viernes, 25 de septiembre de 2009

Soldados de la resistencia

No hay peor infierno que un cielo mancillado. Hay cosas que siempre me han agradado y que, en una rutina oficinística poblada de entumecimientos, necesito resguardar. Son mi amparo final, mi última escotilla ante el vacío de allá afuera, ante los días que se suceden como bostezos, arañando cada uno de ellos en mi pecho, sumándose uno tras el otro en cada sonar del despertador, uniendo sus uñas y sus gritos en un coro insoportable hasta que la distracción de un nuevo sueldo los empapa de silencio por unos instantes. Son mi paraguas contra la rutina y el gris y las bocinas y la mugre y el sinsentido.
Son mi resistencia.
Me agrada la música. Me agrada de sobremanera. Y amputo los sonidos de esta oficina con diversas bandas de los lugares más ignotos. Porque estoy jugando a escuchar música que no esté en inglés, ni en castellano, francés, alemán o italiano. Por lo tanto sonrío, despojado de este lugar, asintiendo con la cabeza al ritmo de bandas de Eslovenia, de Rusia, de Rumania, Islandia, Hungría o de la República Checa. Y de Ucrania. No nos olvidemos de Ucrania.
Pero miro hacia algún lugar, hacia casi cualquier lugar acá, y mis ojos invariablemente encuentran insipidez. Y ahí la música desnuda su condición de escapismo y su cortina de hierro no es más que un mosquitero desgarrado y agujereado.
Necesito entonces otro soldado para socorrer al herido y disparar alocado desde la ventana de un edificio desmoronado, rodeado por todas partes por el enemigo que no deja nunca de avanzar pero que, de vez en cuando, se detiene.
El café. El buen café es algo que me encanta. Pero el de acá es ácido y el instantáneo no es buen café.
El enemigo da otro paso certero hacia mí.
Estúpido. Estoy confundido, eso es todo. Confundido por esta guerra de años contra el gris. Confundido y cansado, que ando llamando a soldados ya muertos.
El próximo soldado, compasivo conmigo tal vez, se presenta a sí mismo mientras me confundo por lo del café y por si debo pedirme uno o no. Es una mujer. Las mujeres, sin duda alguna, son lo único luminoso en la oscuridad. Y la única oscuridad posible en la luz. Pensarlas, desearlas o recordarlas. Esos tres verbos recorren todas las obras de los hombres. A esos tres verbos, por mi parte, le cebé incontables mates durante las horas en esta oficina, y las lindantes. He mirado, he deseado, he besado, he recordado, he sido rechazado.
–Es que pensé que ya no era bisexual. Que era nada más—
–Está bien.- interrumpo.
Pero nunca había sido rechazado con ese argumento.
Ella espera a que yo diga algo, a que la disculpe por haberme quebrado el corazón o por haber elegido una orientación sexual que no me contempla. Pero no hay nada que disculpar.
El silencio se esparce entre nosotros como un charco bajo una gotera. Decido pedirme un café. No porque pueda encontrar a un soldado de la resistencia ahí adentro. Sino para aparentarme ocupado. Para pensar qué decir. Para distraerme de sus labios y de la multitud de fantasmas que me empuja hacia ellos.
Otro soldado es la mirada. Me agrada mucho mirar a la gente. Imaginarme sus vidas. Sus pensamientos. Imaginar a qué departamento vuelven. Qué hacen. Imaginarlos aburridos. Divertidos. Imaginarlos teniendo sexo. Imaginarlos trazando planes. Saliendo a la noche. Durmiendo solos. Acompañados. Imaginarlos viviendo. Imaginarlos como seres humanos y no como paisaje móvil. Quizá sea un intento de aferrarme a un mundo que se me escapa. No lo sé. Pero me gusta mirar. Y mirar cuando miran. Esa delicia Kaufmaneana de la obra dentro de la obra. De verme en ellos. Verlos mirar. Verlos intrigarse por otros. Verlos desear. La cumbre es ver a una mujer viendo a otra mujer. Ver esa mirada siempre irregular, nunca fluida, siempre empezando en su cara, continuando por sus pechos, siguiendo su cintura, su cola, bajando por sus piernas hasta sus pies, para volver a su cola y, si la mujer es muy bonita o bien maquillada o con un escote prominente, volver a subir una vez más. Acompañar los movimientos de esos ojos siempre me ha deleitado.
Pero ahora.
Ahora que pretendo revolver el café.
Ahora que la veo a ella, a la mujer a la cual amé por una noche, mirando a otra mujer, no como el resto lo hace, ni como ella me mira a mí, ahora sé que no hay peor infierno que un cielo mancillado. Ahora sé que han pisoteado en mi última resistencia ante el gris.
Ahora sé que estoy vencido.
–La verdad es que me caés muy bien, Wil. Y siento que lo nuestro se está yendo a la mierda. Y no quiero.
–Pero tampoco querés…
–Nada más. No.
–Está bien.
–Perdón. Te tuve que haber dicho que soy lesbiana antes de salir con vos.
–No tenés que pedir perdón. Yo no te dije que soy heterosexual. Así que estamos iguales.
–Pero…
–Pero nada.
–¿Entonces?
–Entonces, no sé.
–Se va a ir a la mierda.
Me encojo de hombros.
–Quiero que me quieras.
Sonrío.
–¿Qué pasa?
–Sos una ovejita paseándose ante un lobo.
–Así que ahora sos un lobo.
–Sabés lo que quiero decir, dulce.
–¿No puedo convencerte de los placeres del vegetarianismo, señor lobo?
–No, señora ovejita. Me gustan las ovejitas mucho.
–Eso suena mal.
–Sos una tonta.
–Vamos. Volvamos que tengo laburo.
–Dejame tirar este café de mierda.
–Che, ¿y cómo va eso de buscar música de Afganistán y demás?
Sonrío. La amo por intentar hacer de cuenta que nada pasó. Que nunca nos vimos esa noche. Que nunca la besé. –Va bien. Si querés te paso una de Holanda que la descose.
–Dale.
Y mientras salimos de la cocina vemos, escondido detrás de la máquina de gaseosas, al gordo de Spam, fingiendo leer la lista de cumpleaños. Y sé que finge porque la lista es de hace dos meses.
–Hola.- nos dice intimidado por nuestras miradas, intentando ocultar su sonrisa, mientras enfila hacia el baño.
El gordo de Spam nos escuchó hablar. El chismoso más chismoso de la oficina.
Respiro profundo. Las bombas estallan cerca. Se pueden escuchar incluso los pasos del enemigo, acercándose. El edificio se desmorona. Es imbécil permanecer. Imbécil resistir. Pero quizá esté loco. Quizá después de todos estos años en esta maldita guerra contra el gris haya perdido la razón. Pero voy a hacerlo. Voy a llamar al próximo soldado.
La venganza entra en puntas de pie.

