miércoles, 30 de enero de 2008

Una ciudad de oficinas pobladas por fantasmas.

Empezar la semana un miércoles tiene sus beneficios. Estar casi a un pasito del fin de semana es uno de ellos. Y, sin dudas, otro es enterarse que Pastelito se fue de vacaciones.
Así es, la familia Ricardi se ha ido al norte de Brasil. Victoria y su hermano pastel partieron, sin la cortesía de un adiós la primera y con la mezquindad de tan sólo irse por quince días el segundo. Pero, indudablemente, no soy el único que festeja esta noticia. Al menos, la segunda parte de esta noticia. Así es, damas y caballeros, blogguers y anónimos, desempolven del olvido al viejo teamleader. Frente a la ausencia de Pastelito se pasea por acá y por allá, con ese caminar felino, regalando chocolatines y chistes sobre los rumores del momento.
–Wilfred, ¿qué se cuenta?- me dice, al pasar, golpeándome en el hombro para llamar mi atención- Quería preguntarte si podías hacer algo.
Lo miro. Algo en el tono diplomático de su voz me anuncia sobre qué quiere hablar conmigo. Finjo sobresaltarme. –Man, pensé que habías muerto en un accidente hace dos meses.
Entrecierra los ojos, sin entender. –¿Cómo?
–Se rumoreaba eso.
Sigue con los ojos entrecerrados. –Pero nunca dejé de venir.- anuncia. Me levanto de la silla y, muy de a poco, llevo mi mano hacia su pecho hasta tocarlo. Lo tanteo, lentamente. Él da un paso hacia atrás. –¿Qué hacés?- pregunta.
Lo miro, estupefacto. –No, no sos un fantasma.
Sonríe, incómodo. –Claro que no.
Ahora soy yo el que entrecierra los ojos. –Mhm… A menos que hayas aprendido a materializarte.
–Pero, Wilfred, ¿qué—
Levanto la mano. –A menos que hayas cometido la originalidad de ser un fantasma, de día, en el lugar menos sobrenatural de todos que vendría a ser una oficina.- interrumpo, para mirar alrededor- Pero todos sabemos que no sos alguien original.- continúo- Quizás… quizás no sos el único fantasma acá.
–¿De qué hablás?
Llevo mis manos a la cabeza. –¡Oh, Dios…! Sí, sí… Todos, todos son fantasmas. Eso explicaría tantas cosas. Todos son fantasmas. Una ciudad de oficinas pobladas por fantasmas y soy el único que queda vivo. Pero no por mucho, ¿no es cierto? Viniste a eso, ¿no es cierto? A que el gris nos vista a todos por igual. ¿O me equivoco?
Me mira con los ojos entrecerrados. –Veo que tenés mucho trabajo, te dejo tranquilo Wilfred. Después hablamos, ¿dale?
–Vade retro, Satán.
Asiente con la cabeza. –Sí, sí.
Lo veo irse. –Este puto reprimido piensa que puede aparecer de la nada y encargarme más trabajo.

lunes, 28 de enero de 2008

Silvina... Natural de la selva.

