miércoles, 30 de abril de 2008

Uno menos

Miércoles 11:10.
Estudian despedir a la Patova.

Miércoles 11:00.
Despiden a Gutiérrez.

Miércoles 10:00.
Gutiérrez le encaja una trompada a la marimacho del Patova. La Patova se toca el labio. Mira a la sangre en sus dedos y se contiene. Sabe que puede destrozarlo pero se contiene.

Miércoles 9:50.
La Patova imprime la foto de Gutiérrez masturbándose en el baño y la distribuye en la oficina.

Miércoles 9:30.
Llego al trabajo. Me digo que va a ser un buen día.

Martes 20:00.
Desde el mail del Vengador Anónimo le mando la foto de Gutiérrez masturbándose en el baño a Paz y a Patova, los con copia oculta.

Martes 19:45.
Saco una foto a Gutiérrez masturbándose en el baño.

Martes 19:44.
Me digo de hacerlo. Me paro despacito sobre el inodoro. Pongo en mute el celular, lo elevo apenas sobre la pared del cubículo y... click.

Martes 19:43.
Entro muy despacio al baño y ahí está. Obedecedor, como dijo.

Martes 19:42.
Desde la computadora de Gutiérrez le mando un mail a la marimacho de la Patova, increpándola a que se tranquilice.

Martes 19:40.
Le digo a Gutiérrez que vaya a tocarse al baño. Él acepta, confiándome que le encanta obedecerle a una mujer.

Martes 19:30.
Gutiérrez me confiesa que no aguanta más. Que le hierve la sangre.

Martes 19:00.
Invento fantasías sexuales muy pornográficas pero redactadas de una manera muy tímida y dulce.

Martes 18:50.
Gutiérrez me miente que no hay mejor momento para hablar que ese. Que se quedó solo en la oficina. Y que lo hizo para hablar conmigo.

Martes 18:45.
Le digo a Gutiérrez que me gusta mucho hablar con él.

Martes: 17:00.
Gutiérrez vuelve a hablar conmigo.

Martes 16:50.
Gutiérrez va hasta lo de la Patova. A viva voz asegura que no se toca en el baño, que no ande diciendo estupideces y que no acuse nunca a nadie sin tener pruebas.

Martes 16:40.
La marimacho del Patova reenvía un mail que le mandé desde la casilla del Vengador Anónimo en la cual se enumera las cosas que pasaron en la oficina y de las que nos olvidamos. El que miraba pornografía, el que meaba la tabla del inodoro, Pastelito y su gripe interminable, el muñequito de Homero Simpson del Brontosaurio, el amorío entre el Brontosaurio y la mujer que tose, los delirios de poder del teamleader ahora casi desaparecido bajo la sobra de Pastelito, y que Gutiérrez se toca en el baño.

Martes 15:01.
Gutiérrez me confía haberse muerto de amor.

Martes 15:00.
Gutiérrez me confiesa que compartimos el mismo gusto en blogs y en música. Subo la apuesta y le comento que alguien que realmente me gusta es el poeta William Blake.

Martes 11:00.
Agrego a Gutiérrez con una cuenta de MSN falsa, haciéndome pasar por mujer.

Martes 10:00
Llego al trabajo.

Lunes 16:41.
Voy hasta la computadora de Gutiérrez. Me anoto su cuenta de MSN. Busco entre sus MP3 y me anoto las bandas que pareciera más escuchar. Reviso los favoritos del Explorer. Apunto los blogs y páginas que seleccionó. Tiene todos los textos online del poeta William Blake. Curioso.

Lunes 16:40.
Como buen brigadista, me aseguro que no haya quedado nadie en el piso. Vuelvo a sonreír.

Lunes 16:30.
Suena la alarma del simulacro de incendio. Sonrío.

lunes, 28 de abril de 2008

Desatar el infierno

Los oficinistas son como zombies. Sólo que, en vez de reptar buscando cerebros, avanzan con paso entumecido cazando rumores.
Que embaracé a la Patova. Que somos novios. Que fue una mala jugada de mi parte para darle celos a Victoria. Que me volví gay. Que quise suicidarme en ese beso.
Pero está bien. Que hablen, que hablen. Ya les arrancaré las lenguas.
Miro el reloj. Falta una eternidad. Levanto la vista. Paz, después de lo que lo hice sufrir, tiene el descaro de sonreír. Y de sonreír maliciosamente. –¿Cuánta verdad hay en que están saliendo?- me pregunta, con tono que pretende ser confidente.
Lo demuelo con la mirada. Paz es como esos periodistas que aparecen en películas situadas entre 1930 y 1950 que, luego de hacer un par de preguntas, salen corriendo atolondrados a una cabina de teléfono para contar lo sucedido. Tan sólo que la cabina con las décadas cambió a la ventanita del MSN.
–No hay verdad en nada de lo que se dice acá.- musito.
Él sonríe. –Porque me llegó el rumor que—
–Y a mí me llegó el rumor que tu novia te dejó y no sabés qué hacer con tu vida.- interrumpo.
Paz baja la mirada y se sienta, taciturno. Sí, la gente puede sentarse taciturnamente.
Miro el reloj. Falta una eternidad para las cuatro y media. Para el simulacro de incendio. Para, en mi estúpido rol de brigadista, ser el último en irse del piso. Para desatar el infierno entre estos zombies sin alma.

viernes, 25 de abril de 2008

Burn, baby burn!

