basura. Paz los saca, rayados y empapados en yerba y líquidos malolientes. Es la primera vez que lo vi llorar a Paz. Y, francamente, me encanta.

Viernes
Cobramos. Bajo a Musimundo y compro todos los CDs de Paulina Rubio. Espero que Paz no esté y se los dejo en su escritorio, en una bolsa. Sobre la bolsa pongo un post-it. Sobre el post-it escribo. Sos sólo mi títere, está escrito. Y bajo a almorzar, aprovechando que ahora tengo tickets restaurant. Un almuerzo elegante de negocios con un ex integrante de esta oficina. O, tal vez mejor dicho, un almuerzo de venganza. Porque esto es sólo el principio.

miércoles, 20 de agosto de 2008

Un día hermoso

Sé que sonará, al menos, curioso. Pero es un día maravilloso para escuchar a David Bowie o a Johann Sebastian Bach. Por suerte, ambas opciones están en mi reproductor de mp3. Y la asignación de trabajo todavía no llegó. Por lo que puedo contentarme con mirar por la ventana mientras se desperezan melodías tan hermosas, acompañando a la lluvia que se desliza por el vidrio. Entrecierro los ojos y me imagino en mi casa haciendo exactamente lo mismo. A veces el contexto lo es todo.
Sin dudas, lo es todo. En mi casa Pastelito jamás podría aparecer y mucho menos para interrumpir Life on Mars de Bowie en su mejor momento. Pero acá lo hace. Y sin sutilezas. Golpea en mi escritorio como quien golpea en el mostrador vacío de un hotel, buscando llamar la atención del encargado.
Me saco los auriculares con lentitud. Con demasiada lentitud. No para demostrarle falta de interés ni fastidio. Sino porque temo que cuando mis manos estén sueltas no puedan evitar estrangularlo hasta matarlo. Y es un día tan hermoso para desperdiciarlo encerrado en la comisaría.
–Reunión.- me dice apenas.
Asiento con la cabeza y lo sigo a la sala de conferencias. Me siento. Miro el matafuegos. Miro su cráneo. Miro el matafuegos. Miro su cráneo. Miro el matafuegos. Cuatro golpes con el mismo deberían bastar para matarlo. Quizás tres. Pero no. No, Wilfredo. No pienses locuras. Esta camisa es nueva y no la quiero manchar.
–Wilfredo, te quisiera asignar un nuevo proyecto.- comenta.
Me incorporo en la silla. Supongo que la sangre no debe ser tan difícil de lavar. Aparte su sangre, sin dudas, debe estar muy aguada. Sí, el matafuegos es la solución. Pero no. No. Mirá si vienen con esas lucecitas azules como en las de CSI y descubren manchas de sangre que había pensado eliminadas. Jamás podría vivir con eso, vivir sabiendo que vestí por mucho tiempo algo tan íntimo como la sangre de Pastelito sobre mi piel.
–Un nuevo proyecto.- digo al final- Disculpame pero me asignaste el trabajo de Paz y del Brontosaurio.
–¿Brontosaurio?
–De Brotto.- corrijo- Estoy un poco sobrecargado.
Pastelito entrecierra su ceño. –Pero…- balbucea.
El sinvergüenza lo va a hacer. Va a decirme que no le importa. Que tengo que hacerlo. Que si él lo dice tengo que hacerlo. Que cómo puedo estar sobrecargado si de vez en cuando pasa y me ve revisando mails personales. O escuchando música mientras miro por la ventana. Maldito sinvergüenza.
–Pero…- insiste, preparándose para su discurso demoledor- Les había pedido que volvieran a sus tareas hace semanas.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Inmovilizado por una multitud de enanitos

–¿Por qué querés saber?
La miro a esos ojos en los cuales siempre quise zambullirme. O besarlos para iniciar un carnaval de besos por todo su cuerpo. Me encojo de hombros.
–Sí, estuve con Paz.- confiesa Victoria- ¿Y qué? Sí, me sacó esa foto.
No sé qué decir. –Perdón.- arriesgo a balbucear.
–¿Perdón? ¿Por qué? Si me encanta. Me encanta que la oficina entera me haya visto desnuda.- refunfuña, irónica.
Frunzo los labios. De repente, para ella soy parte de la oficina. Y yo que pensé que era Wilfredo.
Se cruza de piernas. –¿Algo más en que pueda satisfacer tu curiosidad?- pregunta, conteniendo tal vez un insulto.
Niego con la cabeza. –Perdón, yo…- balbuceo. La miro intensamente. Deseo que mi mirada sea como esos aparatitos que usaban en Men in black. Pero lo que sus ojos me devuelven evidencia que recuerda. Y que detesta lo que recuerda. Clavo la bandera blanca entre nosotros y me voy a sentar.

–¿Por qué querés saber?
–Porque acá todos están—
–No, no todos.- interrumpe Victoria- ¿Por qué vos querés saber?
La miro a los ojos y suspiro. –¿Honestamente?
–Honestamente.
Me sueno el cuello. –Porque quiero saber que no sos vos la de la foto.
–¿Tan feo cuerpo tengo?
Sonrío. –No. Quiero saber que vos y Paz no… sabés.
Ella asiente con la cabeza. –¿Tan feo gusto pensás que tengo?
–¿Entonces?
–No, Wilfredo. Ni estuve con él ni estaría ni ese es mi cuerpo.- dice ella. Nunca pensé que una negativa de su parte me haría tan feliz. Me mira a los ojos. –Me da curiosidad porqué yo te doy curiosidad.- agrega.
Nunca pensé que un juego de palabras tan chapucero me causara tanta alegría.

Estoy sentado en mi lugar. La miro entre los monitores. Es hermosa. Parece un amanecer desperezándose entre el plástico y el gris.
–Es fácil. Vas, le preguntás y listo.- me dice un enanito sobre mi hombro izquierdo.
Un enanito sobre mi hombro derecho acomoda su boina. –Eso es una mentira. A la religión y a los medios les encanta las dualidades, sí o no, en contra o a favor, cielo e infierno, buenos y malos, porque es la forma de captar la atención de los imbéciles. Las cosas en la vida no se manejan con dicotomías tan simples.
–Es muy cierto.- apoya un tercer enanito que trepa por el bolsillo de mi camisa.
–Supongo que tenés dos opciones.- dice el primer enanito- Ir y volver con lo que deseás o ir y volver con lo que temés.
El enanito de la boina refunfuña un insulto. –Si serás simplista. Ir y no volver es la opción.
El tercer enanito llama la atención desde el bolsillo. –Decíle lo que sentís. Eso es lo importante.
Un cuarto enanito asoma por el cuello de mi camisa. –No es un boliche esto.- asegura- No podés camuflarte entre la oscuridad y la multitud. Quedás en evidencia. Y, sea cual fuera su respuesta, la vas a ver día tras día tras día tras día.
Un quinto enanito se sienta sobre mi brazo. –Así no podés vivir. Jugándola a lo seguro no te la jugás nunca.
Un sexto enanito trepa por los botones de mi camisa. –Si ella quisiera que supieras la verdad ya hubiera vendio y te la hubiera contado.- advierte.
Un séptimo enanito hace equilibrio sobre mi nariz. –O quizás espera que vayas a preguntárselo.- me dice.
Y yo, inmovilizado por una multitud de enanitos, la miro entre los monitores. Parece, en verdad, un amanecer.

lunes, 11 de agosto de 2008

Hoy es uno de esos días.

viernes, 8 de agosto de 2008

Algo muy profundo en el conglomerado de tedio, de chismes y de Paulina Rubio que es Paz quiere arrancarme la mano. Arrancármela con sus propios dientes. Pero ahí permanece. Levantada.
Pastelito también la recorre con su mirada. Me vomita una insinuación empapada de odio. Piensa que fui yo el que subió la foto de su hermana desnuda al disco compartido. Piensa que finalmente aceptaré mi culpa. –¿Wilfredo…?- desliza entre el nudo de su garganta.
–Yo sé quién subió la foto.
Pastelito resopla. Paz transpira. Se retuerce en el asiento. Lo mira a Pastelito, prediciendo tal vez su reacción. Como quien cierra los ojos al ser apuntado con un arma, anticipando el frío que se les meterá en las tripas. Pastelito tose. –¿Y quién fue?
Lo miro a Paz. Suspiro. Bajo la mirada. –No quiero hacer leña de un árbol caído pero—
–¡¿Quién fue?!- grita Pastelito, interrumpiéndome.
Todos cambian la posición en la que están parados o sentados, incómodos.
Lo miro. Quiero aplaudirlo. Quiero darle una palmada en la espalda y felicitarlo, decirle que finalmente abandonó los parciales territorios de los colores pasteles. Que finalmente libró sus sentimientos, sus emociones. Que se arriesgó a evitar esa censura higiénica propia de Disney sobre los sentimientos. Que se embarró de vida.
–Perdón.- se disculpa- ¿Qué nos estabas contando, Wilfredo?- repone, con el mismo tono monótono de voz de siempre.
Una lástima, me digo. –Fue Gutiérrez.
–Gutiérrez.- repite Pastelito.
Asiento con la cabeza. Quizás ya se fijó cuándo la foto fue creada. Quizás sepa que para esa fecha Gutiérrez ya había sido despedido. Quizás suponga que el hecho que media oficina vio la foto en el disco compartido alteró la inalterabilidad de esas fechas. Pero sin la ambigüedad de un quizás pocos riesgos se tomarían. Sin ir más lejos, habría cinco veces menos parejas dando vueltas. –Gutiérrez.- repito- No sé si tuvo algo con ella o si es una especie de joda—
–No me importa.- dice Pastelito. Permanece en silencio. Cierra los ojos. La foto de su hermana desnuda permanece ahí, a la vista de todos. Sus pezones y su vagina están ocultos burdamente bajo unos manchones de marcador negro, como si fueran territorios más desnudos que el desnudo. Como si esos tres puntos disculparan el hecho que está desnuda. Es tan evidente que hace todoe este escándalo por él y no por ella.
–Pueden irse.- dice.
Todos nos levantamos. Un escalofrío conquista mi espalda. Puedo sentir su voz diciéndome que me quede. Luego estaremos a solas y me dirá que si pienso que lo tomo por estúpido. Que no pudo haber sido Gutiérrez. Que estoy despedido. Pero nada sale de sus labios.
Todos nos vamos, dejándolo a solas con la foto de su hermana desnuda. Situación complicada.
Paz se me acerca. Me mira y sonríe nerviosamente. –Gracias.- susurra.
–La piedad ad honorem no es lo mío.- digo- No pienses que no te lo voy a cobrar.
Él abre sus ojos de par en par. Saca su billetera.
Lo interrumpo negando con la cabeza. Sonrío. –Tu dinero no vale acá.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Lo que corresponde

