lunes, 31 de marzo de 2008

Volver

Faltar jueves y viernes tiene sus ventajas.
Alargar el fin de semana es una. Otra es volver y encontrarse con algo nuevo.
Un rumor.
Un rumor imposible recorre la oficina. De boca en boca. De teclado en teclado.
Es uno de esos rumores que uno se ríe de su improbabilidad pero, por lo bajo, desea que sea cierto. Como quien mira con los ojos entrecerrados a una película de terror, buscando resguardarse pero, de todas formas, queriendo ver al monstruo.
Se abre la ventanita del IR Communicator y el Patova me da la bienvenida y me agradece. El miércoles habíamos tenido una discusión con Gutiérrez, Paz y el Patova sobre los mejores temas lentos para intimar. Paz, previsiblemente, sugirió no sé qué tema de Paulina Rubio. Gutiérrez y la marimacho del Patova se impusieron con Calling all angels de Lenny Kravitz. Yo arrimé When she believes de Ben Harper. Un temita medio afrancesado que descubrí hace no más de una semana. Y, ahora, la marimacho del Patova me agradece por la recomendación.
Quiero preguntarle sobre el rumor. Si sabe algo. O quizás tratar de ser más indirecto.
Pero me detengo al escucharla. Con una voz débil, casi quebrada. Oscilando entre tararear la melodía y poblar a las notas de palabras. Nothing is as beautiful as when she believes in me, canta Amazon woman.
Giro hacia ella. Me mira, desconcertada. –¿Qué pasa?- apura.
Niego con la cabeza. –No, nada… Esa canción me suena, ¿de quién—
–La verdad no sé.- me contesta desde sus cuatro metros de altura- Sólo sé que es un hermoso tema para besar.
Quiero reírme. Quiero preguntarle si es cierto. Quiero gritar que lo descubrí. Pero tan sólo asiento con la cabeza y la dejo ir.
Un rumor.
Un rumor imposible recorre la oficina. De boca en boca. De teclado en teclado.
Es uno de esos rumores que uno se ríe de su improbabilidad pero, por lo bajo, desea que sea cierto.
Aparentemente, la titánica Amazon woman y la marimacho del Patova cruzaron las fronteras de su enemistad. El otoño, en el fondo, tiene algo de primavera.

miércoles, 26 de marzo de 2008

Sepa disculpar las molestias

Tin-tún… Su atención por favor, Metrópolis informa que la Argentina realiza un servicio limitado entre el campo y la ciudad. Sepa disculpar las molestias.
Una patria de pan y circo. Mientras los de Racing protestaban por el segundo, cacerolas y banderas se batían por el primero. Un duelo improvisado u orquestado, no lo sé. A mi lado, un turista confundido mira al mapa y mira a la Plaza de Mayo y no entiende si estamos en carnaval, si recuperamos las Malvinas o si derrocaron al gobierno. Pero ve gente que corre, ve policías actuando desprolijamente y piensa sacar la foto otro día y, mientras tanto, decide pasar al próximo punto turístico. Estudia al mapa y duda. Se me acerca para pedirme direcciones. –¿Dónde queda el pueblou?
Lo miro y me encojo de hombros. –No soy de acá.- digo.
Él se pierde en la ciudad y yo decido creerme mi ficción. Digo de subirme a un colectivo y después a otro y a otro para volverme ajeno a todo esto. Huir. Pero busco en mis bolsillos y no tengo monedas y sé que nadie me va a cambiar.
Tin-tún… Su atención por favor, Metrópolis informa que la vida realiza un servicio limitado entre los deseos y la realidad. Sepa disculpar las molestias.

