miércoles, 30 de julio de 2008

Roña

Supuse que nadie me creería. Supuse que todos dirían que había mentido. Que casualmente me había engripado un viernes. Por lo cual, me resultó lo más lógico alargar un poco mi condición y no venir tampoco el lunes.
La vuelta fue indiscreta. Improvisé cara de perro mojado. Balbuceé que andaba un poco mejor mientras fingía una repentina tos. Asentía con la cabeza y los labios fruncidos mientras alguien con alma de tía me decía que debería haberme quedado en casa. De a poco, fui desligándome de mi actuación. Y adentrándome en el motivo de mi regreso. Mi venganza.
Aunque con intervalos. Ya que Pastelito, no muy feliz con mi ausencia, me encargó que le entregue inmediatamente un reporte del OTR de la primera mitad del año. Lo cual, básicamente, significa tipear muchos pero muchos números sin sentido. Empiezo a hacerlo mientras no dejo de pensar en las mismas cosas que me atormentaron este fin de semana. ¿Cómo puede ser que Paz, un imbécil sin alma como Paz, que escucha una y otra vez canciones de Paulina Rubio, haya visto a Victoria desnuda? Y más aún, ¿cómo puede ser que haya sacado algo de perversión de no sé qué rincón anémico de su personalidad, perversión suficiente como para convencerla de sacarle una foto estando desnuda? No. Es impensado. Aunque en una oficina los cuerpos que se unen suelen ser los más impensados. Está la posibilidad que Paz no haya sido quien sacó la foto. Quizás se la robó a alguien más. ¿Pero a quién? Vi a Victoria coqueteando con el de IT. Pero todas coquetean con él. Él, en cambio, coquetea con el de seguridad. Esa posibilidad, supongo, termina ahí. Quizás el muy imbécil de Paz editó la foto. No sería muy extraño. Ya había hecho algo parecido con una supuesta foto de Amazon woman y el Patova, agarrándolas in fraganti en un acto lésbico. Supongo que su desesperada necesidad de tener algún rumor entre sus manos, de tener algo lleno de adrenalina e incertidumbre entre tanto tedio, lo llevó hasta estas acciones lamentables.
Le pregunto por la foto. Paz sonríe como un imbécil. –Todavía te la acordás, ¿eh?- me dice, asintiendo con la cabeza.
Me encojo de hombros. No sé qué decirle. No sé si enviársela a Victoria. Y que ella me confirme lo que quiero escuchar. Que ese no es su cuerpo desnudo. No sé si debo resignarme, aceptar que la belleza puede dormir en la misma cama con el aburrimiento, y olvidarme de ella.
–Inquietante, ¿no?- insiste.
Asiento con la cabeza mientras pienso qué decir.
Mira alrededor. Abre la foto. Muy minimizada. Se la queda observando. –Una delicia.
Mi cabeza, por inercia, continúa moviéndose de arriba hacia abajo. Giro para revisar un mail. Pastelito me pregunta qué pasa con el reporte del OTR. Le digo que en cualquier momento ya está. Vuelvo a girar hacia Paz. –¿Me… me la pasás?- digo, sin pensar porqué.
–¿La foto?
–La foto.- repito.
Mueve su cabeza, de lado a lado, para cerciorarse que nadie lo está escuchando. –La agregué en el disco compartido.
–En el disco compartido.- confirmo.
–Nadie lo usa.- explica, con un tono canchero- Y ni loco la iba a mandar por mail. Mirá si alguien me buchonea y se la muestra a Pastelito.
–Hay que ser muy mal parido.- digo, con un tonito propio de una época pasada. Una época pasada que no conocía qué era un disco compartido. Ni qué cosa es un reporte del OTR de los primeros seis meses. Ni qué cosa es el IR Communicator. Pero una época que comprendería que alguien, al decirle a su jefe por IR Communicator que revise el reporte del OTR en el disco compartido, junto a la foto de su hermana desnuda, está buscando roña.

viernes, 25 de julio de 2008

Lamentablemente

Mucha, mucha gripe. Tipeo estas palabras envuelto en una frazada mientras, de fondo, en I-Sat suena no sé qué serie inglesa de los años noventa.
No pretendo hacer de estas oraciones un relato. Tan sólo una advertencia. Y no a ustedes. Sino a quienes no leen este blog. A quienes ahora mismo están atrapados en mi oficina. A ellos les digo que nada detiene la venganza. Nada salvo una tos muy complicada. Si hay que vengarse, que se haga con estilo. No da estar tosiendo como un imbécil.
Hasta entonces, brindaré con jarabe. Salud.

miércoles, 23 de julio de 2008

La Guerra y el Paz

En la oficina hay momentos, varios momentos, donde todo pareciera detenerse. Como en la película El gran pez. Salvo por la mujer hermosa que ocasiona este alto. Y, también, por la ausencia de una vuelta a la normalidad.