A todo lo que da. Uno de los pseudos técnicos cree que descubrió la música electrónica y la pone en sus parlantitos a todo lo que da. No sólo eso. Improvisa bailes. Y aplaude. O golpea su escritorio intentando seguir el ritmo. Imbécil.
Nadie le dice nada. Rezongamos, sí. Pero nadie se para y le enseña modales como corresponde. ¿Cómo corresponde? Pues bien, creo que todos vivimos lo suficiente como para darnos cuenta que las personas realmente no cambian. Lo hemos presenciado en promesas de cambio que nos hicieron nuestras parejas. O nosotros mismos. Motivo por el cual supongo que la educación que corresponde es un tiro entre los ojos.
Abro el cajón. Maldita sea. No tengo un arma. Supongo que hay otra posibilidad. Quizás. Sí... Bloqueo mi mi interno y llamo al suyo, para que parezca que recibe un llamado de afuera. Improviso un acento tejano y le pregunto malhumorado por una orden. Le doy unos datos que reviso en el sistema y le pido que por favor averigüe lo antes posible qué está sucediendo. El pseudos técnico baja el volumen de la música.
Ah, felicidad.
Pero bien lo dijo alguien de la tierra carioca que todos creen empapada de alegría: La tristeza no tiene fin; la felicidad, sí.
–Todos a la sala de conferencias.- anuncia Pastelito. Nos levantamos confundidos y empezamos a caminar hacia ahí. Él se da vuelta. –Vos no, Victoria.- pide.
Frunzo los labios. –Tipo sutil este Pastelito.- digo.
Nos acomodamos como podemos. Algunos susurran que se trata por un aumento de sueldo. Otros, que se vienen despidos. Uno opina que se encontró al culpable de la foto de Victoria. Paz se empalidece. Me da cierta lástima. –Seguro nos reunió para contarnos que va a dejar de vestirse con colores pastel.- bromeo.
Paz y el Brontosaurio largan una carcajada. La marimacho del Patova se ríe y todo tiembla.
–¿Sí, Wilfredo? ¿Decías?- patotea Pastelito. Me encojo de hombros. Él resopla. Nos recorre con la mirada. Y, así nomás, saca la foto de Victoria denuda y nos la enseña. Le cubrió los pezones y la vagina con un marcador negro. Deposita su mirada sobre mí. Supongo que no pude actuar mi expresión de odio. –¿Qué pasa, Wilfredo?- me dice- ¿Te resulta muy familiar la foto?
–No me parece apropiado que nos muestres eso.
–A mí no me parece apropiado que alguien la ande mostrando por ahí.
–¿No es eso lo que estás haciendo?- retruco.
–¿Quién fue el gracioso?- desvía Pastelito- ¿Quién fue el que la guardó en el disco compartido?- pregunta, mientras nos recorre enseñándonos las fotos. A todos. A hombres y a mujeres y a intermedios como la Patova. Algunos náufragos sociales de la oficina ni se habían enterado y devoran a la imagen con disimulo.
No puedo creer que lo esté haciendo. No tiene respeto por su hermana. No tiene ni una pizca de respeto.
–Nadie se va a ir de acá hasta que me digan quién fue el responsable.- insiste Pastelito- Lleve el tiempo que lleve. Sino, un apercibimiento para cada uno. Y, si no me equivoco, muchos están en el tercer strike.
–Segundo.- corrijo- Al tercero ya te vas.
–Como sea.- remonta Pastelito- Así que mejor hable el responsable. O alguien que sepa quién fue. No me importa. Pero no me voy a ir de acá hasta no saber quién fue. Sino, un apercibimiento para cada uno.
Paz transpira y se retuerce. Pobre. No está hecho para esta presión. En cualquier momento se larga a llorar. Supongo que es lo que corresponde.
Levanto la mano. –Yo sé quién fue.- digo, con la voz quebrada. Paz me mira aterrado. Pero, en el fondo, sé lo que corresponde.

lunes, 4 de agosto de 2008

Como el ojo de Sauron

Nos monitorea las computadoras. Nos espía. Nos escruta. Nos increpa. Nos draga. Nos harta. Pastelito se ha convertido en el ojo de Sauron, buscando desesperadamente el origen de la foto de su hermana desnuda. Paz, un improvisado Frodo, la aferra entre sus dedos, rogando pasar desapercibido. Pero yo tengo otros planes. –¡Gollum!- aclaro mi garganta- ¡Gollum!
–Tiene ganas de llover.- dice Paz, casi nostálgico, mientras mira por la ventana- El día tiene ganas de llover.- reformula, como en búsqueda de una técnica poética.
Lo observo por el reflejo de mi monitor. Maldito bastardo. No sólo tengo que hacer su trabajo sino que tengo que escucharlo con sus variaciones líricas de bostezos. –Tiene ganas de llover.- le contesto, no obstante. Y, siguiendo su técnica poética de reformular la misma oración, amplío. –Tiene ganas de llover soretes de punta si Pastelito se entera—
–Bajá la voz.- interrumpe mientras mira, desesperado, hacia ambos lados. Se sienta. Nervioso, pasa una mano por su pelo. Error. Paz se peina con gel. Refunfuña, molesto, al mirar su reflejo en el monitor y percatarse que su peinado ahora es peligrosamente parecido a una escultura vanguardista. Abre el cajón, saca un tarrito de gel y va hacia el baño. Vuelve. Se había peinado. Se sienta. –No sé cómo se enteró Pastelito.- protesta- Nadie usa el disco compartido. Nadie.
Lo miro. Pobre ingenuo. –Porque alguien le dijo.- propongo.
–¿Pero quién?
Me encojo de hombros. –No sé. Sos un tipo muy querido.- miento- Supongo alguien que no te soporte. Pero es demasiado lo que hizo. Te mandó al frente. Tiene que haber algo más. Quizá algo personal.
–Casi hablo sólo con vos.
–Entonces no.- me apuro a desviar- ¿Algo laboral?
Asiente con su cabeza. –Puede ser... ¿Pero quién?
–Alguien a quien lo hayas perjudicado. O que esté abajo tuyo y quiera treparte. O que esté a la par tuyo y quiera destacarse.- abanico, nombrando a prácticamente toda la empresa. Me encanta volver paranoico a alguien. En especial si se peina con gel.
Los ojos de Paz se abren como dos huevos desperezándose sobre una sartén. –El Brontosaurio.- dice- Claro, al gordo ese lo nombraron supervisor también y quiere quedarse solo en el puesto. Ese haría lo que sea por llegar arriba.
–Lo que sea.- apoyo. Es maravillosa la facilidad que tiene la gente para aceptar una explicación. Supongo que se debe a los guiones chapuceros que vemos por todos lados.
–Este me va a oír.- infla el pecho Paz. Y sale disparado hacia la mole interminable del Brontosaurio.
Miro hacia la ventana. –El día en verdad tiene ganas de llover.- digo.

miércoles, 30 de julio de 2008

Roña

Supuse que nadie me creería. Supuse que todos dirían que había mentido. Que casualmente me había engripado un viernes. Por lo cual, me resultó lo más lógico alargar un poco mi condición y no venir tampoco el lunes.
La vuelta fue indiscreta. Improvisé cara de perro mojado. Balbuceé que andaba un poco mejor mientras fingía una repentina tos. Asentía con la cabeza y los labios fruncidos mientras alguien con alma de tía me decía que debería haberme quedado en casa. De a poco, fui desligándome de mi actuación. Y adentrándome en el motivo de mi regreso. Mi venganza.
Aunque con intervalos. Ya que Pastelito, no muy feliz con mi ausencia, me encargó que le entregue inmediatamente un reporte del OTR de la primera mitad del año. Lo cual, básicamente, significa tipear muchos pero muchos números sin sentido. Empiezo a hacerlo mientras no dejo de pensar en las mismas cosas que me atormentaron este fin de semana. ¿Cómo puede ser que Paz, un imbécil sin alma como Paz, que escucha una y otra vez canciones de Paulina Rubio, haya visto a Victoria desnuda? Y más aún, ¿cómo puede ser que haya sacado algo de perversión de no sé qué rincón anémico de su personalidad, perversión suficiente como para convencerla de sacarle una foto estando desnuda? No. Es impensado. Aunque en una oficina los cuerpos que se unen suelen ser los más impensados. Está la posibilidad que Paz no haya sido quien sacó la foto. Quizás se la robó a alguien más. ¿Pero a quién? Vi a Victoria coqueteando con el de IT. Pero todas coquetean con él. Él, en cambio, coquetea con el de seguridad. Esa posibilidad, supongo, termina ahí. Quizás el muy imbécil de Paz editó la foto. No sería muy extraño. Ya había hecho algo parecido con una supuesta foto de Amazon woman y el Patova, agarrándolas in fraganti en un acto lésbico. Supongo que su desesperada necesidad de tener algún rumor entre sus manos, de tener algo lleno de adrenalina e incertidumbre entre tanto tedio, lo llevó hasta estas acciones lamentables.
Le pregunto por la foto. Paz sonríe como un imbécil. –Todavía te la acordás, ¿eh?- me dice, asintiendo con la cabeza.
Me encojo de hombros. No sé qué decirle. No sé si enviársela a Victoria. Y que ella me confirme lo que quiero escuchar. Que ese no es su cuerpo desnudo. No sé si debo resignarme, aceptar que la belleza puede dormir en la misma cama con el aburrimiento, y olvidarme de ella.
–Inquietante, ¿no?- insiste.
Asiento con la cabeza mientras pienso qué decir.
Mira alrededor. Abre la foto. Muy minimizada. Se la queda observando. –Una delicia.
Mi cabeza, por inercia, continúa moviéndose de arriba hacia abajo. Giro para revisar un mail. Pastelito me pregunta qué pasa con el reporte del OTR. Le digo que en cualquier momento ya está. Vuelvo a girar hacia Paz. –¿Me… me la pasás?- digo, sin pensar porqué.
–¿La foto?
–La foto.- repito.
Mueve su cabeza, de lado a lado, para cerciorarse que nadie lo está escuchando. –La agregué en el disco compartido.
–En el disco compartido.- confirmo.
–Nadie lo usa.- explica, con un tono canchero- Y ni loco la iba a mandar por mail. Mirá si alguien me buchonea y se la muestra a Pastelito.
–Hay que ser muy mal parido.- digo, con un tonito propio de una época pasada. Una época pasada que no conocía qué era un disco compartido. Ni qué cosa es un reporte del OTR de los primeros seis meses. Ni qué cosa es el IR Communicator. Pero una época que comprendería que alguien, al decirle a su jefe por IR Communicator que revise el reporte del OTR en el disco compartido, junto a la foto de su hermana desnuda, está buscando roña.

