lunes, 15 de noviembre de 2010

La posibilidad de un hogar

Father Ted, un entrañable programa irlandés, está situado en una islita. La ficción no inventa. Tampoco refleja la realidad. La construye.
Hay, pues, una islita perdida en algún lugar del mundo donde conviven inocencia, violencia, absurdo, acidez y ternura, donde merodea por todos lados, en puntas de pie, ese olorcito a hogar.
El mar y la soledad arropan a la islita. No la soledad de aquel que se empantana y, encerrado en sí mismo, alza monolitos de cercanía y de distancia, de amores y de odios, siempre totalitarios, siempre resentidos. No. Rodea a esta islita la soledad del navegante que cada noche juega con las estrellas y la con inmensidad del mar.
El lujo le es ajeno: lo que no es casero no ha llegado a sus costas. Incluso el tiempo la ha evadido, como tal vez lo ha hecho con toda isla. No llueven sobre ella imposiciones, angustias, locuras y necesidades que monzonean en otros lados. Cuando garúan -ningún sitio es impermeable- lo hacen con ese sutil encanto irlandés.
La gente ahí no es paisaje. Cada relación, de amantes o de archienemigos, con todo el abanico intermedio, esconde un encanto tan poco habitual como delicado y profundo: que son compinches.
Es un un faro, la islita. Es la posibilidad de un hogar para todos los que sentimos que no pertenecemos. Es un albergue para todos aquellos que nos desgarramos por vivir en una cabaña en un bosque en Ushuaia ante el mar del fin del mundo, entre nieve y montañas, o para los que nos duele no desayunar cada mañana en esa casita en la costa última de Svalbard, y para todos los hogares en el medio.
Es un vendaje, la islita; un vendaje ante las puñaladas de deseos incumplidos.
Es, reitero, un faro. Un faro en la mitad de la tormenta, recibiéndonos y haciéndonos sentir como en casa, dándonos abrigo, algo de tomar y de comer y, cuando estemos recuperados, nos arroja de vuelta al mar. Nos mira ahí, en la tempestad, como un padre viendo a su hijo andar en bicicleta, alentándonos a encontrar nuestro lugar y a no vivir en escapismos o en fantasías de otros.
Sé que la islita tiene razón. Pero ahora, hoy, lunes en la oficina, envuelto en la tempestad de lo ajeno, manoteo el escapismo de la música y de la imaginación para huirle al aliento de tercer desayuno del gordo Spam. Aunque el muy turro no me deja desentender de este lugar.
-Qué cosa los lunes, che. Al menos ya se viene un feriado.- escupe.
Me saco los auriculares. -¿Qué?
-Que ya casi es feriado.
-Ah. Sí.- digo. Me pongo los auriculares.
-¿Te vas?
Me saco los auriculares. -¿Qué?
-Que si te vas a algún lado.
-Sí. A Craggy Island.- digo. Me pongo los auriculares.
-¿Y eso?
Me saco los auriculares. -¿Qué?
-¿Dónde queda eso?
-No existe ese lugar.
Me mira desconcertado y aún mascando. -Ah. ¿Era un chiste?
-No. Voy a ir.
-¿Cómo?
Encojo mis hombros. Me pongo los auriculares. Toco play. Y viajo.

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