El tiempo gotea insoportablemente lento en el rincón inferior derecho de mi monitor. Y no hay nada que lo apure. Tomar el café ácido de acá, revisar una y otra vez los mails o bajar a comprar caramelos son mis maneras de patearlo para que retome su trote. Pero el muy desgraciado se frota el trasero donde recibió mi puntapié, bosteza y continúa con su monótono andar. Inclusive, me atrevo a decir, insolentemente más lento.
Me paso la mano por la cara, desesperado. Ya llegará el momento en el cual, postrado en una cama, rogaré no haber deseado que todo transcurriera más rápido, que llegue el fin de mes, y el próximo, y el próximo así poder cobrar el aguinaldo. El tiempo entonces reirá último y, con una inigualable venganza, me mandará a guardar las patadas que le supe encajar en el trasero.
–Hace dos horas que son las once y media, ¿no?- me adivina Paz. Ah, Paz. Mi querido Paz. Sus días son una galería interminable y absurda de canciones de Paulina Rubio. Nada malo, horrorífico, emocionante, sucede en su mundo. Me digo que así debió ser Adán antes de conocer la miseria: ingenuo, somnoliento, insípido y, admitámoslo, estúpido.
Como supo decir Oscar Wilde, las cosas sencillas son el último amparo de los hombres complejos. O Paz es un hombre intrincado constantemente amparándose o será la sencillez donde pienso resguardarme. Por lo menos hasta que llegue la hora de almorzar.
–Se pasa lentísimo.- confieso- Terminé con todo hace un rato y pareciera una eternidad.
Asiente con la cabeza. –Pasa eso.- contesta. Se acerca con su silla. Mira a ambos lados. Entrecierra los ojos. –Si querés, te puedo dar algo jugoso para entretenerte.- propone.
Un hombre ingenuo hubiera aceptado sin dudarlo. Pero mi fe en la Humanidad murió cuando falleció Fontanarrosa. Por lo cual finjo un bostezo para ganar tiempo. Algo jugoso, dijo. Puede tratarse de más trabajo. O de algo referente a Paulina Rubio. Paz no tiene más mundos que esos dos. –No, gracias.- le declino- Veré cómo me las arreglo.
Paz sonríe. –Te lo perdés.
Hay picardía en su sonrisa.
Entrecierro los ojos. Todo mi instinto me grita que debo salir corriendo, como Francis Macomber, el personaje de Hemingway. Pero algo, en el fondo, me dice que si lo hago terminaré arrepintiéndome de la misma manera de Francis. Me sueno el cuello. Decido darle rienda suelta a la curiosidad.
–Dale, decíme, ¿qué es?
Paz se echa hacia atrás en su silla. Sonríe. Chasquea su lengua contra su paladar. Maldita sea. Que lo diga ya. Si me viene con algo de Paulina Rubio más le vale que sea una foto de ella desnuda o algo así. Algo que amerite semejante teatralidad de suspenso. Sino pienso estrangularlo. O golpearlo con mi monitor hasta que no quede más que una mancha. Lo que mi locura considere más apropiado.
Se me acerca. Mira a ambos lados. Me lo susurra al oído. Me quedo helado. Vuelve hacia atrás. Lo miro desconcertado. Asiente con la cabeza, satisfecho consigo mismo.
–No.
–Sí.- retruca.
Me cuesta respirar. –No puede ser.- balbuceo.
–Oh, sí.- responde, inflando el pecho.
Y se trataba de una foto de un desnudo nomás. Pero no de Paulina Rubio. Sino de Victoria. Mi amada Victoria.

