viernes, 15 de abril de 2011

La venganza es un plato que se sirve helado

Mr. Charlie Star cree que es norteamericano.

Mr. Charlie Star nació en Parque Chacabuco, donde vivió toda su vida.

Mr. Charlie Star fue enviado por la empresa durante cinco meses a EEUU hace cinco años por un curso.

Y por eso Mr. Charlie Star cree que es norteamericano.

Mr. Charlie Star se toma un bondi para venir a trabajar.

Mr. Charlie Star enfatiza hasta la ridiculez la pronunciación de cualquier mínima palabra en inglés, por más que la misma esté sola en una Pampa de español.

Mr. Charlie Star podría tomarse otro bondi, uno que lo dejara más cerca.

Mr. Charlie Star cree ser la palabra última en cualquier discusión que despunte en la oficina sobre EEUU por haber vivido entre ellos.

Mr. Charlie Star se toma un bondi para venir a trabajar que lo deja a veintiún cuadras de acá pero a sólo dos de un Starbucks, donde desayuna invariablemente. En Starbucks se vende, dice, el café más rico de todo el mundo.

Mr. Charlie Star nació en Parque Chacabuco, donde vivió toda su vida. Salvo por cinco meses en EEUU.

Mr. Charlie Star cree que es norteamericano.

Mr. Charlie Star es la espada de mi venganza contra el gordo Spam por haberme vandalizado el escritorio durante mis vacaciones.

Un cliente fuera de servicio nos retiene a cinco de nosotros junto a mi manager en su escritorio. Él, por supuesto, llegada la hora del almuerzo se desentiende de todo y sale. Poco después de él, los otros cuatro.

Abro su mail laboral y le mando un mail a Mr. Charlie Star.

Le escribo que hay una nueva política empresarial. Que en EEUU están viendo si nosotros podemos hacernos cargo de un team de supervisadores que hay allá. Que Mr. Charlie Star está siendo evaluado para este puesto.

Para eso él debe llamar a un empleado en la sucursal de Retiro (no esta), haciéndose pasar por un supervisor de la sucursal norteamericana.

Debe decirle que ha llegado a la sucursal norteamericana la noticia del vandalismo de un escritorio, que este tipo de comportamiento es intolerable y que habrá una investigación. Le copio el número del gordo Spam. Todos tenemos tres números diversos de teléfono acá. El que le copio jamás saltará en su identificador de llamada. Ni Mr. Charlie Star sabrá que es el gordo Spam ni el gordo Spam sabrá que es Mr. Charlie Star.

Envío el mail.

Borro el mail de la bandeja de enviados. Lo borro de la papelera.

Mr. Charlie Star llama inmediatamente, sin saberlo, al gordo Spam en la otra punta de la oficina. Lo escucho al gordo Spam, nervioso, en su inglés cavernícola tratando de explicar que era solo una broma. Que perdón. Que ama a la empresa. Que cambió de carrera en la universidad para seguir algo dentro de la rama de esta empresa. Que quiere trabajar toda su vida acá. Que perdón y que va a ser mejor empleado que nunca.

Mr. Charlie Star corta y, sonriente, va a festejar en el almuerzo, creyendo que su conversación fue escuchada por autoridades norteamericanas y hasta por Obama, quienes ahora seguramente estarán hablando del excelente inglés que tiene y de cómo parece un norteamericano.

El gordo Spam se queda sollozando.

Voy hasta la computadora de Mr. Charlie Star. No la bloqueó. Nunca lo hace. Abro su mail. Borro el mail que envié desde la computadora de mi manager. Lo borro también de la papelera.

Y salgo a almorzar.

martes, 22 de marzo de 2011

Run fast, gordo Spam!

Ah, volver. Qué verbo.

Ese grieguito que decía que uno nunca vuelve estaba soberanamente errado.

Se vuelve, y esa es la tragedia.

Después de ríos y montañas y aventuras y bosques y casi matarme cruzando un puente colgante, después de eso, volví. Volví, sí, distinto. Volví embadurnado por una capa de tranquilidad. Pero hay fragilidad en ella, ya que es arañada y mordida y masticada por todos de los que son parte de ese verbo maldito: volver.

