viernes, 23 de octubre de 2009

De boinas y amores y odios

¿Por qué amamos a las mujeres con boinas? Yo creo que es porque nos recuerdan a las francesas. Y, es sabido, ninguna otra mujer sabe suspirar y hacer suspirar como las francesas. La boina, además, tiene cierta reminiscencia de coquetería fuera de tiempo, risueña, elegante, juvenil pero madura. Es cierto que ante la llegada de la primavera y el verano, el deshielo indumentario deja entrever fragmentos anatómicos que lo hacen a uno retorcerse en el asiento del subte, morderse los labios y contener los instintos criminales. Es cierto que la primavera y el verano nos brindan escotes, polleras, colas desprovistas de censuradores abrigos, minifaldas, espaldas y hombros –sí, me encanta un lindo hombrito–. Es cierto que el verano amplía el sentido del olfato y determinados perfumes nos patean en la nuca y nos arrastran hacia la mujer que lo usa. Es cierto. Sí. Pero la boina… la boina es distinguida, desenvuelta, es indie y vintage y artista, la boina sabe muy bien que o es la primer prenda en quitarse o la última. O que no se quita en absoluto.
Ahora, las cosas no son lo que son. Las cosas son los recuerdos que uno tiene de ellas. Si veo una boina, o si la menciono o si escucho esta palabra, me acordaré de ciertas mujeres que conocí vistiéndola, de las francesas, y recordar a las francesas es recordar a Amelie, y recordar a Amelie es amarla. Entonces podríamos decir que la materia de las boinas es, para mí, recuerdos de amor.
¿Pero qué sucede? Llego, me siento y giro con los ojos entrecerrados como un nene mirando una película de terror sabiendo que el monstruo está por aparecer y al entornar sus párpados por un lado se protege del monstruo y por el otro desea verlo. Mi mirada da con algo mucho más aterrador que una criatura del pantano, que un muerto viviente o que un loco destripador. Da con el gordo Spam comiendo una medialuna rellena de dulce de leche. Manchas y migas sobre su pecho. Papada trémula. Boca abierta al mascar, tarareando alguna canción de Cristian Castro. Nariz manchada con dulce de membrillo, seguramente de alguna factura anterior. Orejas cerosas con auriculares en los que se filtra, aguda, una canción de Cristian Castro que agradezco no reconocer. Ojos perdidos en la página web de un diario de rumores. Y, sobre su cabeza, una boina.
Asiento quedadamente con la cabeza, comprendiendo que mi vida se acaba de arruinar. Que en mi cadena semiótica de la boina, poblada por dulces mujeres porteñas y delicadas francesas, por desnudos artísticos y por destacadas y anónimas peatonas en noches de otoño, por Amelie, está, ahora, el gordo Spam.
El gordo Spam ha entrado en puntitas de pie en el rincón más protegido y amado de mis neuronas. La única manera de echarlo es clavarme un fierro, extirpando esa región de mi cerebro. Pero eso supondría olvidarme de las mujeres con boinas. Y las amo lo suficiente como para soportar el dolor de verlas reunidas con el gordo Spam. De la misma manera, las amo lo suficiente como para no luchar por ellas.
El gordo Spam va al baño. Me arrastro en la silla hasta su lugar. Miro alrededor. Nadie me observa. Bien. Agarro la tortita negra que se está reservando para el final. Odio saber estos detalles de la gente desagradable que me rodea. Pero a veces justifican su espacio en mi cerebro. Parto el cartucho de la lapicera. Lo clavo adentro de la tortita negra. Lo muevo para que baje la tinta. Lo saco. Miro adentro del agujero. Azul. Bien. Cierro el agujero. Clavo la otra mitad del cartucho en otro lado de la tortita negra. Espero a que baje la tinta. Lo saco. Tapo el agujero. Me arrastro a mi lugar.
El gordo Spam vuelve del baño. Se sienta frente a su computadora. Se pone los auriculares. Toma un sorbo de café. Agarra la tortita negra. Le da un bocado. Pone una cara rara. Sigue comiendo. Tararea una canción. Sus labios están azules. Da otro mordisco. La cara rara se repite. Masca con la boca más abierta que de costumbre. Mira a la tortita. Ve la tinta cayendo por su mano. Escupe sobre la mesa. Se frota la boca, desparramándose la tinta por su mentón y cachetes. Mira desesperado a su alrededor. Yo, por lo tanto, lo observo desde el reflejo de mi computadora mientras fijo estar muy compenetrado cantando la canción que acabo de buscar en Pandora: Azul, por Cristian Castro.

12 comentarios:

Diego dijo...

El gordo un dia te va a matar!!!!
jajaja!

Saludos!

Anónimo dijo...

Sus impulsos, Sr. Wilfredo, son deliciosos.

En cuanto a la pregunta que hace acá, le contesto que me gusta la frescura de sus escritos.

Anónimo dijo...

pasé mal el link:
la pregunta está acá: http://entrecorbatasyescotes.blogspot.com/2009/09/como-monitos-haciendo-malabares.html

Cris dijo...

porque este amor es azul como el mar azul!!!! jaaaaaaaaaaaa! que manera de reirme!

Wilfredo Rosas dijo...

Let´s dance to Joy Division
And celebrate the irony
Everything is going wrong
But we´re so happy
Yeah, we´re so happy

...Nada mejor que este tema para levantar un viernes moribundo: The Wombats - Let´s dance to Joy Division
Aparte esa partecita de la letra me encanta. Es muy cierta.
Escucho, por supuesto, otras propuestas.

Café (con tostadas) dijo...

y, un poquito de pena me dio por el gordo!

Ezequiel dijo...

Bien. Volvio el Wil de las venganzas, de los actos de justicia...
Celebro eso... como siempre, un placer...

Sonia dijo...

Pensé que vivias en Arg...Deshabilitaron el acceso a Pandora aqui...

Sebastián Defeo dijo...

Sonia,
Vivo en la Argentina. Pero laburo en una empresa yanqui con IP yanqui. Por ende, tengo Pandora.

VitoAndolini dijo...

usted es un genio Wilfredo....
basta de buscarle el quinto pelo al huevo ;)
abrazo, y exitos en las proximas maldades!

Anónimo dijo...

queres levantar un viernes moribundo??

Supergrass - All right!!!

http://www.youtube.com/watch?v=h9nY9axjaWo

Kari dijo...

Primero me dio pena el famoso gordo, dsp me acorde que escucha Cristian Castro y algo se lo merecia... no me canso de leer este blog!