viernes, 15 de febrero de 2008

Hasta luego.

Y finalmente se me dio. Hace meses que estuve anticipándola. Despojarme de este gris. Que mi rutina no sea atragantarme con mi vida. Finalmente se me dio. Hoy, antes de irme de vacaciones, tengo la tercera entrevista con una productora de cine.
En quince días les cuento.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Imprevisto

Las vacaciones ya casi están a un pasito. Pero, así y todo, Pastelito me dice que tengo que ir.
–Nadie puede faltar al curso de seguridad informática.- me advierte.
Bajo la cabeza y me meto en el ascensor hasta el octavo piso. Voy a la sala de conferencias y me siento en el último asiento vacío. La trainer muestra una presentación en Power Point. –Si alguien fuera de la empresa les pide datos, ¿ustedes qué van a hacer…?
Gutiérrez levanta la mano. –¿No dárselos…?- responde, dubitativo- La información que manejamos es confidencial.- agrega, orgulloso.
–Exacto.- acepta ella.
Me paso la mano por la cara. –Esto va a ser difícil.- me digo.
Y sin dudas lo es. El curso, me había comentado Pastelito, dura una hora. Una hora sobre cómo proteger información que no me importa, y que a nadie le importa, sobre los beneficios de no poder reproducir mp3s, sobre cómo debo denunciar si alguien mira pornografía, o si usa los recursos de la empresa para fines personales, sobre cómo la castración de cualquier pequeña libertad debe ser aplaudida.
El curso eventualmente termina, después de preguntas y polémicas estúpidas de empleados chupamedias. Gente sin alma que necesita mentirse que este trabajo es importante. Me digo, entre las risas y los murmullos y los escándalos anémicos, que tengo que buscar trabajo ni bien vuelva al trabajo. Buscar día a día, hora a hora. Y no detenerme hasta conseguirlo. Me digo que el coqueteo con Victoria no disculpa el gris de este lugar. Que ella me encanta, pero que, así y todo, es tiempo de irme.
Bajo en el ascensor con Gutiérrez, que bromea sobre eso de denunciar a quien mira pornografía. –Hay algunas cosas que no son pornografía, sino arte.- dice.
Yo, apenas, asiento con la cabeza. Salimos del ascensor y ahí la veo.
–Hola.- me saluda sonriente.
–Hola… ¿Cómo andás?- le digo.
Ella va a contestarme cuando el tío de Pastelito la llama y ella se va con él. Me rasco la nuca, confundido.
–Debe ser por una entrevista.- supone Gutiérrez.
Asiento con la cabeza. –Así parece.- acepto.
Y así es nomás. Imprevisto. Le están haciendo una entrevista a la recepcionista.

lunes, 11 de febrero de 2008

Eso, sin dudas, es muy feo

Cuando las vacaciones están a una semana uno se encamina hacia ellas con un precepto: adelantarlas una semana.
Vine a trabajar con la intención de hacer únicamente lo indispensable. Y con la necesidad de saludarla. Porque hoy Victoria volvía a la oficina. Llegué tarde y mientras caminaba hacia mi asiento me debatía entre ir a saludarla primero, evidenciándome ya que no soy de los que saludan a todo el mundo, o ir a mi asiento y, luego de un rato, pasar por su lugar. Cobarde, elegí esta última opción.
Me senté para encontrar demasiado trabajo. Eso, sin dudas, es feo. Pronto noté que el teclado estaba algo desnivelado. Lo levanté y, abajo, encontré un garoto. Sonreí, girando hacia Victoria. –Qué dulce…- me dije- Qué atenta, qué… hermosa.- enumeré, como un tonto enamorado.
Victoria había venido a dejarme, a escondidas, un bombón debajo de mi teclado, como un guiño, como un gesto furtivo de cariño. Nunca un bombón me produjo tantas cosas. Yo no me evidenciaba por cobarde. Ella no lo hacía por seductora. Porque esta pequeña redondez de chocolate y coco escondía un beso, un abrazo, escondía que había pensado en mí, y que tal vez me había extrañado.
No podía. Simplemente no podía dejar de sonreír.
Ya no me importó tener una ridícula cantidad de trabajo por hacer. Ya no me importó que mi cuerpo me pedía a gritos que lo despojara de esta ciudad. La totalidad de mi pensamiento estaba avocada a aquel garoto, y a ella. La dulce y hermosa Victoria.
Pronto la vi aparecer por mi escritorio con una caja de bombones, repartiéndolos mientras saludaba. Me levanté. La saludé con la incomodidad de no saber si abrazarla o no. Y no. No la abracé. Apenas mi mano en su cintura. Pero firme, al menos. Le pregunté cómo la había pasado, que fue la primera pregunta de tantas que se peleaban en mi garganta por salir. Ella me sonrió y me dijo que bien, que la había pasado muy bien. Que muy lindo el tiempo y que si quería otro garoto.
–¿Otro? ¿Cómo que otro?- pregunté, con una sonrisa estallando en mi cara, guiñándole el ojo como para remarcar el secreto de aquel gesto que tuvo conmigo, símbolo de nuestro impronunciado afecto.
Ella me señala al escritorio. –Sí, ¿no lo viste? Mi hermano pasó dejando bombones abajo de los teclados.
Y, con esa frase lapidaria, gira hacia el Brontosaurio que le reclama su quinto chocolate. Mi pecho se derrumba en tan solo un instante. Que uno se equivoque y se sienta caminando por las nubes cuando en verdad está despejado es feo. Pero que la equivocación haya surgido por el anémico, infeliz y retrógrada de Pastelito… eso, sin dudas, es muy feo.