lunes, 21 de julio de 2008

Uno más a la lista

Los clavos, pacientes, aguardaban en mi boca. Las placas de madera, a un lado. Estaba de rodillas, martillo en mano, a punto de empezar a construir los ataúdes de los técnicos. Metafóricamente, por supuesto. Pero no. Una sombra anémica se proyectó sobre mí y sobre mi maldad. Que ya es casi lo mismo.
¿La sombra de quién? Pastelito.
Me lo dijo con su tono insípido de actor que dobla un papel secundario en una película de Disney. Y, entonces, los clavos cayeron de mi boca y el martillo, de mi mano. Metafóricamente, por supuesto. Estuve a punto. A punto de agarrar la metáfora del martillo y darle con la misma en el cráneo, una y otra y otra vez, hasta que su cerebro quedara esparcido sobre la alfombra. Y entonces todos verían. Todos verían en esa masa gris –aunque probablemente sea color pastel también– sus pensamientos de mediocridad y de hijaputez.
Pero no.
No.
Fruncí los labios, con esa estúpida y estereotipada manera de resignación que tengo. Me había enterado por Victoria que cobro más de lo que la empresa quisiera y están buscando la manera tacaña que me vaya. Supongo que esta es el intento número uno.
Pastelito me comentó que el Brontosaurio y Paz, por algún motivo, dejarían de procesar órdenes de trabajo. Serían supervisores. Y, por supuesto, esperablemente, ¿quién se encargaría de sus ocupaciones? Yo. Yo solito.
–¿Por qué?- murmuré como quien contiene un rugido tan grande que contiene los gritos de William Wallace, Conan, los muchachos de 300 y mi primera novia.
Pastelito se encogió de hombros. –Es decisión de la gerencia. Creo que te ven con buen potencial para la empresa y quieren probarte.
Asentí con la cabeza. Si se trataba de una mentira era una excusa estúpida. Si se trataba de algo cierto, era escalofriante.
Pastelito se fue a sentar, sepultándome de trabajo mientras Paz se dedica más que nunca a escuchar canciones de Paulina Rubio y a meterse en foros sobre ella. El Brontosaurio se pasea entre los escritorios, ostentando su inexistente nuevo título. Y su interminable panza.
Después de una semana le agarré el ritmo al asunto. No tendré la calma de antes pero tengo breves momentos de tranquilidad. Algunos emplean estos instantes para relajarse. Bajar a fumar un cigarrillo. Ir a buscar un café. Yo, en cambio, los utilizo para agarrar el martillo y los clavos y empezar de nuevo con los ataúdes. Con la diferencia que, ahora, hay uno más que construir.

lunes, 14 de julio de 2008

Es lindo...

Finalmente. Encontraron el trozo de pescado que había escondido en la rejilla. La mujer que tose despotricó teorías descabelladas sobre gatos que andan por el conducto de ventilación. Supongo que, a riesgo de decir una frase que podría haber dicho Arjona, la negación ciega a la razón.
Lo cierto es que, desde el incidente con el hedor a pescado, cuando habla por teléfono ya no grita sobre lo que el ginecólogo le recomendó. Es lindo saber que si uno se propone una meta puede lograrla. Que la logre pisando la psiquis de alguien más, bueno, eso ya es otro tema. Y uno no de Arjona, por suerte.
Al fin, la calma. Es lindo un lunes que se despereza en silencio. Silencio relativo, después de todo, pues la mujer que tose ya no grita guarangadas pero, como su apodo lo sugiere, sigue tosiendo. Una y otra vez.
Pero ya tendré oportunidad de batallar contra su tos. Ahora es el momento de escaparme de ella. De ponerme los auriculares y perderme en una banda que acabo de descubrir, Aqueduct.
Pero no. Un segundo antes del play, Chipper, uno de los pseudos técnicos que invadieron el piso, lo tuvo que decir a los gritos. –Es que yo acabo en dos bombazos.
–Chipper, te tiro la posta: tenés que mimar al beaver antes de insertarle tu pendrive.- le aconseja un compañero, entre carcajadas. Lo hace sin pudor alguno. No tiene pudor en hablar de sexo a los gritos en una oficina. Y menos con nicks y doble sentidos tan imbéciles y poco originales.
El play y el escapismo y la consiguiente felicidad están a un segundo nomás. Bendito sea el maravilloso descubrimiento del noise cancelling en los auriculares. Pero, antes de clickear play, un segundo antes, tapada, ahogada, me llega la voz de Chipper. –Nah, a la mierda. Si yo pago la cena que el postre esté a cargo de ella.- dice.
Y cierro los ojos y mi dedo aprieta de lleno el play y suena You´ll get yours de Aqueduct. Mientras alegremente canto Decís que no estás tras mi dinero pero últimamente estás actuando raro, planeando mi funeral, eligiendo mi ataúd… se me ocurre qué hacer. Es lindo el sentimiento de elegirle el ataúd a tu peor enemigo. Y es más lindo que este recién se dé cuenta cuando esté adentro.