Todos ellos me empujan de nuevo hacia eso de lo que intenté limpiarme en los últimos 15 días.

Todos ellos.

Todos.

La ciudad con su orquesta de bocinas y chirridos de subte y transeúntes atolondrados y mugre y desesperación.

La oficina con su elenco de intrépidos mamertos, trepadores, anémicos de alma y simplemente pelotudos.

No hay otra forma de describir al gordo Spam. Es un simple pelotudo.

Una vez. Una sola vez fue. Una vez dije que amo a Ellen Page. Que hasta en un papel chapucero como el de Inception la puedo amar. Una sola vez lo dije. Por ese motivo supongo que ahora hay 17 fotos de ella pegadas en mi escritorio. Y ni siquiera son buenas fotos, manoteadas de Google con cierto criterio humorístico. No. Pim, acá está ella. Pum, acá también. Pirím, otra más. Y pam, a imprimir y a pegar.

Y el gordo Spam ríe.

Sí, está bien. Me gustan los amanerados de Death cab for cutie. Todos tenemos nuestras delicadezas. Todos. Te apuesto que Rambo disfrutaría de un baño de espuma. Te firmo que Chuck Norris sonreiría complacido ante un masaje de pies. No el Techno Viking. No hay placer para él más que bailar y matar.

Ahora, ¿lo único que se le ocurre es imprimir un papel que diga “Death cab for cutie rocks!” y pegármelo en mi escritorio? Porque eso hizo el muy simple pelotudo.

Y el gordo Spam ríe.

¿Este es el vandalismo de recibimiento con el que tengo que enfrentarme? ¿Tengo que volver para caer en este Maëlstorm de puerilidad y anemia? ¿No hay respiro?

Ah, me desconectó el mouse también.

Y el gordo Spam ríe.

La capa de tranquilidad que tenía embadurnada cede.

Nos vamos de vacaciones para que, al volver, seamos distintos. Para que nuestros pulmones estén empapados de otro aire y pasen al menos dos meses hasta ser invadido nuevamente por el deseo de remodelar el rostro de nuestro jefe con un monitor.

Pero no. No. Simples pelotudos como el gordo Spam nos arriman su crítica dialéctica a la filosofía de ese grieguito. Se puede volver. Sin burocracias. Se puede volver.

Lo miro. Y entonces la venganza se desnuda ante mí sin pudor alguno. La contemplo. Las curvas de su cuerpo delinean un despiadado golpe que haría ruborizar incluso al Techno Viking.

Y el gordo Spam ríe.

lunes, 7 de febrero de 2011

Pintó el otoño

No se adelantó, arrabalero.

No se equivocó al elegir el día en el cual florecer.

Ni siquiera nos trailerizó lo que se viene.

No, no.

Hoy el otoño nos recordó que nunca se fue. Estuvo escondido tras los desperezados pétalos de las rosas y los jazmines. Aguardó envuelto en el canto de los pájaros. Y, claro, en la sombra de los escotes.

Deambuló amparado por el mayor escondite: su opuesto. Así, entre máscaras primaverales y veraniegas, fue preparando el nido. Lo fue llenando de café y chocolate y películas y melancolías y alegrías y vino y tortas fritas y mimos bajo frazadas y lluvias y mates y poesía.

Lo recorro con la mirada, como si fuese una mujer loca, hermosa y entrañable, acostada desnuda con una mano invitándome y con la otra en mi corazón.

-Si llueve me corto las pelotas.

El gordo Spam nunca tuvo la virtud del timing. Ni de la modestia dimensional. Ni del sentido del humor. O del tacto. Ni del buen aliento. O de la ausencia de un olor a transpiración hermanado con agonía, zorrinos y llantas mojadas.

Lo miro como se mira a quien acaba de arruinar a algo hermoso. Que es como Clint Eastwood mira al mundo.