lunes, 24 de marzo de 2008

El fantasma atrapado en la máquina

La ciudad vacía, y yo acá. Aunque trato de convencerme que no está tan mal. Me digo que es hermoso viajar tranquilo, que respiro un aire ajeno de bocinas y que puedo caminar cómodamente por la ciudad vacía. Pero no. Preferiría ser parte del vacío y no de la ciudad.
El tiempo, encima, no ayuda. El relojito en el borde inferior derecho de mi monitor avanza lento, somnoliento. Esos numeritos se burlan de mí. Descaradamente me afirman que falta una eternidad para las seis de la tarde. Y que yendo a buscar café, llenando la botellita de agua y revisando diarios y mails no lograré hacer pasar más rápido el día.
O quizás me advierten.
Tal vez los numeritos de ese reloj son la encarnación de un espíritu melancólico atrapado en la máquina. Un espíritu avisándome que vivir esperando a que sean las seis, y que llegue el fin de mes para cobrar, no es vivir sino morir.
Quizás él mismo fue un oficinista resignado. Él también enamorado de la recepcionista, enemistado con su jefe, sintiéndose alienado y ajeno. Y ahora puebla a todas las computadoras, generando consciencia, esparciendo una revolución silenciosa.
Nos grita desde esa esquina del monitor que le prestemos atención a todos esos comentarios de No se pasa más la tarde, Hace dos horas que son las cuatro, ¿Recién las cinco? y Seis menos diez me voy… ya no aguanto más. Nos advierte sobre estos comentarios. Nos dice que no es el tiempo quien es tirano sino el reloj en el cual se despliega el tiempo. Nos grita que la oficina no debería ser el reloj de nuestra vida. Que hay que huir. Que no hay que vivir esperando a las seis y a fin de mes. Que—
Pero lo hago callar.
Escondo la barra de herramientas y silencio su revolución.
Muy lindo lo que decía el espíritu de este oficinista pero estoy con mil cuotas, me subió el alquiler, los huevos de pascua me salieron bastante caros y necesito que llegue fin de mes. Lamentablemente, la metafísica es poética pero poco práctica.

miércoles, 19 de marzo de 2008

Adiós y hola

Quince minutos atrás escribí esto:

Los numeritos sin sentido, después de cuatro años, han logrado castrar mi alma.
Me contento con pequeñeces, con ganar una partida al solitario en la computadora, con que el café tenga menos gusto a napalm o con revivir el recurrente enfrentamiento de la marimacho del Patova y la titánica Amazon woman.
Llega un momento en el cual sobrevivir es morir, en el cual resistir es ser vencido.
Y hoy ha llegado ese momento.
Nada me distingue del gris. Soy un oficinista más.
Los numeritos sin sentido han triunfado. Devoraron y devoraron hasta no dejar nada. Una corbata más en una galería de corbatas y escotes.
Así que, con cien mil ojos detrás, este oficinista conglomerado, pero oficinista al fin y al cabo, se despide.
Este ya no es el diario de una resistencia sino el de un fracaso. Y me niego a prolongarlo.

Ahora, quince minutos después, escribo esto:

Estaba escribiendo mi despedida cuando vino estrechando manos acá y allá. El nuevo. Contrataron a un pibe nuevo que desfila entre los pasillos, disfrutando de las miradas curiosas que lo recorren. Pastelito nos lo introduce, nos pide que le mostremos cómo trabajamos ya que va a hacer lo mismo que nosotros, y se retira.
–¿Y? ¿Cuál es tu primera impresión?- se interesa Paz.
Sonríe. –Estoy muy contento. Por lo que pude pispear, lindo lugar, lindas minas y muy lindo sueldo.- desliza, en un tonito que pretende ser jocoso pero termina siendo molesto.
El Brontosaurio entrecierra los ojos. –Y… ¿cuánto te están pagando? ¿Se puede saber?
El nuevo se echa hacia atrás en la silla. –Sí, lo mismo que ustedes.- dice, para largar la cifra despreocupadamente, como si nada, como si esa cifra no fuera quinientos pesos mayor que nuestro sueldo.
Lo miramos en silencio, asintiendo con la cabeza, para después, de a poco, uno a uno ir girando hacia Pastelito.
A veces, en la más profunda de las miserias, una miseria más es un empujoncito para salir.
Así que, damas y caballeros, este oficinista conglomerado vuelve a plantarse en lo más profundo del gris y clavar la bandera del grito ahogado.

La guerra recién ha comenzado.