Rambo se enfrentaba al frío, al barro y al dolor. Pero persistía en su venganza. Charles Bronson era abatido por la soledad, por el recuerdo de su esposa y de su hija. Pero persistía en su venganza. Schwarzenegger lidiaba con un monstruo invisible que asesinaba a todo el mundo en la mitad de la jungla. Pero persistía en su venganza.
La tenían muy fácil.
No se tenían que enfrentar con lo que me tengo que enfrentar yo. Más temible que el dolor, que recuerdos atormentadores y que monstruos invisibles que coleccionan cráneos.
No se tenían que enfrentar con la marimacho del Patova enamorada de ellos.
Se para al lado mío. Juega con su pelo, en un titánicamente ridículo intento de ser seductora. Es como si Stalin se hubiera dejado un bucle y lo acariciara mientras me hace ojitos.
–¿Sí…?- apuro, incómodo. Quiero que se vaya. Mi venganza contra Pastelito está a punto de empezar y está arruinando todo.
Ella sonríe. –Nada.- dice apenas, y sigue jugando con su pelo.
La miro, perplejo. Es menos femenina que Patoruzú. Resoplo. Giro hacia mi computadora y finjo revisar un Excel. Subo y bajo. Tipeo numeritos sin sentido. Pero ella sigue ahí.
Maldita sea.
Se acerca la hora en la que Pastelito se va a almorzar. Este es el momento justo. El momento que estuve esperando ayer y hoy. Y esta marimacho no se va.
–Eh… ¿Te puedo ayudar en algo?- le pregunto, con un tono seco, para ahuyentarla.
Ella niega con la cabeza.
Me digo que apenas mi tono seco no va a ahuyentarla. Debe estar acostumbrada a que la ahuyenten hordas de campesinos con antorchas y rastrillos. Entonces toso. –Mirá, estoy medio ocupado.- comento- ¿Me podés decir qué buscás acá?
Sin pedir permiso, sin sutileza y sin lentitud que me permita esquivarla me encaja un beso en la boca.
¡Argh!
Me echo hacia atrás.
Quiero gritarle.
Gritarle e imitar la secuencia de Jim Carrey en Ace Ventura cuando se da cuenta que se acostó con un hombre. Pero un gramo de humanidad y de cordialidad aún perdura en mí. Por más que las risas y los aplausos me rodeen. Entonces, apenas, contengo la expresión de asco que se apodera de mi rostro y freno el impulso de escupir.
Mientras deseo que me devore la tierra, o el piso de abajo, en este caso, lo veo pasar a Pastelito. Las risas me nublan la visión. Pero ahí se va. Es demasiado tarde. Demasiado tarde para la venganza que estuve planeando por dos días.
No sé dónde esconderme.
Y la marimacho sigue a mi lado, confusa, sin entender las risas y las burlas de todo el mundo. Porque todo el mundo está de pie. Todos. Y yo que iba a defenestrar a Pastelito en mi honor y en el suyo también.
Me digo que no. Que voy a cancelar mi venganza. Los voy a despojar de mi estandarte. Todos. Van a arder todos.

miércoles, 23 de abril de 2008

Apenas

Mi teamleader puede psicopatearne.
Mi teamleader puede hacerme venir a trabajar un domingo.
Mi teamleader puede cagarme con la evaluación de desempeño.
Mi teamleader puede asignarme más laburo que al resto.
Pero yo puedo despertar una carcajada en su hermana, carcajada acompañada por su mano que se posa sobre mi antebrazo, y también en ese preciso momento puedo cruzar la mirada con él, y entonces está todo bien.
Viene disparado hacia nosotros, como un misil yanqui hacia un edificio civil.
–¿Qué está pasando?- increpa Pastelito.
–Nada.- dice, con una sonrisa que estalla en su rostro, su hermana Victoria.
Pastelito se para excesivamente cerca de mí y me recorre con la mirada. Como si fuera esos oficiales que insultan a los que están empezando en el ejército y les hacen hacer doscientas flexiones antes de desayunar. Con la excepción que no tiene ese poder. Aunque crea lo contrario. Algo tal vez más peligroso. –¿Qué le dijiste?- insiste.
No puedo contarle eso. Le dije a Victoria que Paz faltó ayer y hoy porque quería seguir los pasos de Pastelito, que faltó una absurda cantidad de tiempo por una gripe, para convertirse en teamleader. Simplemente me encojo de hombros.
–¿Qué chiste le contaste? ¿Eh? Contámelo a mí así nos reímos todos juntos.- gruñe, con el mismo discursito de una maestra enojada. Sin dudas le gusta encarnar figuras de autoridad. Tal vez tenga algún problema con su padre. Me digo que tendré que indagar en este asunto para volver su vida miserable. Pero me está apuñalando con la mirada y tengo que contestarle algo.
–Ningún chiste.- apenas balbuceo- Estábamos hablando sobre el trabajo. El trabajo puede ser divertido.- aclaro- Lo dice los panfletitos corporativos que nos dan cada mes.
Pastelito tiene el descaro de dar un paso hacia delante. Siento su respiración, ácida, ensuciándome. Me grita en silencio. Me sueno el cuello, incómodo. –Sé que querés darme un besito pero—
–Escuchame.- interrumpe- No te pases de vivo.
Niego con la cabeza. –No me paso de vivo. Pasarse de vivo sería faltar días y días y semanas y semanas y meses por una gripe. Por ejemplo.
Ahora es él quien se suena el cuello. Con un grito contenido, me hace pasar a la sala de conferencias.
Hace veinte minutos que está hablándome sobre disciplina, sobre responsabilidades y planes de carrera. Sobre por qué debo renunciar si no me gusta el trabajo. Sobre por qué debo renunciar si más o menos me gusta el trabajo. Sobre por qué debo renunciar, y por qué debo hacerlo ya.
Yo lo miro. En silencio. Siempre en silencio. No vale la pena contestarle. No vale la pena incluirme en su monólogo para discutir. Y no es por resignado. Sino porque no vale la pena cansarse antes de la cacería.
Paz fue apenas el precalentamiento.

