miércoles, 14 de julio de 2010

Fronteras

Las fronteras siempre me intrigaron. Esas delicadas líneas que son nada y que son también abismo. Murallas intermitentes. Las fronteras, al igual que la invención del Año Nuevo, surgen de nuestra imposibilidad de aceptar que nada empieza. Que todo se continúa.
Entonces dividimos. Dividimos y establecemos jerarquías y justificamos las murallas y lo que separan porque toda mentira debe ser justificada.
Mente y cuerpo, consciente e inconsciente, primavera, verano, otoño e invierno, países, edades, sentimientos, primer y tercer mundo, orientaciones sexuales y, por supuesto, team leaders y empleados.
A Ramiro lo ascendieron de nuevo. Sin aumento de sueldo, por supuesto. Sin cambio de oficina. Ni siquiera le dieron un mousepad más coqueto. Nada. Fue tan sólo una palmada en la espalda, como diciéndole: "Sigue intentando ser el pez más gordo en esta pecera, muchacho. Vas por buen camino." Ahora es una especie de team leader de los team leaders. Algo bastante chapucero. Pero se cree Dios. Dios se cree.
Se para al lado mío, pecho inflado, y contempla a la oficina como si fuese dueño de cada silla, computadora, lapicera, post-it, persona y cubículo. Toma un trago del café ácido que escupe la máquina de acá y suspira, como suspiran los policías en películas yanquis en la ruta mientras controlan a los presos que pican al costado del camino.
Ahora el puntillado trazo cartográfico me rodea. Una frontera ligera y abismal me separa de este lugar. Una muralla en la forma de auriculares. Edith Piaf, esa noche con recuerdos de amanecer, canta. Canta Non, rien de rien / Non, je ne regrette rien. Y me invade la imagen de alguien contemplando a su vida, empapada de miserias y alegrías, sosteniendo que no se arrepiente de nada. Y me invade la certeza de que mi caso no es el mismo.
Pero ahí está el meollo del asunto. Las fronteras colapsan. Hay inviernos en primavera. Hay amor donde sólo debería haber una relación profesional. Hay niñez a los cincuenta años. Hay odio y discriminación en lo políticamente correcto. Hay oficina en Edith Piaf. La voz de Ramiro se cuela en la canción. Detengo enseguida el mp3, rehusando ser artífice de tan macabro dúo.
Y la muralla cae. Cae con la verdad de que no soy ajeno a esta oficina. Que no hay frontera entre ella y yo. No puedo esconderme en auriculares y canciones francesas y leyendas irlandesas y mitologías nórdicas.
Estoy acá.
Si quiero vivir en Camboya, encontraré la manera de irme a Camboya. Si deseo pasar el invierno en la India, lo haré de alguna forma. Si anhelo tomar un té en Rusia, lo tomaré nomás. Porque esas son las fronteras que no colapsan: las excusas que se pone uno mismo para no estar donde se desea, para no hacer lo que quiere.
-Los miércoles se complica.- desliza Ramiro mientras toma un trago de café, casi en un susurro, como si soltara una verdad que el mundo no está listo para oír aún.
Lo miro. Me mira. Toma otro trago. Asiente con la cabeza, sonriente. Desconoce que acaba de interrumpirme a Edith Piaf. Desconoce que si hubiéramos vivido hace setecientos años semejante imprudencia hubiese sido castigada con un hachazo en la cabeza. No sólo eso. Sigue sacándome charla. -¿Tenés algo pensado para el finde?- propone.
Asiento con la cabeza. No quiero ser incorporado en ningún posible plan.
-Yo no. Ni idea qué hacer. Quizá ir al cine. Pero no pasan nada. No sé.
Supongo que es apropiado encogerme de hombros. Eso hago.
Me señala con su dedito de team leader manager a mi monitor. -¿Venís bien con el trabajo?- dice- Avisá si necesitás que te ponga a alguien a trabajar side by side que esto tiene que salir hoy sí o sí.
Lo miro. Me mira. El muy turro también se busca el hachazo. Asiento con la cabeza. -Team leader manager.- reparo.
Sonríe, orgulloso. -¿Viste?
-Vi.
-Estoy muy contento, gracias.
-¿Te imaginabas esto?
-Algo sospechaba pero no pensé que fuera tan groso.
-No, no. De chico. ¿Qué querías ser a esta edad cuando eras chico?
Me mira. Lo miro. El brillo en sus ojos es otro. -Astronauta. Quería ser astronauta. Y paleontólogo también. Y músico. Y quería viajar y escribir mis aventuras.
Me mira. Lo miro. Toma un trago de café. Contempla a la oficina. Pero ya no es un policía vigilando a los presos que pican al lado de la ruta. Ya no hay camino. La muralla entre lo que es y lo que quiso ser colapsó. Las dos variaciones de Ramiro se miran la una a la otra, por primera vez. Y no se reconocen.

6 comentarios:

Pau... Muna. dijo...

Uuuff... tremendo. Muy fuerte, me gustó especialmente el enfoque que le das a las fronteras, y cómo se desestabiliza una persona cuando con sólo una pregunta como ésa se le enfrentan su yo más interior y sincero, sus sueños... con su presente construido a base de ego, y escalar, escalar, escalar (la nada, lo artificial).
Brillante, disfruto muchísimo leyendo lo que escribís, me recuerda que yo también estoy atrapada en una oficina pero también tengo ese grito interno latente y siempre a punto de estallar. Gracias.

M* dijo...

Excelente!!!!!

Un beso Grande!

M* ( desde Rosario ...tomando impulso para cruzar la frontera )

Wilfredo Rosas dijo...

Pau,
Muchas gracias (de nuevo) por la buena onda.

M,
Cruzá la frontera nomás. Mientras que la frontera no sea aquella que te impida asesinar a 3288273736367383 personas.

Anónimo dijo...

Clap, clap.

Lindo número Wil.


Chapa.

XL dijo...

No le temas a Ramiro. No es nadie.

Miño dijo...

"-Algo sospechaba pero no pensé que fuera tan groso.
-No, no. De chico. ¿Qué querías ser a esta edad cuando eras chico?
Me mira. Lo miro. El brillo en sus ojos es otro."

Aplaudo este fragmento, sinceramente me pareció tristemente genial.