viernes, 8 de febrero de 2008

Casi tarareándolo

–Una lástima.- repetí yo.
Él asintió con la cabeza, frunciendo los labios. –Una lástima.- reiteró, para clavar su mirada en la mía. No dijo una palabra más.
Un estremecimiento me recorrió, frío y caliente a la vez, como si hubiera estado acostándome con una ex novia. Me incorporé en la silla, incómodo, mientras la musiquita de Darth Vader estallaba en mis oídos. Pero tenía que relajarme. Relajate, casi me grité. Me temblaban las piernas. ¡Relajate, sinvergüenza, relajate de una maldita vez!, rugía por dentro. Pero no podía. Simplemente no podía tranquilizarme. ¿Y cómo hacerlo? Eso ojos sin vida hurgaban en los míos. Algo olía mal en todo esto, como chinchulines podridos marinados en leche rancia.
–Una lástima.- insistí yo, en un desesperado intento por acribillar aquel silencio.
El tío de Pastelito volvió a asentir con la cabeza. –Una lástima.
¡Basta!, me grité por dentro. ¡Basta, por favor basta!, lloré. ¡Basta o te juro que me teletransporto a Brasil ya mismo y cazo a tu sobrinito y toda su familia y los descuartizo hasta que sean comida de los peces del Jardín Japonés! A toda la familia salvo por Victoria, claro. ¡Pero te juro que lo hago!, retomé, gritando a viva voz en mi pecho. ¡Y vas a ser el último Pastelito con vida! ¡Así que más te vale darme la indemnización o te juro que decoro esta oficina con tu líquido encefálico y acá mismo se acaba el linaje de los Pasteles!
Él levantó las cejas. Yo, en cambio, me rasqué el cuello. –¿Hay algo que tengo que firmar…?- deslicé finalmente, con una voz finita, finita, como la de Salvatore Di Vita de Cinema Paraíso, entre los gritos de mi pecho y la musiquita de Darth Vader.
–Es una lástima tener que haber llegado a estas instancias, Wilfredo.- retomó- Acá me informaron que te dijeron que íbamos a despedirte con indemnización.
Yo asentí con la cabeza y giré hacia mi teamleader. Él, a su vez, giró hacia otro lado. Quería estrangularlo. Estrangularlo y meterle por la garganta su celular último modelo, y un monitor, y el teclado y la CPU y pilas de post-its, y abrochadoras, chinches y almanaques hasta que tenga a la oficina entera adentro suyo y entonces, recién entonces, levantarlo por mis hombros y arrojarlo a través de esa ventana hacia el vacío. Pero en cambio, me rasqué la nariz. –¿Pasa algo o…?- balbuceé, con la misma voz finita, finita que despertaba aullidos de perros a la distancia.
–Pasa que los hindúes no quieren gastar de más.- me dijo, con un fingido tono de confidencia- Una indemnización tiene que estar justificadísima. Y vos… Vos ya fuiste suspendido una vez, entendé.- arrimó, y mi piel se erizó con terror- Lo que ellos quieren, en caso de despedirte- continuó-, es que te suspenda dos veces más así es con justa causa y cero gasto de más. ¿Entendés?
Quería llorar. Pero, en cambio, asentí con la cabeza. –¿No se puede dibujar—
–No se puede.- negó.
Pasé una mano por mi cara. Me soné el cuello. Me paré. –Bueno…
–Bueno…- repitió él.
Me volví a sonar el cuello. –Al menos ya se me vienen las vacaciones.
Él asintió con la cabeza. –Claro, claro… Uno se asfixia mucho en esta época del año, te entiendo.- dijo- ¿A dónde te vas?
–Mendoza.
–Mendoza, lindo Mendoza.
Fruncí los labios. –Lindo, sí. Aunque una lástima no haberme ido a Brasil. Su sobrina me dice que está bárbaro por ahí.- deslizo.
Él me clava una mirada asesina pero yo, en cambio, le estrecho la mano con una sonrisa. La musiquita de Darth Vader se desvanece en el jazz Brazil. Me voy de su oficina, casi tarareándolo. Si quieren guerra, tendrán guerra.

