Corto a cada trozo de pollo con sumo cuidado, compenetrado en lo que hurga mi cuchillo, como si estuviera realizando la primera vivisección a un ángel. Llevo el tenedor a mi boca con parsimonia. La servilleta recorre cautelosa las comisuras de mis labios tras cada bocado. Y asiento también. Apenas. Morosamente. Como sopesando una intricada pero sutil danza de sabores.
Y no.
El pollo no está todo lo sabroso y suculento que me prometió el mozo. De hecho, está seco y algo quemado. Y jodidamente salado.
Pero la farsa es necesaria. A mi alrededor comen y hablan y ríen y chusmean todos los de mi grupo. Todos. Project techs. Project leaders. Teamleaders. Teamleaders managers. Managers. Toda la estúpida cadena jerárquica de estúpidos títulos en esta estúpida empresa.
Y no.
No quiero hablar con el gordo Spam sobre Ricardo Fort. No quiero hablar con Ramiro sobre Two and a half men. No quiero hablar con Mr. Charly K sobre las discrepancias de chimentos entre TMZ y E! acerca de no sé qué estrellita de cine que hace de no sé qué vampiresa en no sé qué serie de no sé qué canal.
Y no.
No sirven. Estos almuerzos para levantar la moral y unirnos como grupo no sirven. No a mí, al menos. Me hacen sentir eterno. Me hacen sentir un Dorian Gray aburrido y fastidiado con mi eternidad y con las nimiedades de las que hablan los mortales. Me vuelven un Sandman sin curiosidad. No porque mis intereses sean mejores. No porque mi mundo sea otro. Sino porque en el suyo siento que no pertenezco. Que no puedo respirar.
Prosigo entonces con la farsa de estirar hasta lo absurdo cada bocado. De pasearme con la mirada y con una sonrisa estúpida de conversación en conversación, nunca deteniéndome en alguna. Así lo lograré, me digo. Así retirarán los platos pronto. Así llegará el desafío de encontrar algo con qué entretenerme mientras esperamos la cuenta. Y, luego, caminar lento y mirar todo como si fuera la primera vez que lo veo y respirar y jugar y sonreír.
Y no.
No, no, no. Mi cuchillo hurga en el pollo con la lentitud de una película rusa. Y el gordo Spam lo dice.
-Qué silencio, ¿no?
Mis ojos se deslizan hacia él. Lo instan a que no continúe esa frase. Esa frase de vieja molesta que se repite en tantas comidas. ¿Por qué no disfrutar del silencio? ¿Tenemos que hablar de TMZ y Fort y chismes de empresa y de actores que hacen de higiénicos vampiros? Está bien, este no es mi mundo. Lo entiendo. Esos son los temas de conversación en este mundo. Lo entiendo. ¿Pero es que acá no se puede estar callado y estar a gusto a la vez? Eso sí que no lo entiendo.
Sus labios se abren, mostrándome que lo va a hacer. Y mostrándome también que está masticando carne.
-Se ve que hay hambre.- dice.
-O que no hay de qué hablar.- digo.
Y no.