miércoles, 9 de julio de 2008

Wilfredo Morgan

Esto no puede ser más fantasmagórico. Caminar por una ciudad vacía, infestada por neblina. Meterme en un edificio gigante y desértico. Subir a un ascensor, solo. Y entrar a un piso para encontrar a casi cien personas.
Y no sólo eso.
Sino que hay una gorda tosiendo mientras a los gritos pide que alguien del consorcio del edificio vea porqué hay tanto olor a pescado podrido. Sentirse en una película de Fellini contrarresta la angustia de venir a trabajar en un feriado.
Miro, a escondidas, la rejilla donde dejé el trozo de filete de merluza. Recuerdo mis pasos. Nadie me vio. Nadie se dio cuenta. Algunos empiezan a entrelazar chistes y sospechas sobre el olor y los dichos de la mujer que tose. Bien. Muy bien. Me siento un poquito como Dexter. No. Perdón. Estoy exagerando.
Voy a mi lugar. Miro por la ventana deseando hacer lo mismo. Pero en mi departamento.
–Ey, Chipper-man. ¿Qué pasa?- saluda, a los gritos, uno de los técnicos.
–No pasa nada, no pasa nada.- responde el otro, sin percatarse lo triste de sus palabras.
–¿Todo en orden?
–Todo en orden.- corea el tal Chipper.
Todo en orden.
Ahí está otra vez.
Esa última respuesta, tan metida en el sentido común que nunca reparamos en ella. Esa cuestión de lo higiénico en la vida de uno me pudre. Aparentemente, si todo está en orden todo está bien. Y bien es sinónimo de control, de lo inalterable. De lo previsible.
Y no.
Déjenme decirles que no. No están en orden. Por más que se mientan. ¿O no se dan cuenta acaso? Diseccionan su vida entre un trabajo insípido, una carrera sin futuro, familia, amigos y sus parejas. Y laburan un feriado argentino en una empresa yanqui terciarizada por indios. No pueden estar en orden.
Pero creen lo contrario. Esta gente vive bajo la ilusión del orden. Todos lo hacemos, de hecho. Por eso, si alguien agarra unos aviones y los estrella contra unos edificios icónicos decimos giladas como que el mundo se detuvo. Por más que muera más gente por día en África de sida. Es lo imprevisible lo que nos detiene el mundo.
Y creen que viven en orden... Esta gente necesita caos. Necesita estar cubierta por el polvo de su orden destruido. Y, entonces, habiéndose percatado de sus miserias y su pequeñez, habiéndose dado cuenta que no estaban en orden, sino que se engañaban, que se encontraban desesperados pero amaestrados, entonces, los degollaré. Sí, me siento un poquito como Dexter.