Hoy, que el otoño, arrabalero y nostálgico, se le adelanta al verano para recordarle que todo en algún momento acaba –todo salvo frígidas e impotentes–, hoy que mi mirada se deleitaba vistiéndose con llovizna y cielos grises, hoy, decía, tuvo que pasar.
Viajaba en el subte a las 13:35, esperando que mediante una explicación de ciencia ficción barata como en la película Moebius el vagón se convirtiera en una máquina del tiempo para llegar al trabajo a las 13. Otro día atrapado en la oficina, rodeado por la confusión de cromosomas que es el Patova, por Hakuna Matata cantado mil veces en la poco agraciada voz de Gutiérrez, por Paz que volvió de vacaciones y querrá enterarse de todos los chismes de estos últimos 15 días y por la interminable Amazon woman, a quien debieron instalarle una luz roja en la nuca para que ningún avión se estrelle contra ella a la noche.
Pero no.
No.
Viajaba en subte y la vi. Una mujer de una belleza tan enceguecedora que traspasó la metáfora hasta enceguecerme literalmente. Resulta que nos bajamos en la misma estación. Fui atrás de ella pensando en algo qué decirle antes de perderla en la ciudad. Pero al sentir su perfume me olvidé de las palabras. Subí detrás de ella por la escalera de la boca del subte observando el metafísico vaivén de su cuerpo cuando ella abrió el paraguas. Una punta criminalmente suelta fue a parar contra mi ojo izquierdo.
Ella me ofreció llevarme hasta algún oftalmólogo. Y yo le agradecí mientras el ojo no dejaba de llorarme, como si con el ojo izquierdo estuviera mirando el final de Cinema Paradiso y, con el derecho, simplemente, el Paraíso.
Hermosa. Hermosa era esta mujer.
Llamó a su trabajo. Dijo que iba a llegar tarde. Hice lo mismo. Llevó sus labios a mi mejilla y me dio un beso. –Silvina.- se presentó- Ya es suficiente con sacarte un ojo como para cometer la descortesía de no presentarme.
–Silvina.- repetí, con una sonrisa- Lindo nombre.
–Natural de la selva.
–¿Cómo?
–Eso significa.- aclaró- Natural de la selva. Digo, en caso que le quieras poner el nombre a tu hija en honor a la mujer que te sacó un ojo.
–Natural de la selva...- rememoré- Hay que ver de qué selva.
–De la de asfalto no. ¿Y vos...?
–¿Yo qué?
–¿Tenés nombre o la gente te señala y chifla cuando quiere llamar tu atención?
Sonreí. –Wilfredo.
–Wilfredo.- repitió, divertida- ¿Sabés qué—
–El rey pacífico o el pacificador determinado o algo así.- me le adelanté.
Ella frunció los labios. –Mmm...
–Sí, no es nada muy...
–A veces mejor no saber.- se apiadó.
–A veces.
–Quizá después de vos cambie el significado a El oficinista tuerto.
Reí. –Seguro que no es nada.- la tranquilicé- Un raspón.
Silvina negó con la cabeza. –Entonces ese ojo es bastante mariquita porque no deja de llorarte.
–Mariquita…- repetí, aún aturdido por la cercanía con su perfume- Te digo que no voy a perder el ojo. Sería darle el gusto a mi ex.
–¿Cómo?
Me dije que tenía que encontrar una forma para salir alguna noche con ella. Me dije que sin dudas ella sentía cierta compasión por lo que había sucedido. Me dije que tenía que apostarle a algo más que al factor paciente-enfermera que se desarrollaba entre nosotros, factor que aprendí gracias a Volver al futuro I. Y también me dije que me estaba diciendo muchas cosas sin decirle nada a ella.
–Claro.- empecé, para rellenar el silencio- Mi ex novia siempre me burlaba que era un nene de mamá.- continué, sin saber porqué decía lo que decía, con esa hijaputez que a veces tiene el inconsciente- Si llego a perder el ojo ella me burlaría con que sigo los pasos de Edipo. Pero que, como encima soy un incompetente y un inconstante, dejé las cosas por la mitad. Y no pienso darle el gusto.
Silvina, muy de a poco, sonrió. Dentro de mi pecho me estrangulaba a mi mismo por la imbecilidad que había dicho. Iba a intentar hacer un comentario para quitar la atención del rebuscado chiste de Edipo, que encima me dejaba mal parado en mi relación con mi madre y con mi ex, cuando me anunciaron que era mi turno.
Me revisaron. Un raspón en el ojo nomás. Leve. Me dieron unas gotitas. Y un certificado para faltar al trabajo dos días. Una música pomposa y celestial me envolvió al escuchar estas palabras.
Salí y le comenté las noticias a Silvina, mientras le repetí mi agradecimiento por haberme acompañado. –Me gustaría dos cosas.- confesé.
Ella me miró. –¿Cuáles?
–Que te olvides el chiste ese de Edipo. A veces me pongo nervioso cuando… bueno…
Ella sonrió. –¿Y la segunda?- se apiadó, quitándome la necesidad de explicar.
–Que aceptes que una noche te invite a tomar algo como agradecimiento.
Pensé algo bonito para decirle pero ella me dio el número de su celular y un beso en la mejilla. Me sonrió. –¿Estaré haciendo la gran Lorraine?
–¿Quién?
–Lorraine. De Volver al futuro, la primera.
Iba a decirle que la amaba cuando me anunció que se le hacía demasiado tarde para el trabajo. Y se perdió, nomás, en la ciudad. Pero estaba en mi bolsillo los diez numeritos que me conducían a su voz. Enfilé hacia la oficina. De repente, el prospecto de estar atrapado ahí no me resultó tan angustiante.
Hoy, que el otoño, arrabalero y nostálgico, se le adelanta al verano para recordarle que todo en algún momento acaba, hoy tuvo que pasar. Un comienzo.

viernes, 25 de enero de 2008

¿Qué pensará el Patova...?