viernes, 25 de julio de 2008

Lamentablemente

Mucha, mucha gripe. Tipeo estas palabras envuelto en una frazada mientras, de fondo, en I-Sat suena no sé qué serie inglesa de los años noventa.
No pretendo hacer de estas oraciones un relato. Tan sólo una advertencia. Y no a ustedes. Sino a quienes no leen este blog. A quienes ahora mismo están atrapados en mi oficina. A ellos les digo que nada detiene la venganza. Nada salvo una tos muy complicada. Si hay que vengarse, que se haga con estilo. No da estar tosiendo como un imbécil.
Hasta entonces, brindaré con jarabe. Salud.

miércoles, 23 de julio de 2008

La Guerra y el Paz

En la oficina hay momentos, varios momentos, donde todo pareciera detenerse. Como en la película El gran pez. Salvo por la mujer hermosa que ocasiona este alto. Y, también, por la ausencia de una vuelta a la normalidad.

El tiempo gotea insoportablemente lento en el rincón inferior derecho de mi monitor. Y no hay nada que lo apure. Tomar el café ácido de acá, revisar una y otra vez los mails o bajar a comprar caramelos son mis maneras de patearlo para que retome su trote. Pero el muy desgraciado se frota el trasero donde recibió mi puntapié, bosteza y continúa con su monótono andar. Inclusive, me atrevo a decir, insolentemente más lento.
Me paso la mano por la cara, desesperado. Ya llegará el momento en el cual, postrado en una cama, rogaré no haber deseado que todo transcurriera más rápido, que llegue el fin de mes, y el próximo, y el próximo así poder cobrar el aguinaldo. El tiempo entonces reirá último y, con una inigualable venganza, me mandará a guardar las patadas que le supe encajar en el trasero.
–Hace dos horas que son las once y media, ¿no?- me adivina Paz. Ah, Paz. Mi querido Paz. Sus días son una galería interminable y absurda de canciones de Paulina Rubio. Nada malo, horrorífico, emocionante, sucede en su mundo. Me digo que así debió ser Adán antes de conocer la miseria: ingenuo, somnoliento, insípido y, admitámoslo, estúpido.
Como supo decir Oscar Wilde, las cosas sencillas son el último amparo de los hombres complejos. O Paz es un hombre intrincado constantemente amparándose o será la sencillez donde pienso resguardarme. Por lo menos hasta que llegue la hora de almorzar.
–Se pasa lentísimo.- confieso- Terminé con todo hace un rato y pareciera una eternidad.
Asiente con la cabeza. –Pasa eso.- contesta. Se acerca con su silla. Mira a ambos lados. Entrecierra los ojos. –Si querés, te puedo dar algo jugoso para entretenerte.- propone.
Un hombre ingenuo hubiera aceptado sin dudarlo. Pero mi fe en la Humanidad murió cuando falleció Fontanarrosa. Por lo cual finjo un bostezo para ganar tiempo. Algo jugoso, dijo. Puede tratarse de más trabajo. O de algo referente a Paulina Rubio. Paz no tiene más mundos que esos dos. –No, gracias.- le declino- Veré cómo me las arreglo.
Paz sonríe. –Te lo perdés.
Hay picardía en su sonrisa.
Entrecierro los ojos. Todo mi instinto me grita que debo salir corriendo, como Francis Macomber, el personaje de Hemingway. Pero algo, en el fondo, me dice que si lo hago terminaré arrepintiéndome de la misma manera de Francis. Me sueno el cuello. Decido darle rienda suelta a la curiosidad.
–Dale, decíme, ¿qué es?
Paz se echa hacia atrás en su silla. Sonríe. Chasquea su lengua contra su paladar. Maldita sea. Que lo diga ya. Si me viene con algo de Paulina Rubio más le vale que sea una foto de ella desnuda o algo así. Algo que amerite semejante teatralidad de suspenso. Sino pienso estrangularlo. O golpearlo con mi monitor hasta que no quede más que una mancha. Lo que mi locura considere más apropiado.
Se me acerca. Mira a ambos lados. Me lo susurra al oído. Me quedo helado. Vuelve hacia atrás. Lo miro desconcertado. Asiente con la cabeza, satisfecho consigo mismo.
–No.
–Sí.- retruca.
Me cuesta respirar. –No puede ser.- balbuceo.
–Oh, sí.- responde, inflando el pecho.
Y se trataba de una foto de un desnudo nomás. Pero no de Paulina Rubio. Sino de Victoria. Mi amada Victoria.

lunes, 21 de julio de 2008

Uno más a la lista

Los clavos, pacientes, aguardaban en mi boca. Las placas de madera, a un lado. Estaba de rodillas, martillo en mano, a punto de empezar a construir los ataúdes de los técnicos. Metafóricamente, por supuesto. Pero no. Una sombra anémica se proyectó sobre mí y sobre mi maldad. Que ya es casi lo mismo.
¿La sombra de quién? Pastelito.
Me lo dijo con su tono insípido de actor que dobla un papel secundario en una película de Disney. Y, entonces, los clavos cayeron de mi boca y el martillo, de mi mano. Metafóricamente, por supuesto. Estuve a punto. A punto de agarrar la metáfora del martillo y darle con la misma en el cráneo, una y otra y otra vez, hasta que su cerebro quedara esparcido sobre la alfombra. Y entonces todos verían. Todos verían en esa masa gris –aunque probablemente sea color pastel también– sus pensamientos de mediocridad y de hijaputez.
Pero no.
No.
Fruncí los labios, con esa estúpida y estereotipada manera de resignación que tengo. Me había enterado por Victoria que cobro más de lo que la empresa quisiera y están buscando la manera tacaña que me vaya. Supongo que esta es el intento número uno.
Pastelito me comentó que el Brontosaurio y Paz, por algún motivo, dejarían de procesar órdenes de trabajo. Serían supervisores. Y, por supuesto, esperablemente, ¿quién se encargaría de sus ocupaciones? Yo. Yo solito.
–¿Por qué?- murmuré como quien contiene un rugido tan grande que contiene los gritos de William Wallace, Conan, los muchachos de 300 y mi primera novia.
Pastelito se encogió de hombros. –Es decisión de la gerencia. Creo que te ven con buen potencial para la empresa y quieren probarte.
Asentí con la cabeza. Si se trataba de una mentira era una excusa estúpida. Si se trataba de algo cierto, era escalofriante.
Pastelito se fue a sentar, sepultándome de trabajo mientras Paz se dedica más que nunca a escuchar canciones de Paulina Rubio y a meterse en foros sobre ella. El Brontosaurio se pasea entre los escritorios, ostentando su inexistente nuevo título. Y su interminable panza.
Después de una semana le agarré el ritmo al asunto. No tendré la calma de antes pero tengo breves momentos de tranquilidad. Algunos emplean estos instantes para relajarse. Bajar a fumar un cigarrillo. Ir a buscar un café. Yo, en cambio, los utilizo para agarrar el martillo y los clavos y empezar de nuevo con los ataúdes. Con la diferencia que, ahora, hay uno más que construir.

lunes, 14 de julio de 2008

Es lindo...