lunes, 21 de abril de 2008

Paz sin paz

Volver con la frente marchitada por el humo. Volver al gris. Volver a la venganza. Y volver de la manera menos pensada.
Ni un voto en la encuesta recibió la opción de meterme con el escritorio de Paz.
Ni uno.
Esa, supongo, es la manera más inesperada.
Paz llega tarde, refunfuñando. Me aplaudo el hecho de haber agarrado su celular que el viernes dejó sobre el escritorio para cambiar la hora de su alarma despertador. Se para ante su escritorio con los brazos en jarra. Refunfuña otra vez. Está ante una multitud de post-its. No hay ni un lugar libre. Y en cada post-it está escrito: Paulina Rubio apesta.
Paz los saca, uno por uno, abollándolos. Gira hacia su tacho de basura para tirarlos pero no lo puede encontrar. Usa entonces el tacho de Gutiérrez. Cuando termina de abollar saca la llave de su cajón. Pero se rasca la frente. La llave parece no entrar. Vuelve a intentarlo. Sus obscenamente gigantes auriculares lo esperan adentro del cajón para alejarlo de la oficina con alguna canción de Paulina Rubio.
Pero la llave sigue sin poder entrar.
Se agacha entonces para mirar la cerradura. Refunfuña. Nos pregunta quién fue el que metió un pedazo de escarbadiente en la cerradura. Todos nos encojemos de hombros. Nos pide una tijera o una pinza. Todos nos encogemos de hombros. Va hasta el Brontosaurio quien, sumido en su desayuno de Coca Cola y bizcochitos Don Satur, ignora lo que le está pasando a Paz. Gutiérrez le hace señas pero la bestia titánica no lo mira y entonces con sus manos hinchadas le da la tijera.
Paz vuelve. Otra vez, sus brazos en jarra. Su escritorio está ahora inundado con fotos de Paulina Rubio con los dientes pintados de negro, con bigotes, tatuajes y un parche en el ojo. Las saca, una por una. Las abolla, despacito, despacito. Le pide el tacho de basura a Gutiérrez. Gutiérrez dice que no tiene. Paz se rasca la frente, confundido. Asegura lo contrario, que recién lo usó. Gutiérrez se encoje de hombros y dice que debe haber un ladrón de tachos de basura. Se lo dice a través de una sonrisa maliciosa.
Paz va hasta lo del Brontosaurio y le pide el tacho. Vuelve. Otra vez, los brazos en jarra. Todo lo que estaba a la izquierda de su escritorio ahora está a la derecha, y viceversa. Cambia de lugar el mouse, la taza de café, los papeles, el lapicero y demás cosas. Refunfuña. Nos pregunta dónde está la lapicera que le dio el Brontosaurio. Dice que la dejó sobre el escritorio. Todos nos encojemos de hombros. Yo sugiero que quizás el ladrón de tachos de basura está ampliando el espectro de su trabajo.
Paz se agacha y con dos llaves intenta agarrar al pedazo de escarbadiente que está adentro de su cerradura. Disco su interno. Suena su teléfono. Se levanta inmediatamente, golpeándose la cabeza con el escritorio. Corto el teléfono. Paz atiende. Se rasca la nuca, nervioso. Corta. Vuelve a agacharse e intentar sacar las llaves. Cuando lo logra, se levanta, triunfante, sólo para volver a poner sus brazos en jarra y refunfuñar.
Mientras había estado agachado, con Gutiérrez fuimos dejando sobre su escritorio, muy silenciosamente, todos los post-its que Paz había abollado. Hastiado, nos advierte que va a llamar a Pastelito para que ponga algo de orden.
Disca el interno de nuestro odiable teamleader. Le habla. Levanta el tono de voz y pregunta si ahí lo puede escuchar mejor. Vuelve a levantar el tono para preguntar lo mismo. Otra vez. Corta, refunfuñando, mientras protesta que el teléfono no le anda. Abre un ticket con los de IT para que se lo arreglen y va a buscarlo a Pastelito.
Vuelve solo, por lo cual supongo que Pastelito, demasiado ocupado en buscar nuevos tonos pasteles para su vestimenta, lo mandó a callar. Refunfuña. Todo lo que estaba abajo en su escritorio ahora está para arriba y viceversa. Da vuelta el teclado, el mouse, la taza de café, el lapicero, el monitor y la tijera del Brontosaurio, que ahora apareció mágicamente sobre su escritorio.
Viene uno de IT preguntándole por el teléfono. Paz le comenta que se rompió, que del otro lado no pueden escuchar. El de IT me pregunta mi interno para hacer la prueba conmigo. Disca. Mira al teléfono y lo mira a Paz. Le saca un pedacito de cinta scotch que estaba sobre el tubo, justo sobre el micrófono. Y se va, sin decir más.
Paz se sienta. Busca los auriculares, los enchufa en la computadora y, ahora sí, pretende esconderse en Paulina Rubio. Pobre, todavía no descubrió que le borré todos los mp3.