miércoles, 6 de febrero de 2008

Lástima.

Recién que todo se tranquilizó puedo volver a la computadora y contarles. Es que hace unas horas se me acercó mi teamleader. Una lástima: estaba a punto de batir mi récord en el solitario. Cerré la ventanita justo cuando el posó su mano sobre mi hombro y adoptó una expresión solemne. –Es tiempo.- me susurró, compasivo, dolorido aunque helado, digamos casi con la misma mueca con la que el personaje de Leonardo Di Caprio aceptó su muerte en Titanic.
Yo quise subirme a mi silla y saltar de escritorio en escritorio cantando pomposas canciones de Queen. Pero, en cambio, apenas asentí con la cabeza. –Es tiempo.- repetí, divertido. Una lástima: tenía ganas de cantar algo de Queen.
Bloqueé la computadora y lo seguí. Mientras lo hacía me pregunté si me dejarían volver a mi escritorio. Pensé que debería haberme mandado por mail todos los archivos importantes. Estaba seguro que, después de haber pasado cuatro años en esta empresa, me iban a tratar como un criminal ni bien fuera efectivo mi despido. Sin ir más lejos, cuando echaron a Rivera por haber subido un video porno al disco compartido, lo escoltaron los de seguridad y no lo dejaron ni tocar la máquina. Como si manejáramos información confidencial acá, como si estos numeritos sin sentido que tipeamos día tras día fueran realmente importantes allá afuera, en el mundo real.
Se me ocurrió pedirle a Amazon woman que se logueara en mi PC para mandarme las cosas por mail. Pero luego me acordé que había dejado el Word abierto con el mail que estaba reescribiendo por décima vez antes de mandárselo a Silvina. Calculo que será otra carta más que nunca vestirá la mirada de la mujer a la cual se la escribí.
Me dije que iba a perder todas las fotos, mop3, textos y trabajos de la facultad. Iba a perder todos los mails que había mandado con el Vengador anónimo, así como iba a perder todo los mails que nos mandábamos con la recepcionista. Y las conversaciones que teníamos por el IR Communicator con Amazon woman al comienzo. Sí, las guardé en un notepad. Sí, soy más cursi que Peter Pan. Me dije que iba a perder estos pequeños fragmentos de vida entre cuatro años de numeritos sin sentido. Una lástima, una verdadera lástma.
Llegamos. Mientras caminaba hacia la oficina de RRHH, sentía, de a poco, la musiquita de Darth Vader sonando en mis oídos. Cuando entramos y lo vi, a él, al tío de Pastelito, jefe de RRHH, las trompetas estallaron con toda su oscura fuerza en mi cabeza. Estreché su mano, convenciéndome que sólo él podía sacarme de este lugar. Porque si bien la Fuerza es el camino de lo correcto, el Lado oscuro tiene glamour y, aparentemente, despido con indemnización.
Me indicó que me sentara y así lo hice. Miró una hoja que estaba sobre su escritorio y, luego, centró su atención sobre mí. –Es una lástima tener que llegar a estas instancias.- me dijo.
–Una lástima.- repetí yo.

lunes, 4 de febrero de 2008

De maestra jardinera a mesías.