Y sí. Gutiérrez dio un pasito para atrás en su hombría al llorar delante de toda la oficina y la marimacho del Patova puso su mirada sobre él. No lo deja de ver, de hecho. Es bastante enfermo. Lo sigue con la mirada cuando se para, cuando canta Hakuna matata, cuando va al baño, cuando trabaja, cuando canta Hakuna matata, cuando baja a fumar, cuando habla por teléfono, cuando canta Hakuna matata.
–Te juro que pensé que el Vengador anónimo eras vos.- se disculpa, sentada sobre el escritorio de Gutiérrez. Toma un trago de su botellita de agua, un trago corto, contrayendo sus bíceps al hacerlo, como un físicoculturista frente al espejo. –Escribe tan parecido a vos, man.- continúa, con esa voz áspera como viento chaqueño.
–No fui yo.- corta Gutiérrez.
El Patova finge desperezarse para exhibir su cuerpo, tan femenino como Schwarzenegger tosiendo. –Pensé que cuando me jodía el Vengador anónimo era tu manera de…- propone, inconclusa.
Gutiérrez, desesperado, revisa un mail y agarra su teléfono. –No, no era yo.- balbucea, sin darle el pie.
–Tu manera de chamuyarme, ¿entendés?- completa el Patova, tan poco propensa a las sutilezas como el guión de Alen vs. Depredador 2.
–Hola, ¿sí?- empieza Gutiérrez, al teléfono, probablemente inventando una conversación.
El Patova permanece sentada sobre su escritorio, como si fuera un cover nazi de La niñera Fran Fine. Al minuto, mientras Gutiérrez continúa con su llamado ficticio, la marimacho bebe un sorbo de agua, sonríe y se baja del escritorio para volver a su lugar.
Abro el MSN del Patova.

WR – El absurdo no es una estética. Es una ética. says:
che, no lo jodas al Gu.
master of doom says:
¿? no lo jodia
WR – El absurdo no es una estética. Es una ética. says:
ah xq anda medio mal
master of doom says:
q no lo jodia, man… x?
WR – El absurdo no es una estética. Es una ética. says:
se siente que quedo mal parado con esto de pastelito, q se puso a llorar delante de todos, digo
master of doom says:
es un pelotudo el pastel, lo kiero re cagar a trompadas
WR – El absurdo no es una estética. Es una ética. says:
Gu tambien.. x eso de la prohibición pa salir con gente de la empresa
master of doom says:
sigue enganchado con la victoria esa?
WR – El absurdo no es una estética. Es una ética. says:
en serio me preguntas…?
master of doom says:
q????????
WR – El absurdo no es una estética. Es una ética. says:
open your eyes, girl

Cierro el MSN y me voy al baño. Me debato a qué conclusión llegarán las neuronas de Patova entre tanta soledad y tantos esteroides. Si pensará que Gutiérrez ya está con Victoria. O si pensará que Gutiérrez está interesada en ella. O si pensará.

miércoles, 23 de enero de 2008

Fantasía.