viernes, 18 de abril de 2008

Smoke on the water

¿Quién hubiera dicho que una ciudad de blanco es peor que una ciudad gris?
El humo todo lo empapa. Y lo delata.
Delata el amaneramiento del que protesta diciendo que tendrá que lavar toda su ropa porque está hecha un asco. Evidencia el aburrimiento de quien se indigna contra el humo, buscando apasionarse por algo para no aceptar el tedio que lo puebla. Revela el consumismo de quienes ante la menor molestia corren a comprarse gotas para los ojos. Denuncia entre diálogos anémicos que no hay algo más interesante de qué hablar más que del aire enviciado. Acusa la escasa creatividad que hay dando vueltas con eso que estamos en el sector fumador, que es una invasión extraterrestre y nos están ahumando antes porque prefieren la comida ahumada, que es culpa de los uruguayos que hace poco se mandaron el asado más grande del mundo, que cortala con el pucho y qué se yo qué otra estupidez.
Denuncia que no.
Que no es lo que pedí.
Una plaga.
Una plaga que derrumbe a medio mundo.
Que esto es apenas humo.
No una versión alterna y cautelosa del Eternauta.
Apenas humo.
Un aire empapado de incertidumbre. Una transparencia impregnada de presencia. Y mil ecos que responden, como pueden, desde sus propias pequeñeces, a este hecho. Que no hay hechos.

miércoles, 16 de abril de 2008

La venganza será terrible, y multitudinaria

Paz se levanta y va a la cocina a buscarse un café. No puede evitar notar que, atrás suyo, lo escolta una multitud de miradas y murmullos. Se toca, con disimulo, la espalda, a ver si tiene otra vez el post-it que le pegué. Pero no.
Se sirve el café y vuelve. Se pone los auriculares y toca play. Espera un ratito. Mueve el mouse. Toca play, esta vez presionando más fuerte. Inclina la cabeza, como cuando un perro escucha a alguien que le habla con un tono de voz peculiar. Otra vez, play. Resopla y abre la compactera. Está vacía.
Se rasca la frente. Abre el cajón. Saca un CD de Paulina Rubio. Abre la cajita. Vacía. Saca otro. Abre la cajita. Lo mismo. Se inclina para mirar hacia el fondo del cajón, como si los CDs, complotados contra la explotación que sufren por parte de Paz, se hubieran unido para escapar y esconderse tras la abrochadora. No hay nada en su cajón. Nada más que cajitas de CDs vacías de Paulina Rubio. Y la foto de su novia. O ex novia.
Veo a través del reflejo de mi monitor a Paz girando con su cabeza hacia todos lados para buscar si alguien lo mira. Entonces, recién entonces, saca la foto y la mira. Está algo arrugada del lunes cuando la abolló para tirarla al tacho de la basura.
La contempla sorprendido, o al menos su nuca me da la impresión que está sorprendido. La mira como si estuviera frente a un fantasma, frente a algo que había asesinado y arrojado y que ahora se aparecía, como si nada, en su cajón.
–Boludo, bien.- le dice el titánico Brontosaurio, esa interminable masa de grasa y mediocridad, apoyándose en su escritorio.
Paz, asustado, esconde la foto. –¿Bien? ¿Bien qué?- pregunta, aturdido.
El Brontosaurio le sonríe con esa sonrisa cubista que tiene. –Que le presentaste tu ex a Gutiérrez.
–¿Cómo?
–¿Me presentás a tu hermana?- ríe, con una risa gorda, desparramada y fuerte.
Paz se incorpora en la silla. –¿Cómo que le presenté a mi novia?
–Tu ex.- corrige la descomunal bestia.
–¿Quién dijo? Eso no es así. ¿Dónde está Gutiérrez?
El Brontosaurio se encoje de hombros. –No viene desde el lunes. Dijo que está enfermo. Pero para mí que está encamado con ya sabés—
–Basta.- interrumpe Paz- El que te dijo eso mentía.- asegura, seco.
–Si te arrepentiste no te desquites conmigo.
–¡No se la presenté!- grita Paz. Probablemente su primer grito. Sale agudito e inseguro. Pastelito levanta su cabeza sobre el resto y le chista para que baje la voz. Paz se ahoga en la silla. El Patova le arroja un papelito abollado. Paz gira, atolondrado, buscando quién se lo tiró. Pero sólo encuentra monitores y murmullos. Despliega el papel. Lee lo que está escrito en el mismo. –¡No soy un carnudo!- grita.
El nuevo ríe.
–¿De qué te reís?- apura Paz. Probablemente su primer apure.
–Está bueno laburar acá.- dice el nuevo.
La marimacho del Patova tira otro papelito. Paz lo desenvuelve. Lo lee. –¡No está saliendo con mi novia!
–¿Novia?- pregunta la mujer que tose- Pero... me dijeron que estabas solo.
La Crazy mother fucker niega con la cabeza. –La quería cagar con vos.
Paz las mira, asqueado. –Yo nunca haría eso.
–¿Entonces es cierto el otro rumor?- pregunta Amazon woman.
La oficina entera estalla en murmullos. Los recorro con mi mirada, como cuando Theoden en El Señor de los anillos 3, antes de la batalla, golpeaba su espada con las de sus tropas, gritando ¡Muerte!, ¡Muerte!, ¡Muerte!
–¿Lo vieron?- dice el nuevo- En el baño hay como diez CDs de Paulina Rubio.
Una lástima que no mencionó que estaban colgados del espejo con unas cintitas de papel de higiénico, como si fueran repisas de un toallero. Toallero de toallas de papel, en este caso. ¡Lo que me costó en casa hacer esas cintitas con CDs de White Stripes de modelo...!
Paz se levanta inmediatamente. Lo mira estupefacto. –Son ocho, ignorante.- afirma, y va corriendo hacia el baño.
El Patova le tira otro papelito que, certero, le pega en la cabeza. Paz quiere que la Tierra se lo trague. O al menos su nuca me da esa impresión.