Aplaude. Como una maestra jardinera buscando la atención de su clase, nuestro teamleader aplaude. –Chicos, chicos…- nos dice, con una sonrisa menos masculina que Sailor Moon- Chicos, chicos… Tengo una propuesta.
–Querés que intentemos sodomizarte con el monitor de 21 pulgadas.- pienso.
Espera a tener los ojos de toda la oficina sobre él. Algo complicado ya que la Crazy mother fucker es bizca. –Chicos…- reitera- Hubo un cambio de batuta acá, todos lo saben. Pero fue desprolijo, por lo cual tuve que ponerme a solucionar problemas a las escondidas para mantener todo esto a flote.- comenta, como si fuéramos a agradecerle- Pero ahora desempolvé la batuta y quisiera saber qué piensan con todos estos cambios.- dice para luego sumirse en un silencio teatral, asintiendo con la cabeza y los labios fruncidos- Pero sé…- continúa, con tonada de político en campaña- Sé que los miden más por la vara del capricho y del prejuicio que por la vara profesional.
–Este puto está obsesionado con las batutas y las varas.- susurra, siempre tan sutil, la marimacho del Patova.
Nuestro teamleader frota sus manos. –Por eso se me ocurrió proponer esto.- continúa, levantando una cajita de cartón para que todos podamos verla- Una urna de sugerencias, de denuncias y comentarios. Todos los días la voy a abrir para leer entre nosotros cada papelito. Totalmente anónimo, para que no sientan presión.

Nadie. Nadie deja un papel en la urna. Pasaron horas y nadie se le acercó. Creo que esperan que él la abra para encontrarla vacía y pasar un papelón delante de todos. Eso o ya saben que en esta empresa cualquier sugerencia es vana. Y ahí está él nomás, hablando por su celular último modelo con el chongo de turno. Ajeno de la vergüenza que se viene en cualquier minuto. Me da lástima, pobre. Abro el Word. Escribo algunas sugerencias para ponerlo contento. Imprimo. Recorto. Con disimulo, me acerco a la cajita de cartón. Los dejo y vuelvo a mi asiento.

Aplaude. Como una maestra jardinera, nuestro teamleader aplaude. –A ver, a ver…- dice, hurgando en la cajita, como si fuera una promotora en un programa de concursos- Un dragón inflable en la mitad de la oficina.- lee, para abollar el papelito y tirarlo- Una pelopincho llena de golosinas.- lee, para hacer lo mismo- Una máquina de cerveza… Un metegol… Heidi Klum… Pastelito muerto… Tallarines, este papelito sólo dice tallarines… Chicos, chicos… esto es algo importante, es su oportunidad para proponer algún cambio.- reta- Acá hay otro, a ver… La empresa debería considerar aumentar— Al fin uno serio.- se interrumpe- La empresa debería considerar aumentar el escote de sus empleadas…- termina, abollando el papelito. Nos mira, negando con la cabeza. –Chicos, chicos…- vuelve a retar- ¿No quieren cambiar nada acá?
Levanto la mano.
Me señala. –¿Sí?
–¿Podemos trabajar de algo que nos guste y cobrar bien por hacerlo?
Se rasca la nuca. –Wilfred, Wilfred…
Frunzo los labios. –Si la gerencia no tiene presupuesto como para completar mi nombre con la o final supongo que tampoco tendrán para aumentarnos el sueldo. Una lástima.
Él ríe. –Wilfredo.- me dice, acentuando la o- El trabajo es tranquilo, el ambiente es tranquilo. Tenés aire acondicionado. No te exigimos. Si no es lo que querés… ¿qué querés?
Me encojo de hombros. Las palabras se me atragantan. Esta maldita vergüenza de hablar en público. Pero así y todo se lo quiero decir. Se lo pienso decir. No, se lo voy a decir. –Que me echen con indemnización.
Sonríe. Asiente de a poco con la cabeza. –Hecho.