lunes, 17 de marzo de 2008

El oficinista conglomerado

Cien mil.
Mi rostro tiene doscientos mil ojos y mi garganta encierra cien mil gritos.
Mis angustias, mis venganzas y miserias repartieron el redondo número de cien mil entre aplausos y abucheos. Y entre tibios intermedios.
Pero así y todo, con esa multitud detrás, acá apenas soy un par más de manos que tipean unos numeritos sin sentido. No más.
No hay carnaval de gritos ahogados.
No hay cien mil lectores. Apenas hubo una lectora que ya no está.
No.
Acá sólo hay soledad.
Hay soledad.
Hay números sin sentido y soledad.
Mientras el cielo gris se filtra entre las cortinas.
Cien mil.
Carajo.
Impensada cifra.
Hay que aflojar un poco con los numeritos sin sentido y el pesimismo y descorchar. Y brindar. ¡Cien mil, carajo, cien mil! Hay que brindar y que el carnaval de gritos ahogados desfile por acá, entre las computadoras.
Me levanto y voy hasta lo de la marimacho del Patova. Finjo hablar con el Brontosaurio mientras clavo mi mirada en sus techas recién hechas. Ella se da cuenta y tose para llamar mi atención.. –¿Qué mirás?
–Nada. Perdón.
Ella chista. –Pajero.
Improviso una risa. –No miraba por eso, perdón.
–Ah, ¿y porqué entonces?- pregunta, incrédula- Pajero.
–Perdón. Nada más quería ver si Amazon tenía razón.- balbuceo, para amagar a irme.
Ella me agarra del brazo. –¿Qué anduvo diciendo esa freak?- gruñe.
–Nada. Perdón si te incomodé.
–¿Qué anduvo diciendo sobre mis gomas?- insiste.
Actúo duda. Niego con la cabeza. –Perdón, no puedo... Pero si querés saber preguntale a cualquiera.
–¿Cómo a cualquiera? ¿Esa giganta anduvo hablando?
No le contesto. Me voy como quien sale de la cocina dejando la olla hirviendo sin echar todavía los fideos. Me pregunta por el IR Communicator pero le digo que no puedo contarle. Que ya me suspendieron y que no puedo arriesgarme. Y la dejo hirviendo e hirviendo hasta que la olla tambalee por la presión para golpear a la pared, se abra la alacena y los fideos caigan solos adentro.
Ahora sí. Brindemos. Brindemos y esperemos.

miércoles, 12 de marzo de 2008

Sing for me

Lo tuvo que decir.
Paz tuvo que dejar sus auriculares a un lado, echarse atrás en su silla y decirlo. –La verdad, no hay mejor cantante que Paulina Rubio.
Y Gutiérrez saltó a contestarle. Gutiérrez, el que aún hoy tararea diez veces por día a Hakuna matata, tuvo el descaro de opinar con suma seriedad. –Para mí, es la de Evanescence.
Inesperable elección, me digo. Hubiera apostado mi brazo que iba a elegir a Celine Dion, Mariah Carey o alguien así. Pero no. Agradezco no haber apostado y, con mi brazo aún unido a mi cuerpo, sigo escuchando.
–No. Paulina Rubio es insuperable.
Gutiérrez niega con la cabeza. –No existe mejor balada que My inmortal de Evanescence. Ahí la mina esta se pasa. Aparte Evanescence es la primera banda que mezcla rock con esa onda a música clásica.- dice sin tener la menor idea de lo increíblemente equivocado que está.
Yo busco en mi reproductor de mp3. Y, mientras tanto, subo el volumen y apunto hacia ellos mis auriculares obscenamente grandes.
–Paulina Rubio es la mejor.- repite Paz, como un niño.
–La de Evanescence.- insiste Gutiérrez- Esa mina se canta todo—
Lo interrumpo poniendo play. Y Sing for me de Tarja Turunen inunda el aire, acallando la discusión.
Paz espera un rato. –Me quedo con Paulina Rubio.- desliza.
Gutiérrez mueve su cabeza, aún sin decidirse. –Es que My inmortal…- balbucea.
Necesita pop. El tipo necesita pop. Le pongo I walk alone de Tarja Turunen. Entonces Gutiérrez marca el ritmo con el pie. –Esta me gusta más.- confirma, y me pide que le anote el nombre de la banda. Se lo anoto, esperando que este sea el fin de su constante tarareo de Hakuna matata.
Victoria me contacta por el IR Communicator y me pide que suba el volumen, confesándome que ama a Nightwish y no había escuchado nada del disco solista de la ex cantante. Subo nomás y empezamos a hablar del tema.
Me siento en la película Las vírgenes suicidas cuando el grupo de chicos y de chicas escuchan una misma canción, reunidos en casas diferentes, abrazados a la distancia, recordándose, deseándose.
No me doy cuenta y I walk alone se sucede en el aplanador riff de Claran’s Well. Pastelito no tarda en aparecerse. –¿Qué es todo este ruido?- patotea.
–Perdón, estábamos en una discusión sobre qué cantante—
Golpea con sus nudillos a mi escritorio. –Esto es una empresa de telecomunicaciones. No la redacción de la Rolling Stone.
Quiero enrollar el número más gordo de la Rolling Stone y nalguearlo con el mismo, gritándole que es un caradura que faltó tres meses por una gripe, que puede concedernos diez minutos para hablar de algo interesante entre tanto numerito sin sentido, que no tiene la menor idea de música, y que seguro escucha las canciones de Palito Ortega. Pero, en cambio, acepto con la cabeza y bajo el volumen.
Pastelito se encoje de hombros. –No sé cómo pueden escuchar eso. Eso es ruido.- reitera.
Quiero preguntarle si le gusta Palito Ortega pero, en cambio, agarro los auriculares. –A tu hermana le gusta.- deslizo.
–¡¿Qué?!
Pongo play.