lunes, 14 de abril de 2008

Embestir contra el gris

Al fin el frío se despliega, triunfal, entre la ciudad. Bienvenido sea el otoño, época poblada de cafés, de películas vistas bajo cálidas mantas y de hornallas prendidas que impregnan al ambiente con ese sonidito tan melancólico. Hermosa época, si no sos un mendigo viviendo en la calle. Y si no sos Paz.
El acto más impensado con el que se puede empezar una semana. Paz se quita los auriculares y resopla. Saca el CD de Paulina Rubio, lo guarda en la cajita para contemplarla como quien, ya borracho, pierde su mirada en los hielitos que se mecen en el whisky. Luego, en un acto inesperado, arroja el CD al cesto de la basura.
–¿Qué hacés?- le digo, sorprendido.
Él se encoje de hombros. –Me recuerda a ella.
Me le acerco. Frecuentamos a nuestros compañeros de trabajo más que a nuestra familia y amigos a la vez. De manera tal que, por más que no lo tolere, creo que le debo la pregunta. –¿Qué te anda pasando?
Paz suspira. –La perdí, Wilfredo. La perdí. Me dijo adónde estábamos yendo con la relación, dudé y me dejó.- rememora, con una voz que apenas trepa fuera de sus labios.
Pongo una mano sobre su hombro. –Vamos, viejo. Si las cosas se tienen que dar, se darán.- animo, con ese aliento prefabricado y facilista que es el único que se me ocurre a esta hora de la mañana.
Él baja la mirada. –Adiosito corazón…- tararea, seguramente alguna canción de Paulina Rubio. Luego se incorpora y cambia la expresión en su rostro. Quizás por sentirse tan expuesto y vulnerable. Tose, para recomponer la voz. –Vos me lo decís porque andás enamorado, a los besitos con el Patova.
Resoplo. Y uno que quiere prestarle el oído al gris del cual huye. –Mirá.- empiezo a desmitificar- Le dimos besitos a algo que era como un maniquí, pero sin brazos ni piernas. Y sí, le di un besito al maniquí después que la Patova. Y sí, probablemente, si bien con disimulo intenté secar su boca de plástico, su saliva terminó en mis labios. Y sí, aún me despierto en la mitad de la noche, empapado en sudor, gritando.
Paz sonríe.
–¿Así que la podemos cortar con esa telenovelita?- pido.
Él asiente. Gira hacia su computadora. Abre su cajón para sacar otro disco de Paulina Rubio. Se pone los auriculares y empieza a tararear vaya uno a saber qué cancioncita.
Voy a buscar un poco de napalm a la cocina y vuelvo. Cuando me siento ahí la veo, en el monitor, titilando. Cada vez que titila lo hace con un grito terrorífico. La ventanita naranja del MSN de la marimacho del Patova

indomable says:
asi q e doy asco?
WR says:
¡?
indomable says:
no te hagas el gilastun
WR says:
de q estas hablando?
indomable says:
paz
WR says:
q?
indomable says:
no te hagas el gil, man.. paz me lo dijole ptegunte q pensabas d mi y me lo dijo
WR says:
dijo cualquier cosa
indomable says:
no creo… el unico con dos caras aca sos vos.. oensé eras distinto

Resoplo. Giro hacia Paz que tararea una cancioncita de Paulina Rubio.
Por un lado, me la sacó de encima. O eso espero.
Por el otro, quizás la marimacho del Patova ahora, más que nunca, va a intentar seducirme con su inexistente feminidad.
Tal vez me pegue con un garrote en la nuca.
Pero lo que me molesta es su interminable capacidad para chismear, incluso a la espaldas de uno. De uno que le presta el oído al gris del cual huye. Será cuestión de dejar de huir del gris. Será cuestión de embestir contra el gris.
Nunca me metí, de lleno, con Paz. Pero eso es lo hermoso de los lunes. Se puede empezar dietas y venganzas.

viernes, 11 de abril de 2008

¡Auxilio!