Hoy, miércoles, me desperté indebido.
Cabalga por mi piel un grito despechado, anunciándome que si no le abro la boca para darle paso está dispuesto a salir por la nariz y por las orejas. Y que incluso está dispuesto a salir por otro lugar un tanto indecoroso.
Me puebla un grito demasiado grande para mi garganta. Un grito nutrido en cuatro almanaques de corbatas, de escotes y de grises.
Arañándome el pecho desde adentro se abalanza hacia mis labios, atolondrado e infrenable como eyaculación precoz. Lo siento venir. Pero sello mis labios con la boquilla de un trombón. El grito se despereza en el aire como una melodía. Aunque mi intención no es volver mi angustia en algo bello. Sin dudas no lo es.
Voy por la ciudad, gritando dulcemente con mi trombón, aquí y allá, vistiendo al asfalto con mi agonía. De a poco, canas y arbolitos escoltan mi melodía. Taxistas y cadetes dejan sus vehículos, abiertos y vacíos, sobre la calle y vienen atrás mío. Meseros, oficinistas, recepcionistas y obreros abandonan los edificios que los castran de cielo y de sol y me siguen. A mí, el trombonista de Buenos Aires, arrastrándolos con sus angustias, con sus rutinas a regañadientes y sus miserias, arrastrándolos a todos detrás.
Las desgracias de la ciudad carnavalean siguiendo mi sombra. Se palmean entre ellas en la espalda, pues una angustia acompañada es menos angustia. Y de a poco el carnaval de grises llega hasta la orilla del acantilado, donde la había dejado. Les indico con mi trombón que entren en la jaula interminable de barrotes oxidados. Y ellos obedecen, como hipnotizados por la melodía. Uno a uno van entrando hasta que todos los policías, los cadetes, todos los arbolitos, oficinistas, abogados y contadores, todos los desempleados, los diseñadores y estudiantes, todos, todos y cada uno, estén en la jaula. Aparto entonces el trombón de mis labios y, con esfuerzo, cierro la puerta. La trabo con la llave, y dejo la llave sobre el pasto. Pongo mis manos contra unos barrotes y comienzo a empujar.
–¿Qué está pasando?- me dice un oficinista que despierta del estupor de mi trombón. Pero no le contesto y sigo empujando, empujando hacia el fin del acantilado, hacia el mar. La gente, de a poco, comienza a desesperarse. A gritar. A golpear. A llorar y a rogar. Pero sigo empujando, con todo mi cuerpo y mi alma.
El extremo de la jaula alcanza al fin del acantilado e inmediatamente siento que la fuerza que tengo que hacer ahora es menor.
–¿Por qué?- llora un contador, buscando hacerme entrar en razón.
Paso una cadena por mi cintura y, con el candado, me trabo a uno de los barrotes. Lo miro a los ojos. –Porque es miércoles.- le digo, y doy el último empujón.
Mientras nos hundimos, de a poco, en lo oscuro, me imagino que allá debe estar la ciudad. Desierta. Apenas atravesada por el movimiento de la mugre en el viento y de los semáforos cambiando de luz.

martes, 22 de enero de 2008

Cronología del lunes.

Domingo. 18hs.
Abandono la variación del infierno que es esta oficina. Dejo, antes de hacerlo, una anónima carta de amor arropada en un sobre impregnado de corazones sobre el escritorio de Victoria.

Lunes. 09:30 hs.
Vengo temprano a trabajar. No hay nadie en la oficina. Algo en mí sugiere que debo cambiar mi vida, y mis prioridades. Pero me preparo mate y me olvido del asunto.

Lunes. 09:45 hs.
Me debato si comprar bizcochitos agridulces Don Satur para acompañar al mate.

Lunes. 09:46 hs.
Llega la mujer que tose. Prende la radio AM. Tose. Disca por el teléfono. Tose. Se indigna ante algo que una amiga le dice en la conversación. –Si me pasara lo mismo que a vos me la rebano y se la doy de comer a los peces.- afirma.

Lunes. 09:47 hs.
Dejo los bizcochitos agridulces Don Satur para otro momento. Sin dudas, perdí el apetito.

Lunes. 09:50 hs.
Llega la hermosa Victoria escoltada por la ignominia pastel de su hermano. Ella se detiene en su escritorio. Él, también. Victoria agarra el sobre.

Lunes. 09:51 hs.
Pastelito mira alrededor. Victoria sonríe. Abre el sobre, saca la carta. Pastelito husmea con la mirada. Victoria ahoga la carta en su pecho.

Lunes. 10:30 hs.
En la sala de conferencias Pastelito nos reitera la prohibición de tener relaciones con otro empleado. Enumera las muchas razones que sustentan esta política.

Lunes. 12:30 hs.
Termina la reunión, tras extenderse de sobremanera cuando el Brontosaurio desvió la temática de la política de la empresa hacia la proyección de un aumento.

Lunes. 12:32 hs.
Busco un trabajo en cada página web posible.

Lunes. 12:34 hs.
Gutiérrez me dice de ir a almorzar. Desde que salió llorando de lo de Pastelito está blandito como chinchulín remojado en leche. Le digo que no, que tengo que ir a comprar los pasajes para las vacaciones. Sugiere acompañarme. Mi cerebro se estruja buscando una excusa para la segunda negativa.

Lunes. 12:46 hs.
Espero en la cola para comprar los pasajes. Gutiérrez canta, a mi lado, Hakuna matata. Mi cerebro estrujó y estrujó pero no logró concebir una excusa.

Lunes. 12:48 hs.
Gutiérrez me pregunta si el hecho de que toda la oficina lo viera llorando haría que las mujeres piensen que es un hombre sensible. Asiento con la cabeza, por misericordia.

