martes, 21 de diciembre de 2010

Desear

"La civilización empieza cuando el objetivo primario -o sea, la satisfacción integral de las necesidades- es efectivamente abandonado. (...) Lo que la civilización domina y reprime -las exigencias del principio del placer- sigue existiendo dentro de la misma civilización. El inconsciente retiene los objetivos del vencido principio del placer. El retorno de lo reprimido da forma a la historia prohibida y subterránea de la civilización. Y la exploración de esta historia revela no sólo el secreto del individuo sino también el de la civilización." Herbert Marcuse.


Desear. Ese es el único verbo que existe; los otros sólo son en relación con él.
Hay siglos y siglos amurallando este impulso, rebanándolo en cuotas emocionalmente económicas, tapándole la boca con barro y con prudencia, circunscribiéndolo a determinados tiempos y lugares.
Pero la bestia se retuerce, apuñalada. Se retuerce, atada, desangrada y rodeada. Se retuerce y al hacerlo gira el mundo.
Que no se simplifique. Desear no es sólo sexual. Ese es otro de los mecanismos para subyugar al verbo. Desear es erótico, lo cual contiene y excede a lo anterior.
Desear es un viento que arrastra de un puerto a otro. Desear comer, dormir, acariciar, besar, matar, reír, viajar, mirar, robar, amar, dañar, saltar, gritar, bailar... Cada uno de nosotros somos resultados distintos de cómo nos las ingeniamos para contener y permitir este viento.
El viento que es una brisa. Pues toda nuestra vida todo lo que nos rodea nos ha ido educando el impulso. Otorgándole tiempos y lugares apropiados, maneras correctas, duraciones estimadas.
Y si hay un problema con las brisas es que no se sabe hacia dónde soplan. Los puertos desaparecen. Y todo se vuelve pantano.
Eso es este lugar, esta oficina. Un pantano. El rincón donde los deseos vienen a morir. Hay, sí, alguno. Pero ya no es el verbo que crea, que empuja, que mata y que da vida. Es un andar haragán, embarrado, entre el deseo sexual por un/a compañero/a, el deseo de que sea viernes para creerse (equivocadamente) desprovisto de los mecanismos represivos y sí entregarse plenamente al deseo, el deseo de comer, de cobrar más, de estar en cualquier otro lugar, de dormir.
Miro a la gente que me rodea, a los rostros deserotizados, a las expresiones de tedio, y me pregnto. Me pregunto si les amputaran estas restricciones, si les arrancaran el pudor y la idea de futuro, si los arrojaran desnudos de prejuicios al ahora, me pregunto qué harían. Qué violencias, orgasmos, odios, dichas y peleas despuntarían en ellos. Qué verbos irrumpirían en esta vida de adjetivos.

2 comentarios:

Wilfredo Rosas dijo...

¡Y sumamos 100 miembros en la Liga Anti-Oficina!

Anónimo dijo...

Muy bueno éste. Hace otra joda wilfredo (?)