8 comentarios:

El Vocero dijo...

A mi me llama mucho la música arabesca y africana. La oriental también.
El resto...si, quizás. Las mezclas culturales reflejadas en un tema me hacen sentir globalizado.
Lo cual no sé si es bueno o malo.

Porque tu estás en esa oficina pero también estás globalizado. De hecho el blog no es acaso un reflejo de la soledad globalizada conectada entre sí con muchas otras soledades y angustias y frustraciones?
Son muchas oficinas, muchos boxes, muchos "uno" que qieren ser "todos o muchos" y terminan pirandellanamente siendo ninguno.
Pero estoy divagando..es que empieza el fin de semana, siempre me pongo así.

Vikky dijo...

Venganza!! Hacía mucho que no leía esa palabra acá... La leo y me viene a la cabeza el pavote de Pastelito.

Espero ansiosa el próximo capítulo!

Beso con nieve!

Anónimo dijo...

love is our resistance

http://www.youtube.com/watch?v=KT3sXXiYGus

Unknown dijo...

Vamos carajo!!! ahora si volvio Will!!!
El enemigo ya tiene cara!!
El gordo Spam... me gusta!!
haajajajaja!!!
extrañaba a los personajes... o las victimas...
mueejejeje!!

Anónimo dijo...

SSsssccelente!

Como siempre Wil.

Chapa.

Fujur dijo...

En verdad, un relato maravilloso, con mucha más fantasía y misterio que Distrito 9, ciertamente ;-). Supongo que me van los documentales jeje!, en verdad, no soy peliculero. Me ha encantado conocerte fenómeno, un cariñoso abrazo y el deseo de que sigamos visitándonos. Cuidaos pibe, que decis por allá ;-)

Anónimo dijo...

"El gordo de Spam nos escuchó hablar. El chismoso más chismoso de la oficina."

jajajaajajaja!!!

Anónimo dijo...

Si una lucha esta justificada......es ahora. Animo. Dale con todo !!!!