Lunes. 12:50 hs.
Salimos. Gutiérrez señala que el día está lindo y propone comprar algo para ir a comer a una plaza.

Lunes. 12:53 hs.
Compramos unas empanadas en Paulín y nos sorprendemos, por más que lo hayamos visto mil veces, de la rapidez biónica del hombre que atiende. Sin dudas no es humano.

Lunes. 12:55 hs.
Me doy cuenta que Gutiérrez se comió mis empanadas cuando ya es demasiado tarde. Como las suyas, de verduras, mientras soy devorado por el odio. ¿Cómo no pudo distinguir entre mis empanadas de carne y de jamón y roquefort con las suyas de verduras?

Lunes. 12:56 hs.
Mientras le doy otro bocado a la empanada de verduras de Gutiérrez, él canta Hakuna matata.

Lunes. 13:04 hs.
Volvemos a la oficina, con la piel aún tibia por el sol. O tal vez me esté confundiendo la temperatura de mi piel porque, debajo, me hierve la sangre. Victoria le está mostrando la carta de amor a Amazom woman. Y ella, desde sus cuatro metros, me mira. Me mira y sabe. Me mira y sabe que sé que sabe. Me reconoció en esas palabras.

Lunes. 13:15 hs.
Una sombra interminable se posa sobre mi escritorio. Levanto la mirada. Levanto un poco más la mirada. Levanto un poco más todavía la mirada. Levanto aún todavía un poco más la mirada. Hasta que llego a su rostro. Es Amazon woman. Sonríe. Ella sonríe. –Un Vengador anónimo, un enamorado anónimo. Esta oficina está llena de anónimos, que es otra palabra para cobardes.- observa, para irse, agachándose para no golpearse la cabeza con el techo.

Lunes. 13:37 hs.
Abro la casilla de mail del Vengador anónimo. Mando un mail privado al Brontosaurio –mi reemplazo temporal del chusmerío de Paz– diciéndole que Pastelito acaba de ganar un bonus por setecientos dólares.

Lunes 14:00 hs.
Le pregunto por el IR Communicator a Victoria por la carta. Dice que le levantó la autoestima y que no tiene idea quién puede ser. Sólo que desea—

Lunes 14:01 hs.
Se corta la conexión del IR Communicator.

Lunes 14:02 hs.
Mi corazón late desesperado mientras busco volverme a conectar. Quiero que termine esa frase. Que me diga, como Meg Ryan en Tienes un email, que sólo desea que fuera yo el que le escribió la carta.

Lunes 14:03 hs.
Se reestablece la conexión.

Lunes 14:04 hs.
Sólo deseo que no sea el Brontosaurio, completa ella.

Lunes 14:05 hs.
Jajaja, tipeo ya. El más triste jajaja que alguna vez se haya tipeado.

Lunes 15:00 hs.
Me vuelve el rumor que empecé. Ese que dice que Pastelito ganó un bono por setecientos dólares.

Lunes 15:15 hs.
Amazon woman me insiste que yo fui el que le escribí la carta a Victoria. –Lo que me duele no es que le hayas escrito una carta de amor. Sino que le hayas puesto frases que me decías a mí.- denuncia. Mis dedos permanecen silenciosos sobre el teclado.

Lunes 15:45 hs.
El rumor de Pastelito y los setecientos dólares estalla en la oficina. Finjo sorpresa y le pregunto a Victoria pero, diplomática, no me dice que sí ni que no. Pienso, entonces, en seguirle preguntando sobre la carta. Pero me parece que es evidenciarme demasiado. Me digo que si decidí hacer una caricia escondido tendré que bancarme la angustia que nuestras miradas no se crucen durante la caricia.

Lunes 16:20 hs.
–Según el radiopasillo gané ochocientos dólares.- desnuda Pastelito, en la segunda reunión del día- No hubo bono especial para mí. Sólo la intención de algunos de dejarme mal parado ante mi anuncio que no habrán aumentos. No sé quién viene a decir esas taradeces.
–Es el Vengador anónimo.- desembucha el Brontosaurio.
–Él dice la verdad.- acompaña el Patova.
Y yo me siento como el Zorro.

Lunes 17:45 hs.
Termina la reunión, tras un discurso interminable de Pastelito sobre la infantilidad del Vengador anónimo, sobre el difícil momento que atraviesa la empresa como para considerar aumentos y sobre, de nuevo, la política que prohíbe que dos empleados se involucren amorosamente.