lunes, 10 de marzo de 2008

Ahora sí

A veces empiezo los lunes con una sonrisa. Escucho a mi amada Vashti Bunyan y me siento, por algún motivo, feliz.
A veces, no.
Esas veces repto entre la gente y la mugre, deseando ser Sweeney Todd para degollar el cuello de ese que me codeó, y de esa que me pisó, y de ese otro que me miró mal, y del viejo que no me quiso dar el vuelto en monedas y del que me obligó a quedarme trabajando hasta tarde y de todos y cada uno de los que se crucen en mi camino. Rebano acá y allá, cantando “Hay un agujero en el mundo como un gran hoyo negro y está lleno de gente que está llena de mierda y las alimañas del mundo lo habitan” y la sangre se derrama sobre las calles hasta hacer de esta ciudad una Venecia porteña, y roja.
Hoy es una de esas veces.
Pero no puedo cumplir semejante fantasía: no tengo navajas de plata. Por lo tanto, me siento, inundo mis auriculares con mi amada Vashti Bunyan y espero a que mi sonrisa emerja.
En vano.
Mando mi CV acá y allá, desesperado, pues el dueño de mi departamento me subió el alquiler y necesito más dinero. Bastante más. Y lo pongo en la remuneración pretendida. Ahí está. Una cifra ridícula de dinero para pagarle a alguien aún no recibido que trabaja en una empresa tan absurda como esta desde hace cuatro años.
Lo veo venir. Minimizo. Pastelito se detiene a mi lado. Me saco los auriculares y lo miro. Él señala con su cabeza a la sala de conferencias. –¿Podrías venir un segundo?- me pregunta.
Quiero gritarle que no. Que tengo que seguir buscando trabajo. Que tengo que salir de acá. Que hay un agujero en el mundo como un gran hoyo negro y está lleno de gente que está llena de mierda y las alimañas del mundo lo habitan y que ese lugar es esta maldita oficina. Pero apenas asiento con la cabeza y lo acompaño. En el camino, busco sobre los escritorios algún lápiz, chinche o cuchillo de plástico para reemplazar a las navajas de plata de Sweeney Todd. Pero no encuentro ninguno. Entro con Pastelito a la sala.
Él empieza a venderme la empresa. Que los progresos, que nuestras expectativas, que la perspectiva a futuro. Lo miro y fantaseo con ahorcarlo mientras le grito que no me interesa la perspectiva a futuro, porque eso implica tener una retrospectiva y si llego a mirar hacia atrás para confirmar que estuve cuatro años en esta maldita empresa insípida tanta sangre inundará a las calles que Buenos Aires no será Venecia, sino la Atlántida.
Pero me contengo.
Y me lo dice. Pastelito me muestra la hoja y me lo dice.
Frunzo los labios. Firmo. Creo que no existe peor noticia que una buena noticia en el contexto inapropiado. Me subieron el sueldo. Pastelito estrecha mi mano y siento la suciedad y la insipidez trepándose por mi piel. Guardo la carta en mi bolsillo y vuelvo a mi escritorio. Me siento. La voz dulce y delicada de Vashti Bunyan se filtra por los auriculares. Apago la música. –Ahora sí estoy atrapado acá.