Finalmente. Encontraron el trozo de pescado que había escondido en la rejilla. La mujer que tose despotricó teorías descabelladas sobre gatos que andan por el conducto de ventilación. Supongo que, a riesgo de decir una frase que podría haber dicho Arjona, la negación ciega a la razón.
Lo cierto es que, desde el incidente con el hedor a pescado, cuando habla por teléfono ya no grita sobre lo que el ginecólogo le recomendó. Es lindo saber que si uno se propone una meta puede lograrla. Que la logre pisando la psiquis de alguien más, bueno, eso ya es otro tema. Y uno no de Arjona, por suerte.
Al fin, la calma. Es lindo un lunes que se despereza en silencio. Silencio relativo, después de todo, pues la mujer que tose ya no grita guarangadas pero, como su apodo lo sugiere, sigue tosiendo. Una y otra vez.
Pero ya tendré oportunidad de batallar contra su tos. Ahora es el momento de escaparme de ella. De ponerme los auriculares y perderme en una banda que acabo de descubrir, Aqueduct.
Pero no. Un segundo antes del play, Chipper, uno de los pseudos técnicos que invadieron el piso, lo tuvo que decir a los gritos. –Es que yo acabo en dos bombazos.
–Chipper, te tiro la posta: tenés que mimar al beaver antes de insertarle tu pendrive.- le aconseja un compañero, entre carcajadas. Lo hace sin pudor alguno. No tiene pudor en hablar de sexo a los gritos en una oficina. Y menos con nicks y doble sentidos tan imbéciles y poco originales.
El play y el escapismo y la consiguiente felicidad están a un segundo nomás. Bendito sea el maravilloso descubrimiento del noise cancelling en los auriculares. Pero, antes de clickear play, un segundo antes, tapada, ahogada, me llega la voz de Chipper. –Nah, a la mierda. Si yo pago la cena que el postre esté a cargo de ella.- dice.
Y cierro los ojos y mi dedo aprieta de lleno el play y suena You´ll get yours de Aqueduct. Mientras alegremente canto Decís que no estás tras mi dinero pero últimamente estás actuando raro, planeando mi funeral, eligiendo mi ataúd… se me ocurre qué hacer. Es lindo el sentimiento de elegirle el ataúd a tu peor enemigo. Y es más lindo que este recién se dé cuenta cuando esté adentro.

miércoles, 9 de julio de 2008

Wilfredo Morgan

Esto no puede ser más fantasmagórico. Caminar por una ciudad vacía, infestada por neblina. Meterme en un edificio gigante y desértico. Subir a un ascensor, solo. Y entrar a un piso para encontrar a casi cien personas.
Y no sólo eso.
Sino que hay una gorda tosiendo mientras a los gritos pide que alguien del consorcio del edificio vea porqué hay tanto olor a pescado podrido. Sentirse en una película de Fellini contrarresta la angustia de venir a trabajar en un feriado.
Miro, a escondidas, la rejilla donde dejé el trozo de filete de merluza. Recuerdo mis pasos. Nadie me vio. Nadie se dio cuenta. Algunos empiezan a entrelazar chistes y sospechas sobre el olor y los dichos de la mujer que tose. Bien. Muy bien. Me siento un poquito como Dexter. No. Perdón. Estoy exagerando.
Voy a mi lugar. Miro por la ventana deseando hacer lo mismo. Pero en mi departamento.
–Ey, Chipper-man. ¿Qué pasa?- saluda, a los gritos, uno de los técnicos.
–No pasa nada, no pasa nada.- responde el otro, sin percatarse lo triste de sus palabras.
–¿Todo en orden?
–Todo en orden.- corea el tal Chipper.
Todo en orden.
Ahí está otra vez.
Esa última respuesta, tan metida en el sentido común que nunca reparamos en ella. Esa cuestión de lo higiénico en la vida de uno me pudre. Aparentemente, si todo está en orden todo está bien. Y bien es sinónimo de control, de lo inalterable. De lo previsible.
Y no.
Déjenme decirles que no. No están en orden. Por más que se mientan. ¿O no se dan cuenta acaso? Diseccionan su vida entre un trabajo insípido, una carrera sin futuro, familia, amigos y sus parejas. Y laburan un feriado argentino en una empresa yanqui terciarizada por indios. No pueden estar en orden.
Pero creen lo contrario. Esta gente vive bajo la ilusión del orden. Todos lo hacemos, de hecho. Por eso, si alguien agarra unos aviones y los estrella contra unos edificios icónicos decimos giladas como que el mundo se detuvo. Por más que muera más gente por día en África de sida. Es lo imprevisible lo que nos detiene el mundo.
Y creen que viven en orden... Esta gente necesita caos. Necesita estar cubierta por el polvo de su orden destruido. Y, entonces, habiéndose percatado de sus miserias y su pequeñez, habiéndose dado cuenta que no estaban en orden, sino que se engañaban, que se encontraban desesperados pero amaestrados, entonces, los degollaré. Sí, me siento un poquito como Dexter.

lunes, 7 de julio de 2008

El espeluznante show de la mujer que tose

¡Acérquense, damas y caballeros, acérquense a este gran espectáculo! Sus ojos nunca han presenciado paisaje tan espeluznante. Sonidos tan aberrantes jamás han trepado hasta sus tímpanos. Pues con este maravilloso circo hemos ido hasta el rincón más oculto del planeta. ¡Hemos ido y vuelto! Pero no lo hicimos con las manos vacías. Oh, no. Hemos traído un recuerdo. Un souvenir de lo más profundo del Infierno. ¡Prepárense, damas y caballeros, prepárense y den un pasito hacia acá, hacia el horror, hacia la mujer que tose!
–Tuve que volver al ginecólogo para que me enseñe a lavármela.- empezó ella hoy a la mañana. Continuó con una tos propia de un cavernícola poco recatado. Golpeando el escritorio y todo. –Sí, tal cual. Con manguera y lavandina.- agregó.
Miré mi café. Miré mi medialuna. Fruncí los labios.
–Voy a tener que meterla en el lavavajillas.- prosiguió.
Dejé la medialuna a un costado. –Oh, bien. Calculo que eso dio por terminado mi desayuno.- murmuré.
Pero, al contrario, ella no iba a terminar ahí. Oh, no, damas y caballeros, oh, no, ávidos por lo desagradable, por lo infrahumano, el espectáculo no iba a terminar ahí.
–Voy a tener que dejar de reusar toallitas.- confesó. A viva voz. Como si fuera un asunto nacional.
Me soné el cuello. Y, en esa acción, el diagrama de acciones se me hizo evidente.
Ir a almorzar temprano. Y solo.
Pedir algo con pescado.
Con disimulo, sacar un pedazo del mismo y guardarlo en una servilleta.
Volver a la oficina.
Esperar a que todos se hayan ido.
Protestar sobre la calefacción tropical para justificar mis acciones ante los pocos que estuvieran. Y, entonces, mientras fingía poner cinta scotch en las rendijas de ventilación, dejar el trozo de pescado adentro de la rendija que está encima de la mujer que tose.
Volver a mi lugar.
Y esperar que la invada un aroma tan familiar.
Ah, damas y caballeros. Ah. El valor de la entrada no contempla la secuela de esta historia. Los espero aquí mismo, este miércoles, para presenciar la reacción de la infrahumana mujer que tose. Traigan consigo, de más está decirlo, unas moneditas para poder presenciar el horror. Módico precio para semejante asco.

miércoles, 2 de julio de 2008

Bien

Llego a las nueve menos diez.
No hay nadie.
Nadie.
–Bien.- murmuro. Sólo me falta frotarme las manos para encastrarme en el estereotipo de la maldad. Y tal vez una risa perversa. Pero no, tan sólo me acomodo la mochila al hombro.
Sí, hombre de apenas bolsillos como yo se vio obligado a traer una mochila. Exigencias del oficicio de vengador oficinístico.
Voy, con la mochila, al baño. Levanto la tapa de un inodoro. Saco una máscara de Menem de mi mochila y la pongo adentro del inodoro. Bajo la tapa. Hago lo mismo con el otro inodoro. Voy al baño de mujeres. Hago lo mismo.
Salgo. Aún no hay nadie. –Bien.- reitero.
Saco los vasos de plástico de la cocina y los escondo en los cajones del abandonado escritorio de Gutiérrez.
Lleno el escritorio de uno de los técnicos con post-its llenos de código binario. Espero que alguno sea un insulto.
Vacío un poco más de veinte sobrecitos de edulcorante adentro de un paquete de yerba. Lo sacudo bien para que se mezcle. Lo dejo en su lugar.
Miro alrededor. Aún no hay nadie. –Bien.- insisto.
Saco el cable RCA de mi mochila. Lo conecto a la salida de audio de la computadora de Paz. Lo bajo por atrás de su escritorio. Levanto un cuadradito de alfombra y lo paso por ahí. Pongo el cuadrado encima, como estaba antes. Hago lo mismo con otro cuadradito. Y otro. Y otro. Hasta que el cable RCA llega al escritorio de un técnico pseudo punk. Lo subo por detrás de su escritorio, enchufándolo en sus parlantes. Subo el volumen al máximo. Saco la perilla.
Miro alrededor. Nadie. –Bien. Pero ya fue suficiente.- murmuro. Voy a mi lugar.
Paz llega al minuto. Va, como siempre, a la cocina a servirse un café. Vuelve indignado, bramando que no hay vasitos. Finjo interés. La noticia, tan insignificante, atrapa a los que van llegando. En una oficina la novedad más pequeña puede ser enorme. Pronto las conversaciones se entrelazan con el sonido de los teclados y todo deviene en tedio.
Se escucha un grito en el baño de hombres. Luego, una carcajada. Todos se levantan confundidos. Se escucha un grito en el baño de mujeres. Luego, un insulto. Paz, para enajenarse de este bochinche, pone un CD de Paulina Rubio. Su música plástica estalla a todo volumen en la mitad del piso. El técnico pseudo punk se echa hacia atrás. –¿Qué mierda pasa?- grita.
–¡Bajá eso!- ríe uno.
–N-no p-puedo.- balbucea el técnico, mirando sus parlantes, con la robada perilla de volumen. Revisa en su computadora a ver si se trata de un pop up con audio. Baja el volumen desde ahí.
Paz se rasca la cabeza, buscando una explicación.
Yo me hecho hacia atrás. –Bien.- me felicito.