Lunes 19:40 hs.
Me quedo hasta más tarde terminando el trabajo atrasado que no pude hacer gracias a las dos reuniones. Agarro todas mis cosas y estoy por irme, por correr hasta mi casa, cuando la veo. Victoria está agarrando sus cosas para irse también. Finjo demorarme buscando algo que no hay en mi cajón.

Lunes 19:42 hs.
Victoria va hacia la puerta. Cierro mi cajón y voy tras ella.

Lunes 19:43 hs.
Esperamos el ascensor. –Al fin, ¿no?- digo, sólo por decir algo.
–Al fin.- dice ella.

Lunes 19:44 hs.
Bajamos en silencio. Adentro mío hay dos personitas gritando. –¡Decile algo! ¡Algo, lo que sea!- pide una.
–¿Pero qué?- pregunta la otra.
–¡Lo que sea!
–¡Pero que se lo diga ya!- apoya la segunda- No son muchos pisos hasta planta baja.
–¡Dale, ya!
–¡Ya, ya, ya!
–¡Si pensás qué decir nunca decís nada! ¡No pienses y hablá!
–¡Hablá la puta madre, hablá!

Lunes 19:45 hs.
El ruido de las puertas del ascensor abriéndose es el primer sonido que escuchamos desde que entramos en el ascensor. Las dos personitas me torturan por mi silencio. Victoria abre la cartera para sacar la tarjeta que necesitamos para pasar por el molinete de la salida del edificio. Y ahí está. Adentro de la cartera. Ahí está. La carta de amor que le escribí. Será cobarde, será a destiempo, será anónimo, pero que esa carta esté en su cartera, rumbo a su casa, a guardarla debajo de la almohada o en el cajón de su ropa interior, lo considero un poroto a mi favor.

Lunes 19:56 hs.
Todavía estoy sonriendo en el subte por el hallazgo.

domingo, 20 de enero de 2008

Domingo.

Domingo. Sí, domingo. Domingo y estoy en la oficina.
El viernes el mail del Vengador anónimo pobló cada monitor de esta empresa. Su contenido: una conglomeración de insultos dirigidos al hombre pastel. Pastelito, inmediatamente, mandó un mail diciendo que quien denunciara la identidad del Vengador anónimo recibiría 500 pesos. Y que el escritor de aquellos mails sería sin dudas despedido.
Sin dudarlo, el Patova y el Brontosaurio individualizaron a Gutiérrez como el responsable. Pastelito se reunió con Gutiérrez. Gutiérrez lloró. Lloró. Lloró en la sala de conferencias. Salió secándose los ojos, pero con su puesto intacto. Logró que no lo despidieran. Logró que Pastelito creyera que él no era el Vengador anónimo. Logró, también, perder el respeto de toda la oficina.
El viernes llegaba a su esperadísimo fin cuando Pastelito se me acercó. Me miró con los ojos entrecerrados mientras llevaba el vasito de agua a sus labios. –Curioso lo de Gutiérrez.- me dijo al fin.
–Curioso.- repetí, lacónico, porque no me interesaba tener una conversación con Pastelito y, mucho menos, tener una conversación con Pastelito acerca de Gutiérrez.
Tomó un trago de agua, rápido, como de paloma. –Iba a venir él este domingo pero con cómo se puso no pude pedirle…- continuó.
De repente, el terror salió de todas las películas de Stephen King y debajo de todas las camas de todos los niños del mundo para venir corriendo hacia mí. –¿Cómo?- pregunté, balbuceando.
–Este domingo hay que venir a probar el update de unos programas.
Abrí el mail, creo, buscando una excusa para escaparle a esa conversación.
–De una a nueve tendrías que venir.
Seguí buscando aparecer ocupado. –No puedo. Este domingo no puedo.
–No te lo pedía.- postuló, intentando imponer un tono reacio que terminó por salirle amanerado.
Mi cuerpo me gritaba que lo matara, mi razón me sugería que inventara una excusa inquebrantable pero mis labios permanecían confusos y aterrados. –No puedo, tengo—
–Cancelalo.- interrumpió- Sería de una a nueve.
Mi niño interior salió a hacer berrinche. –Te digo que no. No y no.
No y no y no y no y acá estamos nomás. En esta oficina casi vacía, probando unos programas sin sentido para meter numeritos sin sentido. Los hindúes sin dudas son gente macabra. Lo que sucede por no comer vacas, me imagino. Pero al menos puedo darme el lujo de dejarle una carta de amor en el escritorio de Victoria. Anónima, por supuesto. Mañana ella vendrá y la encontrará, guardada en el sobre lleno de corazones. Pastelito estará a su lado cuando la agarre. Y yo, escondido entre los monitores, observaré.

viernes, 18 de enero de 2008

El falso Bruno Díaz.