Sí, lo confieso: me gustan las películas románticas. Al punto de desear habitarlas.
Siempre quise vivir en esos mundos despojados de cifras. Conquistar a esas mujeres tan luminosas y dulces y cautivadoras con diálogos tan elocuentes como espontáneos. Y también, para que una sonrisa se desperece en sus carnosos labios, retaría al villano de turno, demostraría las malas intenciones de su otro pretendiente, me coronaría rey o me empaparía de aventuras, según el género lo requiera. Siempre quise que el primer beso se haga desear hasta el hartazgo y que, cuando finalmente se dé, lo haga con una orquesta tocando detrás.
Pero no.
No hay muro custodiado por un viejito simpático, no hay un espejo atravesable ni una puerta secreta que me separe de este mundo mágico. Sólo existe esta oficina de telecomunicaciones norteamericana terciarizada por hindúes. Y el sótano del edificio.
Ahora mismo estoy en el sótano, en el curso de brigadista. Resulta que quien era mi teamleader unos varios meses atrás me designó brigadista. Eso significa que, en evacuaciones y simulacros, tengo que asegurarme que todos salgan del piso e ir con ellos al punto de encuentro. Si hay algo que odio más que el hecho de ser brigadista es asistir a estos cursos.
Un somnoliento hombre nos enseña cuál es nuestro deber. Los brigadistas de otros pisos hacen preguntas y chistes y se inquietan y aseguran que la seguridad es lo primero. Es maravillosa la necesidad de volver importante a cosas que no lo son sólo para poder sobrevivirlas. En cambio, yo me meto las manos en los bolsillos y bostezo y me siento incómodo mientras me doy cuenta que la marimacho del Patova me está mirando.
Obviamente ella iba a ofrecerse como voluntaria para socorrer a doncellas en problemas. Y obviamente ella se iba a sentar al lado mío.
–Prestá atención, che.- me codea ella- Mirá si tenés que hacerme respiración boca—
–Shh.- interrumpo, pálido, fingiendo repentino interés en el curso. Contengo mis náuseas. Es esperable que una mujer tan parecida a Rambo carezca de sutilezas y que trate de conquistar a la persona que le gusta a los garrotazos. Y es posible que le meta una bazooka por la nariz si esa persona se niega. Lo cual es un problema: me gusta mi nariz.
–Claro que si tenés que practicar…- insiste, guiñándome el ojo.
–Hay algo que no entiendo.- digo, para cambiar el tema- Paz tiene una foto tuya besándote con Amazon woman y—
–¿Viste la foto?- se adelanta ella. Yo niego con la cabeza. La marimacho del Patova chasquea su lengua contra el paladar- Son dos minitas cualquieras. Parecidas a nosotras pero nada que ver. El chabón ese, Paz, está tan aburrido que inventa boludeces.
Yo asiento con la cabeza. –Creo que se separó con la novia hace poco.- comento, para seguir cambiando el tema.
El Patova se me acerca a una distancia ilegal. No sé si vieron Stardust pero es como si Robert De Niro vestido de mujer se te acercara a dos centímetros de la boca. Escucho una orquesta sonando en mis oídos, como siempre deseé. Pero no tocan una melosa y bombástica canción, sino una intrincada e inquietante pieza de terror. Me echo hacia atrás, asustadísimo.
Ella sonríe. –¿Por qué no le damos un rumor nosotros dos para que hable? Uno verdadero…- propone.
Busco desesperado algo que me socorra, que me haga escapar de esta situación. Quiero salir gritando y corriendo. Pero me resulta un tanto infantil.
–Chicos, chicos...- reta el somnoliento hombre que dicta el curso- Basta de chistes.
Me rasco la nuca, confundido. Todo el mundo está riendo y bromeando. Un enanito paranoico se aparece sobre mi hombro y me dice que se trata de mí, que todos escucharon que la marimacho del Patova me tiene ganas y se están burlando. Un enanito cauteloso se aparece sobre mi otro hombro y me sugiere que escuche.
–Chicos.- insite el somnoliento hombre- Basta de chistes. Es hora de practicar la respiración boca a boca.
La marimacho del Patova me agarra de la mano.

miércoles, 9 de abril de 2008

Por favor no me rompan las pelotas

Cuando Laag bij de grond, de Blof, está en modo repeat en mi reproductor yo estoy en modo no me rompan las pelotas.
Es sencillo. Vengo, saludo sin sacarme los auriculares y me siento escondiéndome detrás del monitor, para mover mi pie al son de la mejor banda de rock holandesa. Corrijo: de la mejor banda de rock.
Blof es mi oasis en días complicados. Mi última defensa contra el gris.
Busco en mi reproductor y me digo de cambiar Laag bij de grond por Omarm, también de Blof, una canción luminosa que no deja nunca de desperezarse y crecer.
Pero no.
No.
No puedo hacerlo.
Seguramente es un plan del sinvergüenza de Dios, quien busca embromar al Diablo devualuando el alma que le vendí.
El Patova me saca los auriculares. Su dulce saludo matinal. –¿Qué carajo te está pasando?- me increpa.
Me sueno el cuello para resistir la tentación de desfigurar su rostro con mi teclado. –Hola, buen día a vos también.
–Estás metiendo púa.- advierte- Me venís con que el nuevo dice esto, que el nuevo dice esto otro. Que el nuevo me bardea a mí y a la Amazon. Querés que me caliente con él.
–Nada que ver.- miento.
Resopla. –Querés que me enoje con él y lo trompee.- insiste, moviendo su índice en el aire, como una profesora enojada que reta a su alumno.
Se me ocurre hacerle un chiste pero mi mirada se posa en ese índice que me señala. Pienso que quizás el Patova acampó con guerreros en Asia que le enseñaron a matar un hombre utilizando únicamente ese dedo. Entonces, apenas me encojo de hombros.
–Me querés hacer echar.- dice- Ya me apercibieron porque te pegué el viernes. Van dos. A la tercera me rajan sin guita. ¿Eso querés? ¿Por qué?
Me incorporo en la silla. –Nada. El nuevo andaba hablando mal de Amazon woman y pensé que a vos te jodería—
–No entendés nada.- me interrumpe- No estoy con ella. Nunca estuve con ella.
La miro, perplejo. Algo no me está cerrando. –Pero el viernes vos me pegaste cuando—
–Cuando me dijiste señorcito.- acusa.
Me siento la peor persona del mundo. –Sí, perdón.
Clava sus ojos en los míos. Algo no me está cerrando. Se me acerca. –No quiero que vos pienses así de mí.- confiesa.
De a poco, desde todas las películas de terror, repta hacia mí esa musiquita de suspenso que irrumpe antes que aparezca imprevisiblemente el monstruo o el asesino. Esa nota aguda, prolongada e inquietante invade a mis oídos. El Patova niega con la cabeza. –No entendés nada.- repite.
No.
No puede ser.
Es mi pesimismo que acaba de concebir la peor posibilidad.
No.
La marimacho del Patova no es como un nenito de jardín de infantes que le pega a la chica que le gusta.
Y yo no soy una chica.
No.
¡No, por el amor de Dios, no!
La musiquita crece y crece y entrecierro los ojos, temiendo que el monstruo encarnado en un puñado de palabras aparezca a través de la boca del Patova.
Pero ella no dice nada. Resopla y vuelve a su lugar.
No.
No puedo lidear con esto.
El Patova sintiendo cosas por mí.
No puedo.
Simplemente no puedo. Esto me excede.
Me pongo los auriculares. Busco Laag bij de grond, de Blof, y la pongo en modo repeat. Y por favor no me rompan las pelotas.