-Hoy salgo con una minita.- agrega, como si me importara. Supongo que mi impresión de Clint Eastwood no es demasiado correcta. Si entrecerrara los ojos aún más podría pasar como una chapucera imitación de un oriental. Y un crítico vendría a insultarme por racista. Y otro crítico criticaría al crítico acusándolo de racista porque observar que el otro es diferente no es racista si no está empapado de prejuicios u odio pero el escandalizarse ante cualquier despunte de diferencia, el pretender que todos somos iguales, es racista. Y otro crítico criticaría al crítico del crítico acusándolo de racista ya que al lavarse las manos con el relativismo pretende ocultar que siempre hay relaciones de poder que utilizan como una de sus armas a, justamente, el relativismo. Y otro crítico criticaría al crítico del crítico del crítico diciéndole que--

-¿No te parece?

Supongo que el gordo Spam me siguió hablando y entre tantos críticos dialécticos no lo escuché.

Asiento apenas con la cabeza, frunciendo ligeramente los labios y alzando las cejas. Puede pasar como aceptación. Puede pasar como duda. Sonríe. No sé qué vio en mi expresión pero lo convenció. Se levanta con esfuerzo y se va. Lo veo irse. No porque quiero sino porque mi mirada fue atrapada en su campo gravitacional.

Logro desprenderla y la pierdo, una vez más, en el otoño arrabalero que se despereza del otro lado de la ventana. Ah, hogar de poetas menores y de--

-Wilfred. ¿Leíste el mail que te mandé?

¿Cómo explicarle a mi jefe que el Primero de Otoño es un feriado para mí? Asiento apenas con la cabeza, frunciendo ligeramente los labios y alzando las cejas. Me guiña un ojo y vuelve a su oficina.

Me pongo los auriculares. Y juego a hacerle panqueques de banana a esa mujer loca, hermosa y entrañable que es el otoño. Todo lo demás -trabajo, compañeros de oficina, problemas y chismes- que sea apuñalado por la lluvia mientras silbo al dar vuelta los panqueques y ella sonríe.


martes, 4 de enero de 2011

Cuando dos loquitos

Enero deriva de Janarius que deriva de Jano, dios de los comienzos.

Los comienzos se dan donde y cuando se tengan que dar. Pueden ser forzados, sí. Pero precoz será el final también.

Los comienzos despuntan constantemente. Sólo tenemos que tomarlos por la mano e ir con ellos. Pero a algunos los ignoramos. A otros los esperamos hasta que se den de otra manera. Rara vez se dan. A muchos no nos atrevemos.

Por motivos emocionales evidentes a varias personas les agradan los comienzos multitudinarios. Los tranquilizan. Les permiten formatearse. El primero de enero es, sin dudas, el mayor de ellos.

Mi manager es una de estas varias personas. Se vino hoy con botellas de sidra. Ayer había faltado. Repartió vasitos de plástico y propuso un brindis por el comienzo de un buen año y todas esas cosas que se dicen.

Brindamos. Fingimos una risa. Nos quedamos parados charlando como para no desmerecer el brindis. Y porque, también, cualquier excusa que nos mantiene lejos del trabajo es siempre válida.

No quiero darle riendas sueltas a mi paranoia pero creo que el tipo tiene mi nombre en alguna lista. Siempre está buscándome a ver qué hago o qué no hago. Me pispió hablando con ella y vino.

-¿Y, Wilfred?- me lanza, acercándose como un tiburón se abre paso hasta su presa- ¿Qué se cuenta?

Levanto mi vaso. -Genial esto del brindis. Me pone muy contento.

Ella, que la amo, sonríe y me da el pie. Por eso la amo. ¿Cómo no amar a alguien que siempre te da el pie? -¿Sí? ¿Por?- dice. Minimalista su pie, sí. Pero efectivo.

-¿Cómo por? Se casaron Neil Gaiman y Amanda Palmer. Cuando dos locos lindos se juntas hay que brindar.

Mi manager adopta una expresión de desconcierto. -Esto era por el año... ¿Quién? ¿Quién dijiste?

Ella sonríe aún más. -¿En serio? Debe haber sido genial la fiesta.

-¿Los conocés?

-¿Cómo no conocerlos?

La miro con todo el amor que un hombre puede sentir pero disimulado. -Tengo unas fotos que chusmeé por ahí. Si querés te muestro.

-Dale.

Y ahí se queda mi manager, sosteniendo un vasito de plástico con sidra, vistiendo una expresión de desconcierto y brindando solo por un falso comienzo. Salud.