–¿Estás enojado?
Recibir esa pregunta un viernes deliciosamente nublado que debo desperdiciar en esta oficina es redundante. Lo miro a Gutiérrez mientras mando a mi boca el segundo mejor invento de la humanidad: los bizcochitos agridulces Don Satur. –¿Enojado por?- pregunto, mientras me debato si el mejor invento es la rueda, el fuego, la música o la chocotorta.
–Ya no me hablás.
Frunzo los labios. La gente que se persigue puede ser dividida en tres grandes categorías: paranoicos, estúpidos y Gutiérrez, que es la combinación perfecta de las dos anteriores. –Es que es difícil hablarte ahora.- le digo, sin saber porqué, sólo para ganar tiempo hasta que se me ocurra una manera de volverlo aún más paranoico.
–¿Cómo que no?
Miro a ambos lados. Me le acerco. –Desde que comentaste que sos el Vengador anónimo es… difícil hablarte. Es como acercarme a Bruno Díaz y decirle Hola, Batman, ¿qué tal?… ¿Entendés? Se perdió la magia.
–Pero—
–Pero nada.- interrumpo- Esos chistes eran graciosos cuando eran dichos desde el anonimato. Saber que sos vos el que los escribió, no sé…
Él sonríe. –Quizá deje de escribirlos entonces.- postula, casi heroico- Aunque no creo. El deber llama.
Sinvergüenza. Soy yo el Vengador anónimo y este esperpento anémico de alma tiene el descaro de decirme que es él. Es ridículo. Ridículo como Alfred comentándole a Bruno Díaz que él es Batman. O como Robin fingiendo que es heterosexual. Me debato entre decirle la verdad, arrojarle un monitor o seguir caminando. Sigo caminando.
–Necesito a Paz para vengarme. A Paz y a la Crazy mother fucker.- me digo mientras voy a la cocina- Pero están de vacaciones.- reparo mientras lleno la botellita de agua.
Y entonces cae como del Cielo. Pastelito. –¿Y cómo pasaste la semana de vacaciones?- me pregunta, el muy pelotudo- Acá estuvo tranquilo, sin los mails imbéciles de ese Vengador.- desliza, mientras me estudia con esos ojitos sin alma- Así que calculo que es uno de ustedes, uno de los que suspendí.
Calcula. El muy brillante calcula. Quiero agarrarlo por el cuello, abrir la heladera para ponerle la cabeza en el borde y entonces abrir y cerrar una y otra y otra y otra vez hasta que el cuello de Pastelito termine en una punta confusa, comprimida y sangrante. Pero no. No. Lo miro. Miro a Pastelito y le sonrío. –¿Todavía no sabé quién es?
El rostro de Pastelito adopta una expresión de sorpresa. –No, ¿quién?
–Eso te pasa por salir a correr a buscar a tu tío cada vez que se arma un problema acá.
–¿Quién es?- insiste.
Llevo la botellita a mis labios. Tomo un trago. –Aparentemente, Gutiérrez.- deslizo mientras vuelvo a mi escritorio.
Abro la casilla del Vengador anónimo y pienso cuidadosamente qué tipear. Mientras lo miro. Mientras miro al falso Bruno Díaz recibiendo los halagos de la oficina. –Veamos cuánto está dispuesto a pagar alguien por sentise el centro de atención, sin virtud ni mérito alguno.- me digo. Y empiezo a tipear. Pastelito. La primera palabra es Pastelito.

miércoles, 16 de enero de 2008

La felicidad está en unos sándwiches.

Hoy es mi primer día desde la suspensión. Y recién ayer a las doce de la noche me enteré que tenía que venir a la una del mediodía. Fue por un mensajito de Victoria. Un mensajito abreviado, dulce y amargo a la vez.