lunes, 7 de abril de 2008

La tercera es la vencida

No.
Bajo ninguna circunstancia.
Jamás.
Ni si tienen la posibilidad de verla gratis.
Ni siquiera si les dan dinero por verla.
Nunca. Pero nunca, nunca.
Por favor, créanme.
Nunca.
Nunca miren Jumper.
Jamás.
Desastroso, adolescente y retrógrado guión y absurdamente limitadas actuaciones. Y, sobre el final, una increíblemente mala carita de Ay, cómo me cagaste por parte de Samuel L. Jackson.
No cierra por ningún lugar. Es más sosa que un plato de polenta fría y sin condimentar. Ni siquiera la minita que pusieron vale la película. Porque, seamos honestos, ¿cuántos bodrios hemos tolerado sólo para ver a la doncella en apuros mordiéndose el labio inferior ante el peligro? Pero no. Ni siquiera eso. Nos privaron del último bastión del cual uno puede aferrarse al ver una película mala. Jumper, repito, hace agua por todos lados.
Es un pochocho quemado y mal preparado.
Algo inconcebiblemente malo.
¿Cómo 500 personas trabajaron en eso por meses y meses?
¿Nadie se dio cuenta que no funcionaba? ¿Que era un bochorno? ¿Nadie dijo No, muchachos, esto no va para ningún lugar; bajemos la persiana y buenas noches? ¿Quién fue el desalmado que dijo Nah, hagámosla igual; preparamos un trailer como la gente y un buen afiche y un par vienen seguro, nos hacemos unos manguitos y listo el pollo?
Hay que conseguir la dirección de ese desalmado y mandarle un container con cabezas disecadas a modo de amenaza.
Pero no.
No.
Lo dije y lo reitero: esta oficina es un círculo del Infierno.
–Es genial.- dice el nuevo- Si no la vieron vayan a verla. Jumper se llama. No como el de las colegialas.- bromea, para reírse de su propio chiste. Nada me molesta más que alguien riéndose de sus propios chistes.
Lo miro. Quiero estrangularlo porque le gustó y recomienda esa porquería que atenta contra toda la institución del cine. Y porque el sinvergüenza gana quinientos pesos más que yo por hacer el mismo trabajo. Pequeño detalle. Pero me contengo. –¿En serio te gustó?
–¿Qué no hay para gustar? Acción, buenos efectos… te la dejan re picando para una segunda.
Lo miro muy seriamente. –Fue el peor final en la historia de peores finales. El tipo va a la casa de la madre a quien no ve en veinte años y le dice vos sos de los malos y yo de los buenos, ¿no?, ajá, ¿me podrías abrir la puerta?, y se las toma.
Él asiente con la cabeza. –Por eso, te la dejan picando. Seguro hacen la segunda. Es más, ahora me dijo en IMDB.
Me llevo la mano a la boca, para contener el grito. Gutiérrez se me adelanta. –Si Wilfred dice que es mala, le creo. Es estudiante de cine, ¿sabés?- aclara. El tipo tiene que presumir hasta con otros.
El nuevo me mira. –Entonces seguro mirás esas cositas artísticas, bien de putitos. Con razón no te gusta. Jumper es para hombres.
Mi puño se cierra. Pero no. Lo contengo. –Transformers es para hombres y es pochoclo pero está bien hecha, para mí.- negocio.
Él asiente con la cabeza. –Sí, sí. Terrible esa mina.
–Terrible.- repito mientras miro a mi puño aún cerrado.
La tercera es la vencida, dicen. Así que tengo que encontrar una manera que la tercer trompada del Patova termine en el rostro de este muchacho. Lo de quinientos pesos más por el mismo trabajo vaya y pase. Pero lo de andar recomendando Jumper... eso es intolerable.