lunes, 30 de junio de 2008

Lo básico, nomás

¡Ah…! Nada más hermoso que amputar un viernes como el pasado por una gripe y el próximo por un feriado foráneo. Minúsculas vacaciones inconmensurablemente deliciosas. Y merecidas. Muy merecidas.
El piso está infestado. En un recambio absurdo de gente que tipea números absurdos por otra gente que tipea otros números absurdos todo el piso se infestó de técnicos que gritan y se llaman unos a otros con apodos geeks en inglés, hablan de mujeres como si diseccionaran un cadáver marciano que no comprenden y que, por eso, consideran inferior, aplauden chistes sobre drivers y programas y se ríen de una manera que me hiela la sangre. Siempre creí que la risa, la risa espontánea, es la manera menos burocrática de conocer a alguien. Y estos técnicos se ríen de una manera inconfundible. Como aquel que no tiene alma.
No puedo tolerarlos. Nadie acá puede. La oficina está dividida en dos bandos: los sin alma y los nuevos sin alma.
–¡Shh! ¡Chst! ¡Ey!- gritó hoy a la mañana la marimacho de la Patova, con voz de DT enojado, parada con una expresión que acobardaría a un tanque- La vocesita, muchachos. A ver si bajamos la vocecita.
Hay que aplaudir a esa confusión de genomas que es la Patova. Tiene más coraje que William Wallace. Y es más masculina también: no usa pollera.
Los técnicos compartieron una risita. –Chipper, ¿y esa…?- susurró uno.
–Viene más fallada que el Windows Vista.- bromeó otro.
Por eso, por sólo ese chiste, me dije que merecía morir. Y que en mis manos estaba la guadaña.
Esperé a que se fueran todos en patota a comer a Burguer King para pasearme por sus escritorios. Nada elaborado. Lo básico, nomás. Ponerle un poquito de cinta scotch con un papelito en la lectora óptica del mouse a uno. Desconectarle el teclado a otro. Ponerle un escarbadiente roto adentro de la cerradura del escritorio de aquél. Cambiarle las cosas de lugar a ese otro. Lo básico, nomás. Pero si a esta gente tan empapada de números y sistemas le hacés una broma de niños no saben cómo reaccionar. Es como si en ese mural de números verdes que veía Nero de repente apareciera una jirafa. Y es como si a uno, aburrido, fastidiado de este lugar, le hubieran regalado un gatito para jugar. Que le haga mimos o lo trate como el personaje de Poe en El gato negro, bueno, eso depende de cada uno. Yo, sin dudas, elegí este último camino.

miércoles, 25 de junio de 2008

Futuro asesino

Es curioso que me hayan designado como brigadista de la oficina. Justo a mí me encomendaron la seguridad de un lugar que deseo que se prenda fuego y arda hasta que no quede más que las humeantes siliconas de la marimacho del Patova. Es como si una adolescente escotada y tonta le pidiera a Jason que pruebe una sierra eléctrica. Como diría Fontanarrosa sobre eso de hasta que la muerte los separe, es incitación a la violencia.
Y eso es lo que hay acá. Violencia. A rolete. Por más que no parezca. Por más que parezca lo contrario.
Mientras el instructor nos da aún otro curso para brigadistas con su tono pausado y monocorde, inundado de chistes de pacotilla sobre la seguridad –probablemente no exista algo más insípido en el mundo– se la puede sentir. A la violencia. Creciendo y desperezándose como una erección en un boxer roto que no la contendrá. Siento rompiéndose la tela a mi alrededor, imposible de retener la ira que me puebla. Como un Hulk oficinista a quien un rayo gamma de más le rebasó el ADN.
Imagino, entonces, para ganar tiempo. Pienso qué haría. Vivo en el futuro para pasar el presente y entonces ser un brigadista en un curso y no un asesino.
Me imagino pasando al frente como me tocará en breve. Agarrando el matafuego. Pero, en vez de pararme ridículamente a tres metros del supuesto foco de incendio y pretender que descargo el contenido sobre el inexistente fuego, previamente habiendo chequeado que la clase de matafuego aplica al fuego en cuestión, agarraría ese cilindro rojo y lo empaparía con más rojo. La sangre del instructor. Si es que alguien tan anémico tiene sangre. Lo golpearía una y otra vez mientras le grito. –¿No entendés? ¿No entendés que cuando suene la alarma, y suene de verdad y no por un simulacro, voy a pararme en la puerta de emergencia y gritar que de acá nadie sale? ¿No entendés que el fuego me va a morder los talones pero así y todo no cederé mi lugar para prevenir que esta escoria salga? ¿No entendés que estos mediocres sin alma no tienen ninguna virtud para sobrevivir más allá de haber nacido en un sistema? ¿Pensás acaso que sabrían cómo matar para comer o cómo cultivar? ¿Pensás que sabrían sobrevivir sin celulares, Internet, juegos online y pornografía? No. No pensás. ¡No pensás!- le gritaría mientras comprobara la veracitud de mis palabras al darme cuenta que, ahora, el cerebro del instructor es parte de la alfombra.
Giraría, entonces, con el matafuego empapado de sangre hacia los pocos que se habían quedado. Voyeuristas sin alma desesperados por encontrar algo que los toque, que los conmueva. Y, entonces, con una sonrisa maquiavélica desperezándose en mi rostro Rosas yo me acercaría muy despacio Wilfredo Rosas a ellos, muy despacio, pasando el matafuego de mano en mano Wilfredo Rosas para que no puedan—
–Sos vos. Te está llamando, Wil.- me codea Paz.
Giro, confundido. El instructor me estaba llamando para que pase al frente y, entonces, me parara ridículamente a tres metros del supuesto foco de incendio, agarre el matafuego y pretenda que descargo el contenido sobre el inexistente fuego, previamente habiendo chequeado que la clase de matafuego aplica al fuego en cuestión.
Me paro. –Oh, bien.- murmuro. Los sueños del futuro nos acosan en el presente.

lunes, 23 de junio de 2008

Ni una palabra sobre el silencio

Revisé una y otra vez todos los diarios.
Pero nadie dice nada sobre eso.
Ni una noticia breve.
Ni una foto
Nada.
No.
No sé.
No sé porqué.
Y sigo buscando.
Una y otra y otra vez.
Quizás porque quiero entender.
No sé.
A la mañana mi mirada, perdida y aburrida, se apartó del monitor. Recorrió el modesto paisaje que me permite la ventana: este rectangular fragmento de edificios manchados de humedad y aires acondicionados. En ellos, un balcón. En él, una baranda. En ella, las manos de un oficinista. En el aire, un suspiro. Un salto. En la calle, un oficinista. O lo que quedaba de él.
Salieron otros al balcón y se agarraban la cabeza, lloraban, llamaban por teléfono. Algunos sólo miraban.
Giré alrededor. Nadie acá se había dado cuenta. Alguien se había lanzado al silencio. Apenas a unos metros. Y nadie se había dado cuenta.
–Se… se mató.- balbuceé.
Paz giró hacia mí, aún tarareando un tema de Paulina Rubio. –¿Qué pasa, Wil-man?
Detesto esta oficina. Y este trabajo. Pero aún más detesto tener que compartir cosas como esta, o como la muerte de Fontanarrosa, con gente tan… ajena. –Se mató un tipo.- dije mientras caminaba como un zombie hacia la ventana.
Miré hacia abajo.
Pero la metafórica arquitectura de este edificio nos priva tanto del cielo como del suelo. Sólo nos queda el rectangular fragmento de edificios manchados de humedad y aires acondicionados. En el mismo, un balcón. Con gente que aún se agarraba la cabeza.
Paz me preguntó lo que pasó y entonces me vi inundado de preguntas de todo el mundo. Detesto esta oficina. Y este trabajo. Pero aún más detesto tener que contar un suicidio para desterrar el tedio de oficinistas sin alma. ¿Hasta qué punto nos conducirá esta sed por lo divertido? Hasta la comida es divertida según las publicidades. Atroz, simplemente atroz.
Pedí silencio y me retiré al baño. Me encerré en el cubículo. Respiré. Sentí un nudo en la garganta. Cerré los ojos y me pregunté por qué era así. Si era por la impresión visual. O por una repentina sensibilidad con un desconocido. No es que sea insensible pero, seamos honestos, en la ciudad una persona se vuelve paisaje. ¿O nuestra sensibilidad no es acaso castrada cuando vemos alguien echado en la calle y el frío? Si no fuera así, si realmente no fuera así, nos detendríamos con cada uno. Pero no es así. Me pregunté, entonces, por qué el nudo. Y me dije que no era así. Que él no era yo. Que yo no llegaría a eso. Que hay mucho aún. Que estoy empapado de gris pero no ahogado en él. Abrí la puerta del baño y volví a mi lugar.
Miré enfrente. No había nadie en el balcón. Me vino la impresión que el lugar del oficinista ya había sido ocupado. Reemplazado como en un abominable mecanismo industrial. Una tuerca fallada que se cambia. Como si se tratara de una brillante sátira de Charles Chaplin o de Monty Python.
Reviso una y otra vez todos los diarios.
A ver si tuvo otro motivo para saltar.
Un engaño o quizás una estafa.
Una demanda titánica.
Cualquier motivo.
Cualquiera
Menos el
gris