lunes, 7 de julio de 2008

El espeluznante show de la mujer que tose

¡Acérquense, damas y caballeros, acérquense a este gran espectáculo! Sus ojos nunca han presenciado paisaje tan espeluznante. Sonidos tan aberrantes jamás han trepado hasta sus tímpanos. Pues con este maravilloso circo hemos ido hasta el rincón más oculto del planeta. ¡Hemos ido y vuelto! Pero no lo hicimos con las manos vacías. Oh, no. Hemos traído un recuerdo. Un souvenir de lo más profundo del Infierno. ¡Prepárense, damas y caballeros, prepárense y den un pasito hacia acá, hacia el horror, hacia la mujer que tose!
–Tuve que volver al ginecólogo para que me enseñe a lavármela.- empezó ella hoy a la mañana. Continuó con una tos propia de un cavernícola poco recatado. Golpeando el escritorio y todo. –Sí, tal cual. Con manguera y lavandina.- agregó.
Miré mi café. Miré mi medialuna. Fruncí los labios.
–Voy a tener que meterla en el lavavajillas.- prosiguió.
Dejé la medialuna a un costado. –Oh, bien. Calculo que eso dio por terminado mi desayuno.- murmuré.
Pero, al contrario, ella no iba a terminar ahí. Oh, no, damas y caballeros, oh, no, ávidos por lo desagradable, por lo infrahumano, el espectáculo no iba a terminar ahí.
–Voy a tener que dejar de reusar toallitas.- confesó. A viva voz. Como si fuera un asunto nacional.
Me soné el cuello. Y, en esa acción, el diagrama de acciones se me hizo evidente.
Ir a almorzar temprano. Y solo.
Pedir algo con pescado.
Con disimulo, sacar un pedazo del mismo y guardarlo en una servilleta.
Volver a la oficina.
Esperar a que todos se hayan ido.
Protestar sobre la calefacción tropical para justificar mis acciones ante los pocos que estuvieran. Y, entonces, mientras fingía poner cinta scotch en las rendijas de ventilación, dejar el trozo de pescado adentro de la rendija que está encima de la mujer que tose.
Volver a mi lugar.
Y esperar que la invada un aroma tan familiar.
Ah, damas y caballeros. Ah. El valor de la entrada no contempla la secuela de esta historia. Los espero aquí mismo, este miércoles, para presenciar la reacción de la infrahumana mujer que tose. Traigan consigo, de más está decirlo, unas moneditas para poder presenciar el horror. Módico precio para semejante asco.

miércoles, 2 de julio de 2008

Bien

Llego a las nueve menos diez.
No hay nadie.
Nadie.
–Bien.- murmuro. Sólo me falta frotarme las manos para encastrarme en el estereotipo de la maldad. Y tal vez una risa perversa. Pero no, tan sólo me acomodo la mochila al hombro.
Sí, hombre de apenas bolsillos como yo se vio obligado a traer una mochila. Exigencias del oficicio de vengador oficinístico.
Voy, con la mochila, al baño. Levanto la tapa de un inodoro. Saco una máscara de Menem de mi mochila y la pongo adentro del inodoro. Bajo la tapa. Hago lo mismo con el otro inodoro. Voy al baño de mujeres. Hago lo mismo.
Salgo. Aún no hay nadie. –Bien.- reitero.
Saco los vasos de plástico de la cocina y los escondo en los cajones del abandonado escritorio de Gutiérrez.
Lleno el escritorio de uno de los técnicos con post-its llenos de código binario. Espero que alguno sea un insulto.
Vacío un poco más de veinte sobrecitos de edulcorante adentro de un paquete de yerba. Lo sacudo bien para que se mezcle. Lo dejo en su lugar.
Miro alrededor. Aún no hay nadie. –Bien.- insisto.
Saco el cable RCA de mi mochila. Lo conecto a la salida de audio de la computadora de Paz. Lo bajo por atrás de su escritorio. Levanto un cuadradito de alfombra y lo paso por ahí. Pongo el cuadrado encima, como estaba antes. Hago lo mismo con otro cuadradito. Y otro. Y otro. Hasta que el cable RCA llega al escritorio de un técnico pseudo punk. Lo subo por detrás de su escritorio, enchufándolo en sus parlantes. Subo el volumen al máximo. Saco la perilla.
Miro alrededor. Nadie. –Bien. Pero ya fue suficiente.- murmuro. Voy a mi lugar.
Paz llega al minuto. Va, como siempre, a la cocina a servirse un café. Vuelve indignado, bramando que no hay vasitos. Finjo interés. La noticia, tan insignificante, atrapa a los que van llegando. En una oficina la novedad más pequeña puede ser enorme. Pronto las conversaciones se entrelazan con el sonido de los teclados y todo deviene en tedio.
Se escucha un grito en el baño de hombres. Luego, una carcajada. Todos se levantan confundidos. Se escucha un grito en el baño de mujeres. Luego, un insulto. Paz, para enajenarse de este bochinche, pone un CD de Paulina Rubio. Su música plástica estalla a todo volumen en la mitad del piso. El técnico pseudo punk se echa hacia atrás. –¿Qué mierda pasa?- grita.
–¡Bajá eso!- ríe uno.
–N-no p-puedo.- balbucea el técnico, mirando sus parlantes, con la robada perilla de volumen. Revisa en su computadora a ver si se trata de un pop up con audio. Baja el volumen desde ahí.
Paz se rasca la cabeza, buscando una explicación.
Yo me hecho hacia atrás. –Bien.- me felicito.