viernes, 4 de abril de 2008

El Increíble Wulk

Hoy me siento putito.
Dejo de buscar videos de Upright Citizens Brigade en YouTube y pierdo mi mirada en la ventana. Una mariposa con las alas bañadas de sol revolotea afuera. La miro y, apacible, suspiro. Pronto esta delicadez es interrumpida por la marimacho del Patova que se levanta de su asiento y se pone entre mis ojos y la mariposa.
Me echo hacia atrás, sobresaltado. Es como estar mirando compenetradamente Mujercitas para que, en la mitad de un diálogo entre Josephine y Beth, se aparezca Rambo escupiendo sangre y granadas.
–¿Y a vos qué te pasa? ¿Te asusté?- patotea la marimacho. Niego con la cabeza y recorro el ventanal buscando la mariposa perdida en el gris. Hoy estoy putito, dije. No la encuentro. Quizás siga atrás de la marimacho que, por algún motivo, no se sienta. –Te hablé a vos.- insiste.
Giro hacia atrás. Gutiérrez no está. Seguramente fue al baño a leer una novela rusa. Entonces, vuelvo hacia el Patova. Me está mirando. –¿A mí?- pregunto.
Ella asiente con la cabeza. –Tranquilito vos, paja.- advierte, levantando apenas la visera de su gorra. Sí, el Patova usa gorra en la oficina.
–Yo estoy tranquilo.- digo, mientras siento que la ropa al putito le empieza a quedar ajustada y que, a través de la camisa que se está descosiendo, se puede ver piel verde. Mejor que se siente, pienso. Que se siente y no me diga nada. Que no me ponga nervioso.
La marimacho del Patova baja la visera de su gorra. –Ah, mejor.- gruñe, acribillándome con la mirada.
Una lástima. Me gustaba esta camisa. En tan solo un rugido radiactivo y verde, la camisa se despedaza y el putito Wilfredo se convierte en el Increíble Wulk.
–Amazon te está hablando mal de mí, ¿no?- digo.
–¿Qué?
Frunzo los labios. –¿Sos el hombrecito que la protege?- burlo. El Increíble Wulk será gigante y verde pero es poco elocuente.
Se saca la gorra, vaticinando la tempestad. –Mirá, pedazo de pelotudo—
–Qué caballero.- interrumpo, por lo bajo. Por las dudas. De esta manera pienso que lo único que se escucharán son sus insultos. Y mi cuerpo inerte cayendo al piso.
Paz gira desesperado hacia mí. –Pero creí que no querías que nadie supiera.- acusa, dolido, terriblemente dolido, ya que podría haber mostrado esa foto a setenta personas y no sólo a diez como hizo.
Me distrajo. Paz me distrajo. Cuando me doy cuenta ya es inevitable.
Mientras el puño del Patova viene hacia mi mandíbula miro hacia la ventana y ahí está. La mariposa que, bañada de sol, revolotea entre el gris. Qué hermosa manera de desmayarse

miércoles, 2 de abril de 2008

Cachetada definitiva

Hoy se cumplen muchas cosas.
Hoy se invadían las Malvinas. Hoy nacía Casanova. Y Hans Cristian Andersen. Y Emile Zola.
Hoy Woodrow Wilson solicitaba entrar en la Primera Guerra Mundial. Hoy Cavallo anunciaba el Plan de Convertibilidad. Hoy Picasso comía guiso.
Y hoy cumplí cuatro años en este trabajo.
Cuatro años.
Cambié bastante en estos cuatro años. Por ejemplo, cuatro años atrás nunca hubiera imaginado que un día me iba a salir napalm por la nariz.
Y así pasó nomás. Recién me salió napalm por la nariz.
Estaba tomando el café cuando Paz me lo cuenta. Me mira a los ojos y me lo dice. –Vi al Patova y a Amazon woman besándose.
El café ácido y mutante sale disparado por mi nariz al reírme. Tardo en recomponerme. –¿Qué?- apenas pregunto, sorprendido. Por un segundo pienso que miente, que se está sumando a la ola de rumores sobre esta flameante relación lésbica y circense. Pero algo en él me afirma que está hablando en serio. De repente, no me importa haber venido a trabajar un feriado.
Paz frunce los labios. Y me enseña a su celular. Más aún, a la lente de la camarita que tiene su celular. Lo miro. Paz asiente con la cabeza.
Paz.
Entiendan, Paz.
El petisito que se la pasa escuchando a Paulina Rubio mientras esparce rumor tras rumor tras rumor tiene ahora en sus manos el rumor más jugoso en mucho, mucho tiempo.
Una foto de la marimacho del Patova besándose con la titánica Amazon woman.
Absurdo puro y crudo.
E invaluable. Esa foto es la cachetada definitiva que le puedo dar a Amazon woman por todas las crueldades que me hizo desde que pasó a ser mi ex. Es la cachetada definitiva, les digo.
Trato de recomponerme mientras un carnaval estalla en mí. Me seco el café con una servilletita. –Pero… ¿dónde?
–Ayer.- individualiza- En Plaza Serrano. Estaban ahí. Yo también.- agrega, cortito, seco, quizá para sentirse un detective en un policial negro.
Me le acerco. Giro hacia ambos lados para cerciorarme que nadie nos está escuchando. –¿Y qué vas a hacer con eso?
Él me mira. Se suena los dedos. –Tengo entendido que vos y Amazon woman tuvieron una historia. Nunca lo confirmaste ni lo negaste pero eso tengo entendido.- empieza. No sé qué decirle. Me rasco la nuca y levanto mis cejas, invitándolo a que continúe. Él acepta el ofrecimiento. –Quería, entonces, pedirte permiso.
–¿Permiso?
Asiente con la cabeza. –Permiso. No quería andar mostrándosela a todo el mundo si te iba a joder. Si no te jode, esta foto sería como la cachetada definitiva.
Encima usa las mismas palabras.
Lo miro, sorprendido. Un caballero el petisito. Insospechadamente. Un caballero. Es una represa de rumores a punto de colapsar y lo único que une a las grietas es la desvencijada cinta scotch del respeto.
–La verdad…- le digo- Creo que me resultaría un tanto incómodo.
Paz se siente morir. Pero, estoicamente caballero, asiente con la cabeza. –Te entiendo.- comprende, apoyando su mano sobre mi hombro, como si compartiéramos un doloroso ritual que nos une en nuestra condición de hombres y de enamorados no correspondidos. Pronto vuelve a su monitor, y a Paulina Rubio.
Yo me pregunto si se separó con su novia. Hace mucho que no habla con ella por teléfono. Y me pregunto si hice bien. Si mostrar la foto era infantil y melancólico. Si el olvido es la cachetada definitiva.