miércoles, 18 de junio de 2008

Ayuda, por favor

A ver.
A ver si.
A ver si me.
A ver si me ayudan.
A entender.
¿...Qué es todo esto?
¿Qué carajo está pasando en la ciudad?
Y no me refiero desde un punto político, económico. Ni del tránsito. Ni del futuro ni del pasado.
Quiero que me ayuden. Pero no quiero oír la palabra campo. Ni retenciones. Ni democracia. Ni plata. Ni impuestos. Ni tierra ni patria. Ni Gobierno.
No.
No quiero eso.
Quiero saber.
Quiero saber nada más.
¿Qué...?
¿Qué carajo está pasando?
Una y otra vez actualizan la página de Clarín a ver si pasó algo. A ver si ya arrancó.
Se pasa la pregunta de clientes a taxistas, de porteros a cadetes, de pasajeros a colectiveros: –¿Ya se armó?
Buscan en el dial anticipar el estallido. Se asoman a la ventana. Salen, los que pueden, al balcón. ¿Y para qué? ¿Por qué?
Escuchan una bomba de estruendo y se codean. –Uy, ahí arrancó.
¿Qué carajo está pasando?
Quizá recuerden...
¿Recuerdan los días que le siguieron al atentado de 11 de Septiembre? Cuando se transmitía por televisión el bombardeo norteamericano en Bagdad.
Son los mismos.
Los mismos que entonces miraban la tele, aburridos, esperando que algo suceda. ¿O no escucharon en ese entonces las conversaciones en el subte? –Me quedé hasta la una despierto pero no pasó nada. En un momento parecía que arrancaba pero después no. Para mí que hoy si se larga.
¿Qué carajo les pasaba?
¿Qué carajo pasa?
Regodeándose en el caos. Hasta ese extremo hemos llegado. Nos tenemos que regodear en el caos para hacerle frente al tedio.
Para mí es eso.
Pero no sé.
Si es así me daría mucha lástima.
Por eso les pido ayuda.
Quiero otra opción.
Necesito otra opción.
Pero algo, algo en el fondo, me dice que es así. Es más fácil indignarse por el calor, o por el frío, que aceptar que está aburrido. ¿O nunca escucharon a alguien que dice que hace un frío insoportable con unos primaverales 17 grados?
¡Por favor!
Es más fácil buscar en diarios una y otra vez, dejar la tele fija en Plaza de Mayo, dragar el dial buscando catástrofes, que aceptar que se está ahogando en el tedio.
Porque esos, esos que pochoclearon con el bombardeo a Bagdag, son los mismos que ahora pegan las narices a la ventana.
Me pregunto... ¿Les interesa saber si el país se va a la mierda? ¿O necesitan desesperadamente esa incertidumbre, esa tensión, esa adrenalina? ¿Tienen un compromiso con lo que sucede o ven la mejor manera de embestir contra su somnolencia? ¿Hasta ese punto condujeron todos los condesciendes en las artes y en los medios de comunicación a nuestras almas? ¿Hasta el punto de necesitar ver algo extremo para poderle hacer frente al tedio que nos empapa? ¿Han castrado tanto nuestro espíritu que sólo eso nos queda? Porque si es así es el fin. El fin del espíritu. ¿Nos hemos rebajado a eso? ¿Somos eso? Una manada de muertos tipeadores. Sentados frente a la máquina. Tapando nuestros bostezos en módicas cuotas.
No. No una manada de muertos tipeadores.
Un ejército.
Levántense.
¡Levántense, digo!
Levántense ahora mismo. Ahora, mientras todo colapsa, mientras los sin alma se pegan a las ventanas o a los monitores, ustedes, que han sabido librarse del tedio justo un instante antes de ser devorados por el mismo, hagan lo único que vale la pena en una oficina. Cortejar finalmente a quien tantas veces se ha mirado.
Por mi parte, agarraré un café. Me acercaré a Victoria. Y que el mundo se derrumbe a nuestro alrededor. Pero lo hará mientras ella sonríe.

lunes, 16 de junio de 2008

Siempre hay un escalón más para descender

La ciudad duerme y yo acá.
Todos demorándose bajo las frazadas y yo acá.
Se puede sentir. Incluso a la distancia y a través de la ventana, se puede sentir. El olorcito a café, a tortas y a facturas de tantos que holgazanean entre películas y libros. O el sol en la cara de quien fue a tirarse a una plaza. O los mates en familia. Las cervezas entre amigos. Los gemidos en pareja. O en soledad.
Y yo, acá.
Pero está bien. Está bien. Son las reglas de juego. Trabajar en feriados argentinos y tomarme feriados norteamericanos. Por más que trabaje en la Argentina. Por más que trabaje en la Argentina para una empresa de la India.
Está bien, dije. Está muy bien, agrego. Porque el 4 de Julio, mientas toda la ciudad se convulsione, yo, solito, me deleitaré en mi casa mirando El Día de la Independencia en FOX.
Maldita sea.
No hay manera de convencerme que está bien.
Contar las horas, de nuevo. Una, dos y... Cuatro. Me quedan cuatro horas hasta las seis. Pero bueno, calculo que no puede ser peor. Ah, sí, la marimacho de la Patova se acaba de sacar un pullovercito para evidenciar que vino con un interminable escote.
Supongo que la moraleja de todo esto es la siguiente: Cuando pensaste que estabas en lo más bajo de lo bajo, le viste las tetas a Rambo. Siempre hay un escalón más para descender.

viernes, 13 de junio de 2008

Todo por rehusarme a ser Francella

En mis cuatro años acá, esta oficina supo ser un Infierno. Un Limbo. Un desierto. Un calabozo. Una burbuja. E incluso, recientemente, una máquina de tiempo.
Hoy es un dibujito animado.
Pastelito está reunido en la sala de conferencia. De vez en cuando sale y va corriendo a su computadora. Se sienta y protesta. –¡Esta no es mi silla!- refunfuña. Se para, atolondrado, busca la suya. Se sienta. Investiga algo en su computadora, lo anota en un post-it y vuelve corriendo a la sala de conferencias.
Espero que cierre la puerta. Voy hasta su escritorio. Ya le cambié dos veces la silla. Esta vez decido dejarla ahí pero sacarle las ruedas. Las escondo en su cajón. Vuelvo a mi lugar. Finjo disimulo y observo.
Pastelito sale corriendo y se sienta. –¡¿Quién es el graciosito?!- protesta. Pero no tiene tiempo de encontrar al culpable. Apenas refunfuña y vuelve a la sala de conferencias.
Sueno mis dedos, como Bugs Bunny antes de tocar el piano. Me levanto, voy hasta el escritorio de Pastelito. Hice esto de la silla tres veces. Si bien Victoria me mira sonriente esperando que lo repita, no quiero sentirme como Francella, obligado a repetirme. Decido subir un poco la apuesta. Desconecto el monitor de Pastelito. Vuelvo a mi lugar. Me siento. Miro.
Pastelito abre la puerta de la sala de conferencias. Va hasta su escritorio. Se sienta. Vuelve a protestar por la silla sin ruedas. Mueve el mouse. Lo vuelve a mover. Mira al mouse. Mira al monitor. Vuelve a mover el mouse. Toca el teclado. Golpea una tecla. Mueve el mouse. Se para. Mira alrededor, desorientado, como Kramer en el final del capítulo del estacionamiento de Seinfeld. Se sienta. Golpea al monitor. Nada. Se para. Revisa el cable. Lo enchufa apropiadamente. Se sienta. Suspira. Anota lo que tiene que anotar y sale corriendo.
Entrecierro los ojos. –Si tan sólo tuviera la cáscara de una banana para dejarla en el medio esto sería perfecto.- susurro.
Me paro. Voy hasta su escritorio. Desconecto, de nuevo, el monitor. Se abre la puerta de la sala de conferencias. Pastelito detiene su trote ridículo. Me mira. Frunzo los labios. Todo estaba tan cerca de ser perfecto.

miércoles, 11 de junio de 2008

Lo que hay que saber antes de salir de casa

De alguna manera, las paredes que circunscriben a esta oficina se volvieron en ese maravilloso DeLorean y me llevaron a la no tan maravillosa época del colegio. Todos están como nenes antes de embarcarse en un viaje escolar. Y el imbécil de Pastelito, la maestra en esta ocasión, nos recorre repartiéndonos reglas y recomendaciones. La única diferencia es que, esta vez, no tenemos como amparo ante su prédica el hecho de pispear su escote.
La excitación se encarna en cuchicheos y en chistes imbéciles. Que tal va a decir en el avión ¿Ya llegamos a la India? una y otra vez como Homero supo hacerlo. Que tal va a probar todas las drogas de la zona. Que tal va a sacar fotos abrazado a gente de ahí, vistiendo una remera que dice Se la come, con una flechita que apunta al desprevenido acompañante de la foto. Que tal va a ir a un restaurante y va a pedir un bife. Que tal teme que nos encierren en una sala de conferencia y nos hagan trabajar 19 horas al día. Que tal asegura que, en caso de ser así, trabajaremos 20 horas siempre sonriendo. De más está decir que este último tal es un tal Pastelito.
Lo cierto es que los rumores y la excitación por el viaje nos pueblan a todos. Me siento, como dije, en la no tan maravillosa época del colegio. Rodeado de imbéciles sobreestimulados sin nadie a quien codear para burlarme de ellos y, mediante la risa, sobrevivir. Me siento más desconcertado que un malabarista manco.
Pero la ventanita naranja con el nombre de Victoria se despereza en la barra de herramientas.

Vic-Vak says:
mi tio esta organizando los pasajes y demas
WR says:
...Ajá...
Vic-Vak says:
digo, donde nos sentariamos y demas... en el avion
WR says:
Ah, no había entendido. ¿Te sentás con alguien...?
Vic-Vak says:
x eso te decia
WR says:
¿Querrías...?
Vic-Vak says:
dale :D

Y, de repente, tengo a quien codear. Aunque prefiero, sin duda alguna, otro verbo.

lunes, 9 de junio de 2008

¿Ya llegamos a la India...?

Siempre pensé que esta oficina era el Infierno. Ahora me desayuno que es el Infierno invertido. Lo cual no significa que es el Cielo. Sino que, por equivocarse, se es premiado.
Así es, hoy nos informaron que por el altercado con NASA vamos a tener que ir a las oficinas centrales de la empresa. ¡A la India!
Aparentemente quieren oír, sin las incomodidades de una conferencia telefónica, todo lo sucedido. Porque no sólo el caos fue titánico, sino que su solución fue desmesurada. Implicó investigar, interactuar con medio mundo. En el proceso, miles de conocimientos inservibles sobre numeritos sin sentido se quedaron adheridos a nosotros. Hubiera sido más divertido si fuera como en Matrix, que te enchufan un cablecito y listo el pollo.
Pero las cosas no son como en la vida. Sino con dos diálogos elocuentes ya estaríamos encamados con actrices despampanantes, cinco tiros en el pecho no sería algo letal, uno interactuaría como personajes como Peter Sellers y Steve Martin y no como el somnoliento Paz. Aunque, supongo, algunas cosas sí son como en las películas. Lo miro al Patova y lo miro a Rambo y no sé diferenciar. En serio no sé. A veces le tiro pochoclos al Patova y le pido a Rambo que revise la orden de instalación de un circuito. Creo que necesito vacaciones.
Pero, más allá de chistes fáciles nacidos por la felicidad que un viaje de semejante condiciones genera, nos vamos a la India. Sí. En plural. Lamentablemente, mi primer paso en el Hemisferio Oriental será escoltado por varios de acá. ¿Cómo será la experiencia? Lo sabrán la semana que viene pues pienso seguir posteando. Aunque supongo que los horarios serán distintos.