viernes, 7 de marzo de 2008

Así son las cosas

Y así es la cosa por acá nomás: el que no abre la boca, la paga. Sin dudas, a la distancia uno no puede hacerse valer. Así que, por haberme ido de vacaciones la tengo que sufrir ahora.
Como si la ridículamente breve cifras de quince días en un año no fuera suficiente, cuando uno vuelve no sólo debe enfrentarse con el gris, el trabajo y la ciudad, sino con esto. Hoy y el próximo viernes me toca hacer la guardia desde la una del mediodía hasta las nueve de la noche.
Lindo recibimiento.
Preferiría haber sido recibido únicamente con la absurda noticia del implante de siliconas que se hizo la marimacho del Patova.
Pero no. No.
El otro viernes, mientras todos van a estar batiendo creencias con billeteras para decidirse si comprar o no pescado, yo estaré acá, trabajando, hasta las nueve de la noche.
Y lo mismo con el lunes que le sigue. Un feriado que también me será ajeno. Son esas paradojas de la globalización. Trabajamos en los horarios de los yanquis pero no cobramos en su moneda.
Increíble.
Y encima el tipo anda silbando. Pastelito digo, mi abominable teamleader que decidió recibirme de esta manera.
Quisiera sacarle su sweater de tonalidad pastel y pasárselo alrededor del cuello y tirar y tirar mientras su rostro atraviesa una sucesión caricaturesca de colores. De pastel a rojo a azul a blanco. Y de ahí nunca más a pastel. Arrojaría entonces a su cuerpo sin vida por la ventana y que quede suspendido entre el cableado desprolijo que une a los edificios. Y que pájaros carroñeros vengan de otras latitudes y hagan un festín con su cuerpo. Aunque probablemente yo deba, antes, arrojarle unos calditos saborizados Knorr arriba, porque algo me dice que su carne será tan insípida como su personalidad.
Se lo voy a decir. A Pastelito. Le voy a decir que es una injusticia que me haya encajado de prepo estas dos guardias. Que no pude decidir. Que es lo mismo de siempre. Ser pisoteado. Ser ignorado. Ser violentado.
Interrumpe su silbido. –¿Todo bien?- me saluda Pastelito.
–Todo bien.- balbuceo, y él se va silbando.
Y así es la cosa por acá nomás: el que no abre la boca, la paga.

miércoles, 5 de marzo de 2008

Hipótesis se buscan

Diversas. Absurdas. Disparatadas. Desesperadas por alcanzar la verdad. Así son las hipótesis que recorren a toda la oficina. Hipótesis que buscan explicar por qué la marimacho del Patova se hizo las tetas.
Uno fácilmente puede decir ¿por qué no viven y dejan vivir?, o ¿qué andan inmiscuyéndose en vidas ajenas, acaso no tienen vidas propias?
Pero entiendan.
Entiendan.
Es como si, de repente, Schwarzenegger se apareciera con lolas. Es como ver a Stalin en escote. O como ver a Rambo en tutú rosa haciendo un pas de trois en el ballet El lago de los cisnes. Es ilógico. Impensable.
La hipótesis más chapucera sostiene que su amante lésbica le pidió que se las haga.
La hipótesis más elaborada traza una similitud con cierto capítulo de Dr. House en el cual una aspirante a astronauta se hace un implante de siliconas para ocultar la cicatriz que deben hacerle para removerle un tumor. El hecho de encontrarse involucrada con la Fuerza Aérea explicaría, afirman los adeptos a esta teoría, la obsesión del Patova por entrenar casi enfermizamente en el gimnasio.
Otros, en cambio, sostienen que el Patova es una mujer heterosexual de repente se dio cuenta lo abismalmente lejos que se encontraba de su feminidad. De esta manera, creyó que se acercaría a este ámbito al agrandar sus pechos, atributo ligado tanto a lo erótico como lo materno –que, a su vez, en el imaginario social ambos se encuentran vinculados casi exclusivamente al mundo femenino–.
Unos sostienen que se hizo las tetas porque, entre whiskys y ginebras, perdió una apuesta en el bar portuario de marineros y malhechores al cual asiste.
Yo, por lo pronto, me encuentro enteramente desconcertado. Así que les agradecería que me arrimaran sus hipótesis.

lunes, 3 de marzo de 2008

Retorno impensable

Alguien dijo alguna vez que al volver de vacaciones el alma se tarda unos días en regresar. Siendo ateo, me tomo el atrevimiento poético de preguntarme qué hará volver a mi alma. ¿Serán las cosas que me fascinan o las que me irritan?
¿Será este otoño arrabaleramente precoz o será los imprudentes portadores de paraguas que andan arremetiendo contra la melancolía y los ojos ajenos?
¿Será que estuve quince días desconectado de todo, ausente de celular y de mails, o será que justamente por eso los de la productora de cine contrataron a otro al no obtener ninguna respuesta mía?
¿Será el reencuentro con la recepcionista que está demandando a la empresa por su despido o será Silvina, la que casi me arranca un ojo con su paraguas, que bostezó un no sé cuando le dije de vernos?
¿Será la delicada belleza del cuello de Victoria o será la mujer que tose y tose y no deja de toser?
La verdad, no lo sé.
Creo que si el alma vuelve es por costumbre o por sorpresa. Y si volvió a mi pecho recién fue, sin dudas, por este último motivo. No hay nada tan impensado. No hay nada tan impredecible. No hay nada tan descabellado. Pero a veces la realidad es así: excesivamente absurda. Damas y caballeros, la marimacho del Patova se hizo las tetas.