Sus voces chapotean hasta acá. Me sueno el cuello para, de reojo, arrojarles una mirada criminal, respiro profundo y me maldigo otra vez por no haber traído auriculares. Y no necesariamente me maldigo por las misteriosas y repentinas ganas de escuchar el 4to movimiento de la novena sinfonía de Dvorak. No. Lo digo porque quiero amputar sus voces de mis sentidos. Porque quiero extirpar su charla de mi conciencia.
Cada trabajo tiene sus rituales.
La de pagar derecho de piso es la habitual y por eso, recibiendo trabajo delagado de todo el mundo, me veo en la imposibilidad de actualizar seguido.
Otro ritual es las innumerables variaciones de comentarios estúpidos sobre el día de la semana en el que se está y su distancia para con el fin de semana.
Algunos tienen torneos de juegos online.
Incursiones gastronómicas a la hora del almuerzo.
Coqueteo entre compañeros de trabajo.
Sexo entre compañeros de trabajo.
Odio reprimido.
Resignación gambeteada.
Vandalismo de escritorios ajenos.
Pero este, este trabajo, tiene un ritual tan aborrecible que avergonzaría a todos los rituales abrazados: la charla.
Pero no cualquier charla. No. La charla de los insípidos. Todos los días a las 3 de la tarde, vueltos ya de sus almuerzos, se juntan a hablar y discutir y opinar como si desde esta oficina podrían cambiar al mundo. Es gente que chapotea por temas de conversación prefabricados, tales como el clima, la noticia de turno y apenas pasos al costado. A veces se dan conversaciones como la siguiente...
–Un conocido de un conocido murió porque en la ruta se le cruzó una vaca y la atropelló.
–Uy… Que mala suerte.
–No es mala suerte. Es algo peligroso. No sé como las dejan sueltas.
–No las dejan sueltas. Algunas se escapan.
–No sé.
–Y no es tan peligroso eso.
–Te digo que el tipo murió.
–Más peligroso es que se te cruce un caballo.
–No. Más peligroso es una vaca. Es más maciza que un caballo.
–Pero el caballo puede levantar las patas y te las pega en el parabrisas. Ahí no te salvás.
–¿Y si no las levanta?
–Si no las levanta también, porque está más arriba que una vaca.
–Pero la vaca es mucho más maciza.
–Que el caballo esté más arriba y pueda levantar las patas es más peligroso. Y aparte no sé si es más liviano que una vaca, mirá lo que te digo.
–¿Cuánto pesa un caballo? Una vaca debe andar por los 300 kilos, ¿no? 400.
–No sé, fijate en Google.
–No sé como buscar eso. Quizá en Wikipedia diga…
–A ver…
Esta charla sería amena, agradable y hasta risueña y divertida si los interlocutores fueran criaturas no mayores de 11 años. Pero tratándose de una charla entre gorda esquizofrénica de 41 años en cuyo escritorio conviven un afiche de La guerra gaucha, otro de Loca por las compras, uno de Karate Kid y una escarapela argentina y entre un tipo de 35 años ya pelado, polimórficamente resignado… ahí la cosa cambia. Ahí la charla de los insípidos es una conversación de limbo, es un chapoteo incesante. Es resignación. Es mediocridad. Y es, por sobre todas las cosas, una forrada ponerse a hablar si un caballo te mata más que una vaca habiéndome delegado todo el maldito trabajo que tenían que hacer con la modesta excusa de "así le agarrás la mano."
Busco en YouTube al 4to movimiento de la novena sinfonía de Dvorak. Miro los músicos moviéndose, el director desplegando la música con cada movimiento. Lo miro y no lo escucho. Y mi deseo desesperado ya por oír esa música araña la pantalla del monitor, como un sediento arañando una publicidad de agua mineral.
Y se me escapa.
Se me escapa la música. Volveré a casa y la escucharé y no será lo mismo porque las voces de estos insípidos se impregnaron en mí y uno es sus sentidos. Escucharé la música y mis oídos estarán empantanados. No podré escuchar más esa melodía tan hermosa, tan delicada...
...tan violenta. Tan jodidamente violenta.
¿Cómo no me di cuenta antes? Esa música no es un repaso de un mundo nuevo, no es una fascinación con el futuro. No. Es una marcha. Una marcha de guerra. Una sangrienta marcha de guerra.
–¿Ves? No es tanta la diferencia de peso entre un caballo y una vaca.
–Pero cómo está distribuido importa. La vaca es una bola jodida de peso. Un caballo no tanto... En un choque lo desparramás. A una vaca no. No. Te caga la vida.
–No entendés de lo que hablás. Atropellar un caballo es más jodido.
–Te digo que no es así. Mirá, Rubencito... ¿para vos es el caballo o la vaca?
–Me quedo con el caballo.
–¿Ves? ¿Para vos Estela?
–La vaca. Para mí, la vaca.
Me levanto. Me desperezo. Golpeo el escritorio con los nudillos de mi mano.
–Wilfred... ¿Para vos? ¿Qué es más jodido atropellar en una ruta? ¿El caballo o la vaca?
Lo miro. Levanto mis cejas. –No me rompan los huevos con pelotudeces, por favor.
Y voy a buscar un café sabiendo que escolto sus miradas desaprobatorias y que me encanta hacerlo.
Hasta pronto
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Como habrán notado, las historias de Donato quedaron en almanaques pasados.
Los invito a pasar por https://www.facebook.com/safarijirafas donde estoy
subien...
Hace 10 años