miércoles, 4 de junio de 2008

Uno no debería conformarse sólo con un Everest

Suena el despertador. No, no suena. Vomita.
Vomita ese ruido metálico.
Irritante.
Bostezo una mirada que recorre mi cuerpo, desprotegido ante el frío. No sólo soy la única persona que vive en un monoambiente frecuentado por un fantasma, sino que también soy la única persona que vive en un monoambiente frecuentado por un fantasma que lo destapa en la mitad de la noche.
Y también soy la única persona que vive en un monoambiente frecuentado por un fantasma que lo destapa en la mitad de la noche y que ha desconectado a la NASA por error.
Intento.
Intento levantarme pero mi cuerpo opina lo contrario.
Y tiene mucha, mucha razón.
Vaticino lo que vendrá. La mirada higiénicamente iracunda de Pastelito. Los mails. Los llamados. Las conferencias por teléfono explicando lo sucedido. Las promesas de cuán rápido se solucionará todo.
Vaticino lo que vendrá y decido cambiarlo.
Un celular.
Un llamado.
Una excusa.
Estoy contracturado por el stress y no puedo moverme.
Sí, está bien.
Me hundo un rato más en mi cama. A la mierda la NASA. Si son tan inteligentes como nos lo vendieron en las películas que encuentren ellos solitos una manera de arreglar mi error.
Me desperezo con una idea. Soy la única persona que vive en un monoambiente frecuentado por un fantasma que lo destapa en la mitad de la noche y que ha desconectado a la NASA por error y que, antes de solucionado el asunto, tiene la caradurez de faltar con una excusa chapucera. Uno no debería conformarse sólo con un Everest.

lunes, 2 de junio de 2008

Escalerita de absurdos

Una empresa.
Una empresa en la Argentina.
Una empresa en la Argentina de telecomunicaciones.
Una empresa en la Argentina de telecomunicaciones norteamericanas.
Una empresa en la Argentina de telecomunicaciones norteamericanas terciarizada por hindúes.
Una empresa en la Argentina de telecomunicaciones norteamericanas terciarizada por hindúes en la que trabaja un estudiante de cine.
Una empresa en la Argentina de telecomunicaciones norteamericanas terciarizada por hindúes en la que trabaja un estudiante de cine de Lomas de Zamora.
Una empresa en la Argentina de telecomunicaciones norteamericanas terciarizada por hindúes en la que trabaja un estudiante de cine de Lomas de Zamora que acaba de desconectar a la NASA.
Una empresa en la Argentina de telecomunicaciones norteamericanas terciarizada por hindúes en la que trabaja un estudiante de cine de Lomas de Zamora que acaba de desconectar a la NASA por error.
Así es.
Ese es el fin de esta escalerita de absurdos.
Por error, acabo de dejar a 700.000 personas fuera de servicio. Dentro de ellos, la NASA.
Pastelito actúa expresiones de malo. Pobrecito. La Crazy mother fucker se ríe descosidamente como Patán. La mujer que tose, tose. Y vuelve a toser. La marimacho del Patova bosteza sólo para ostentar sus bíceps. Amazon woman, desde sus cuatro metros de altura, larga una carcajada rotunda. Paz, ignorante del caos que me rodea, tararea aún otra canción de Paulina Rubio. Y yo recorro con mis dedos al teclado, preguntándome como, entre partida de solitario y el MSN, logré desconectar a la NASA. Cosas que pasan.

viernes, 30 de mayo de 2008

Es fácil tener principios con el estómago lleno

Hemos llegado a tal instancia del camino que dar el próximo paso sería empaparnos de incertidumbre. De manera tal que, muy cómodamente, estamos transitando lo que nos es familiar, lo que nos es cómodo. Estamos volviendo por donde vinimos.
Inversos a la arquitectura positivista y lineal que alberga los conceptos de Darwin.
Destrozamos el lenguaje con mensajes de textos, con epidemias de errores ortográficos, con castraciones discursivas. Palabras en peligro de extinción. Letras amputadas en medio de pronunciaciones facilistas. Una Babel corrompida que no deja de desmoronarse. Pues de una torre se hace una ruina. De la ruina, escombros. Y de los escombros, barro.
Es en el barro donde ermitaños virtuales se anonadan ante monitores. Fascinados los miran, como un mono incontables almanaques atrás observaba a una roca para darse cuenta que era roca y era herramienta. Pero estos ermitaños no tienen semejante transformación de la realidad. No. Son devorados por el monitor. La roca es roca y canción de cuna.
Y mientras, somnolientos, contemplan absortos cómo bailan en la televisión, como antaño danzaban alrededor del fuego, se acomodan calentitos y cómodos en sus frazadas y dan otro paso hacia atrás. Hacia el mono.
Ante semejante camino supongo que no es muy criticable que yo transite unos pasitos hasta él, hasta Pastelito, para saludarlo falsamente por su cumpleaños y robarle unas facturas que tan deliciosamente trajo. Mierda, es fácil tener principios con el estómago lleno.

miércoles, 28 de mayo de 2008

De vuelta

Existen robos modestos y existen robos descarados, como el que el último comercial de Fernet Branca le hizo a la musiquita de Amelie. O como hice yo, faltando por una fingida tortícolis el jueves y el viernes de la semana anterior para aprovechar que el lunes pasado fue feriado yanqui.
A veces se necesita improvisar unas vacaciones. Las mías fueron improvisadas bajo la clave de sol y de clandestinidad. Pero el retorno a la oficina, lamentablemente, y para seguir con la metáfora musical, fue empapado por el Réquiem de Mozart.
–Tortícolis, ¿eh?- increpa Pastelito.
–Sí, sí.- digo, pasándome una mano por la parte de atrás del cuello- Estaba durísimo. ¿Cómo anduvieron las cosas—
–Tortícolis.- reitera- Justo un jueves y un viernes.
Asiento con la cabeza.
–Tortícolis.- repite- Justo un jueves y un viernes y justo antes de un lunes feriado.
Me encojo de hombros. –La enfermedad no se toma vacaciones.- sostengo. Es temprano, aún no pude tomar un trago del ácido café de acá. Supongo que la elocuencia se me escapa entre los bostezos. Así como el alma se me escapa entre los almanaques de esta oficina. O la femineidad de la marimacho del Patova se le escapa segundo a segundo. En este instante está tan femenina como Patoruzú cambiándole la rueda a una Ford F100.
Pastelito resopla, en un desesperado intento por asemejarse a Cruella de Vil cuando no es más que Winnie the Pooh, y vuelve a su lugar.
–¿Qué pasó?- viene curioseando Victoria, su hermosa y genéticamente imposible hermana.
–El cuello… No lo soporto.- miento- Todo el fin de semana duro estuve.- agrego, adoptando un lenguaje corporal más rígido aún que el de Robocop.
–Pobrecito…- dice, dulce, con un suspirito que haría a Peter Pan lamentar no ser hombre- A ver… Dejáme ver.
Y sus dedos, sus delicados dedos, se posan sobre mi cuello, empapándome con somnolencia y con un torbellino. Cierro los ojos. Para disfrutar. Pero no lo hago del todo. Para verlo a Pastelito mirándome.

miércoles, 21 de mayo de 2008

Las mujeres del ascensor

Está la que, fastidiada, toca una y otra y otra vez el botoncito para cerrar la puerta. Incluso si uno corre desesperado hacia el ascensor. Ella, sin pudor alguno, sigue apretando el botoncito. Y si logramos, cual Indiana Jones, pasar del otro lado con apenas un milímetro de margen, ella resopla y sigue apretando el botoncito. Como si al hacerlo pudiera abrirse una pequeña puertita de la cual salga una mano robótica que nos cachetee por haberla hecho desperdiciar dos segundos de su tiempo. Pues, ajena a la cordialidad, cada piso en el cual el ascensor se detiene es recibido con un gruñido y un frenético presionar del maldito botón.
Están las que se miran en el espejo. Están las que lo hacen con discreción para tal vez acomodar el peinado o la ropa o darse cuenta que tienen que cruzarse de brazos para ocultar que tienen frío. Y están las que creen que se encuentran en la privacidad del espejo de sus baños, acomodando pestañas, lápiz labial y hasta corpiños a apenas unos centímetros del cristal.
Está la que, mientras finge una sonrisa, desea silenciosamente que la primera mujer, la del botoncito, logre cerrar la puerta para acelerar el viaje y no tener que soportar el coqueteo mediocre de su compañero de trabajo.
Está la que habla a los gritos por el celular pensando que así puede desafiar a la ausencia de señal.
Está la que sabe que viste todas las miradas del ascensor y la que se siente un vampiro en un cuarto de espejos.
Está la que inunda al lugar con su perfume.
Está la que desea que él le diga algo. Lo que sea.
Está la gorda que, tanto al entrar como al salir, da pasos lentos y estratégicos para disminuir el balanceo que su peso ocasiona en el ascensor.
Está la que lee el mensajito de texto que está escribiendo alguien más.
Está la que mira de pies a cabeza a otra mujer, deteniéndose en su ropa, su cuerpo, su rostro, su maquillaje.
Está la que habla muy efusivamente de un trabajo insípido sólo para ocultar lo insípido que es.
La que bosteza sin taparse y sin importarle que el mundo entero vea sus amígdalas.
Están las que escuchan música demasiado fuerte y sus auriculares vomitan un ritmo plástico. Algunas bajan el volumen cuando se dan cuenta que otros también pueden oírla. Otras siguen moviendo sus cabecitas, indiferentes ante este hecho.
Está se suena sus huesos con una habilidad casi circense.
La que lleva bajo el brazo el paraguas, fastidiada por el meteorólogo que le mintió descaradamente a la mañana cuando dijo que iba a llover.
Pero ella.
Ella, la que inunda al lugar con el perfume. Me pregunto si ella será la misma que desea que él le diga algo, lo que sea.
Y si yo seré ese él.
La puerta del ascensor se abre. Busco cruzar por última vez su mirada, en vano, y bajo, dejando atrás una estela de cobardía. Ella se queda sola en un ascensor saturado por posibilidades que se bifurcan pero nunca se encaminan.

martes, 20 de mayo de 2008

Hombres de Corrientes y San Martín

Hay unos hombres en la esquina de Corrientes y San Martín que trabajan de repetir todo el día una palabra: cambio. Es categóricamente aburrido su empleo pero supongo que la mayoría de las veces la vida se gana con una rutina absurda. Este ejemplo, el de los hombres de Corrientes y San Martín, es tal vez el más elevado de dicha premisa.
A primera hora de la mañana se plantan enfrente de dichos locales y, hasta ya entrada la noche, transitan invariablemente esa sola palabra. –Cambio, cambio… Cambio, cambio, cambio…
Los negocios, tiempos atrás, contrataron algunos jóvenes más aventurados que oscilaban su oficio entre dos –y a veces tres– palabras. Eran sin dudas más progresistas y este liberalismo desató escándalos.
Cabe destacar que los hombres de Corrientes y San Martín suelen ser cuatro. Seis como mucho. No obstante su reducido número, una gran conmoción tuvo lugar en esa esquina cuando aparecieron los más jóvenes con sus extrañas ideas. –Cambio, cambio… Dólares, cambio… Dólares, cambio. Cambio, cambio.- decían los nuevos hombres de Corrientes y San Martín.
Este agregado, aparentemente insignificante, mereció la desaprobación de los conservadores. Desencadenó en todo tipo de agravios, desde rimas indecorosas con el apellido del progresista de turno hasta el liso y llano golpe en la cara. –A los muchachos de antes nos bastaba con una sola palabra.- clamaban los más viejos, enfurecidos e impotentes frente a un presente que ya se les escapaba.
Como si todo este asunto discursivo fuese una pugna espiritual, las aguas se dividieron en esa esquina. Dos escuelas pronto tuvieron lugar. La conservadora y la progresista. La única diferencia, en un principio, era la inclusión de la palabra dólar por parte de los segundos.
Los conservadores hablaban sobre lo sagrado de la tradición, sobre los significados filosóficos de la sutileza. Los otros se dedicaban a resaltar la libertad de expresión, la caída postmodernista de todo límite y sugerían volver al mensaje en algo menos hermético.
Una gran discusión sobre la hermenéutica tuvo lugar ahí mismo, mientras confundidos clientes ingresaban a los locales para cambiar pesos por dólares.
La escuela progresista no tardó en tener una rama radical que se dedicó a incluir aún más palabras al oficio. –¿Qué tal, caballero? Permítame aclararle que en este local que está detrás de mí, usted, buen hombre, podrá cambiar la cifra que desee de la moneda local por alguna moneda extranjera de su elección, o tal vez al revés, si usted así lo prefiere.- decían los más extremistas.
Este libertinaje desató un caos impensable. Los clientes ya no podían ingresar a los negocios pues los inundaban con panfletos de ambos bandos, los aturdían las protestas por megáfonos y los invitaban a conferencias sobre el tema, instándolos a apoyar a los clásicos o a los progresistas o a los neo-progresistas.
Los radicales acentuaron aún más su verborragia y empezaron a anunciar las casas de cambio sin parar nunca ni utilizar la palabra “cambio.” Se los puede ver aún hoy: son esas personas que van, solas y locas, caminando por la calle mientras hablan consigo mismas. Su destinatario se ha marchado, pero ellos perduran.
No pasó mucho tiempo hasta que los negocios de Corrientes y San Martín notaron que ingresaban cada vez menos clientes a causa de la pugna discursiva. Decidieron despedir a todos los progresistas con el motivo de exceso de pensamiento y se quedaron con los conservadores, quienes lloraron de alegría al volver al pasado.
La esquina pronto se inundó nuevamente con la sonoridad de la palabra cambio, repetida por seis voces hasta la infinidad. En efecto, los clásicos eran más efectivos. Anunciaban todo de una manera clara, trabajaban un año y pico frecuentando la modesta y única palabra una y otra vez por horas y horas, hasta que finalmente se volvían locos y eran reemplazados por otros.

viernes, 16 de mayo de 2008

Una Babel oficinística

No me lo pude sacar de encima, al nuevo, como para postear el miércoles.
El nuevo va a encargarse de las tareas de Gutiérrez y a Pastelito no se le ocurrió idea más feliz que yo sea su tutor.
Lo cual, era de esperar, me irritó.
No porque significaba que yo tengo la pericia suficiente como para enseñar numeritos sin sentido, algo de por cierto lamentable, sino porque el nuevo es... irritante.
No habla en castellano.
Habla oraciones en inglés. Mete acento portugués de vez en cuando. Imita al ritmo cordobés y chileno. Y vuelve al inglés.
Ejemplo: C’mon, Wilfrediño… Mañana es mi birthday and you’re invitado, chaval.
Han degollado a personas por menos.
Esta caravana de máscaras discursivas sería interesante si el nuevo fuera una persona oscura que busca ocultar quién es, como mi asesino favorito, Dexter Morgan. Pero no, el nuevo lo hace simplemente para ocultar la monotonía de lo que dice. Para endulzar los somnolientos diálogos que frecuenta.
Después de la jornada entera del miércoles tolerándolo hoy, viernes, día por antonomasia de libertad y alegría, decidí no tolerarlo más.
Bloqueo el número de mi interno y lo llamo al nuevo.
Lo llamo hablando en inglés pero con acento hindpu. Le digo que soy un manager en la sucursal central de la empresa, en la India. Que la mitad de la empresa está trabajando horas extras por su culpa.
Si el tipo quiere jugar a Babel, juguemos a Babel nomás.
Le pregunto por un número de orden. Me dice que no la encuentra. Le digo que busque mejor, que hay 200.000 números de teléfono fuera de servicio por su culpa.
Balbucea que no sabe cómo podría haber pasado.
Le pido que me pase con su superior. Que esto amerita un despido. Y que esto significa reconsiderar llevar toda la operación a la India.
Él balbucea algo.
Le digo que 200.000 números es inaceptable.
Le pido que se fije en un sistema. Lo hace, desesperado, sin saber qué hacer. Me pide que espere. Me pone en espera. Me viene a buscar. Empiezo a hablar como si estuviera hablando por teléfono con mi vieja. Me pide por favor que lo acompañe. Finjo que le pido a mi vieja que me espere.
Voy con él.
Me muestra el post-it donde anotó el número de orden que le di y el sistema que le pedí. Me dice que no sabe qué hacer. Le sugiero que revise una información.
Vuelvo a mi escritorio.
Vuelvo al teléfono.
Empiezo a levantar mi voz, pidiéndole que me saque de espera. Lo hace. Le afirmo que ponerme en espera es una falta de respeto. Que tiene que solucionar esto de inmediato. Me comenta que no sabe qué hacer. Le pregunto si revisó un sistema. Me dice que sí. Le pregunto si el tomate sigue estando caro. ¿Cómo?, pregunta. El tomate, respondo. Me confiesa que no entiende. ¡Jirafas, jirafas, jirafas!, grito y corto.
Lo miro.
No entiende.
No tiene idea de lo sucedido.
Mira el post-it con la inexistente orden que supuestamente desconectó por error a 200.000 números de teléfono. Mira el teléfono temiendo recibir otra llamada.
Me pregunto si debo arrojarle un post-it abollado en el cual esté escrito que todo era una broma, un rito de iniciación.
Pero me contento.
Si quiere alzar una Babel oficinística, mezclando todos los lenguajes en uno para ocultar la somnolencia de sus palabras, tendrá una Babel nomás. Y lloverán sobre él mails, llamados y post-its en todos los idiomas. Y la lluvia no se detendrá hasta que él, el nuevo, grite en un único y nativo idioma: ¡Basta, la puta madre, yo renuncio!

lunes, 12 de mayo de 2008

Pastelito, como el coloso de Rodas

13:38.
Ya deben estar por venir, me digo.
13:40.
Pucha. Pastelito sigue en este pasillo.
13:45.
Mierda. Me olvidé de hacerlo. Le mando desde la casilla de la recepcionista un mail al de seguridad pidiéndoles que los deje entrar, que son parte de un festejo corporativo.
13:50.
Lleva tiempo. Preparación. Riesgo. Y dinero. Ah, pero qué maravilla el resultado.
13:55.
¡Por favor!
A partir de la masiva escupida que orquesté desde las sombras, Pastelito se ha vuelto uno de esos guardias vietnamitas déspotas que custodian a los norteamericanos buenos y honrados en tantas películas bélicas.
Camina dejando oír sus pasos, a los que violenta contra el piso, para agigantarlos, para que lo confundamos por el coloso de Rodas, enorme y magnánimo entre los grises y pequeños escritorios.
Nos recorre con una mirada asesina, incongruente con los colores disneísticos de su vestimenta. Nos recuerda que es nuestro superior, como el sargento receloso en policiales negros, hostigando al incomprendido detective.
Lo hace con todos y cada uno de nosotros.
Salvo por una excepción.
Su genéticamente imposible hermana, la hermosa Victoria.
Odio. Odio. Odio. Odio. Sonrisa. Odio. Odio. Odio. Odio. Sonrisa.
Porque va y vuelve por el pasillo.
Alterna su expresión empapada de odio por una sonrisa cada vez que pasa por lo de su hermana, para vestirse de resentimiento a tan sólo un paso.
Miro el reloj.
14:10.
Pastelito decide hostigar otro pasillo.
14:20.
Los de seguridad me contestan el mail. Está todo bien. Pido que confirmen comunicándose al interno de Gutiérrez.
14:30.
Finjo disimulo y me paso por el escritorio de Gutiérrez.
14:38.
Llaman los de seguridad al interno de Gutiérrez. Llegaron. Puntuales. Los de seguridad los están haciendo subir.
14:39
Estudio mi reflejo en el monitor. Actúo diversas expresiones de sorpresa. Elijo la que más me gusta y me quedo con esa mueca.
14:40.
Un grupo de mariachis rodea a Victoria y le cantan canciones de amor. Pastelito, de pie, se siente derrumbar. Como el coloso de Rodas.