Mañ entras a la 1, mi herm no dijo nada pero yo no keria q fueras antes. Besito

Le mandé gracias, y otro besito, y salí al balcón para llevar la helada cerveza a mis labios transpirados. Tomé un trago. Ahí estaba la gente del edificio de enfrente, cada cual en las modestas dimensiones de sus rutinas. No pude evitar pensar qué dirían si supieran cuál era la mía. Si supieran que trabajaba para una empresa yanqui terciarizada por una empresa de la India, tipeando numeritos sin sentido día tras día bajo el yugo color pastel de un imbécil.
Dejé la cerveza a un costado y me agarré de los cables de Fibertel que recorren verticalmente a mi edificio. De a poco fui trepando, arriba, arriba, hacia el cielo negro, nublado y sudado. Me paré en la terraza del edificio y miré alrededor. Respiré profundamente mientras levantaba mis brazos y lo sentía reptando desde cada esquina de mi cuerpo. Reptando, inevitable ya, hacia mi pecho, hacia mi garganta. Un grito. Un grito interminable. Abrí la boca y grité. Grité y la tormenta estalló en la madrugada.
Empapado y drenado, al menos momentáneamente, de mi angustia, decidí volver al sauna de mi departamento.
Me acosté pensando en la venganza, y en comprar un aire acondicionado. Me levanté pensando en la venganza. Porque el sinvergüenza de Pastelito el miércoles pasado se había ido a buscar a su tío. Como un nene buchón que corre hasta la maestra. Porque el sinvergüenza de Pastelito logró que me suspendieran. Logró que esté un paso más cerca de mi despido sin indemnización de por medio. Y por eso, me dije, iba a pagar.
Llegué a la una, con la venganza bajo el brazo. Pero me enteré que tenía que hacer un curso. Aparentemente vamos a usar un nuevo sistema para trabajar acá y yo tenía que asistir al training. Sin dudas eso arruinaba mi venganza. Sin dudas eso le quitó dos horas a mi vida. Un sistema sin sentido para tipear números sin sentido, rodeado entre gente anémica que le encantó ponerse a discutir y analizar cada recoveco del flameante sistema, como si todo esto les interesara, como si la anémica existencia dentro de este trabajo fuera algo atractivo. Yo me dediqué a dibujar pajaritos en mi libretita. A dibujar pajaritos y a imaginar que les pegaba una y otra vez en la cabeza con aquel matafuegos hasta que no haya más en el lugar que alfombra y sangre.
Volví recién a mi asiento, hastiado de todo esto, diciéndome que en febrero renuncio, tenga o no un trabajo. Que cancelaré todos los gastos, que me olvidaré del aire acondicionado, y que me las ingeniaré como pueda hasta que consiga otro ingreso. Llego a mi escritorio. Hay unos sándwiches de miga. Abajo, un post-it. Lo leo.

Pensé que tendrías hambre, aunque te hayas tenido que comer lo de llegar a la una y lo del curso. Besito, Vic.

La busco con la mirada. Me mira. Le sonrío, mostrándole los sándwiches. Me sonríe. Le sonrío. Me siento y los empiezo a comer, por más que no tenga hambre. Son los mismo sándwiches que comí mil veces en estos cuatro años pero me digo que saben hermoso. Los como mientras abro la página de Garbarino. Voy a ver de comprar un aire acondicionado en doce cuotas.

lunes, 14 de enero de 2008

Flashback.

–¡¿Y a vos qué mierda te pasa, man?!- le gritó el miércoles el Patova a Gutiérrez.
La vergüenza, el desconcierto y el odio se abrazaron en el rostro de Gutiérrez. –Tranquilizate, no sé qué—
–¡Sos un pelotudo!- se apuró la marimacho del Patova- Que con esa pelotudez del Vengador anónimo jodas al pelotudo del Brontosaurio, bueno, bárbaro...
La mole interminable se levantó. –¡Ey!- rugió, tan elocuente.
–¿Pero a mí…?- insistía el Patova.- ¡¿A mí?! ¡¿Qué mierda te hice?!
Gutiérrez levantó sus manos, moviéndolas de arriba a abajo, para pedir más privacidad en el reproche. Pero los estrepitosos pasos del Brontosaurio se sumaron a los gritos de la marimacho. –¡Ey!- reiteró la mole, dirigiéndose a Gutiérrez- ¿Así que vos fuiste el pelotudo que mandó ese mail?
Gutiérrez levantó su mirada y se sintió como Mahoma. Cuando la montaña vino a él, obviamente. –No, yo no…- balbuceó.
–Y pensar que te di bola.- seguía el Patova, indignada- Que hablábamos por el MSN y resultó que te daba lo mismo encamarte conmigo que trincarte a la freak de los cuatro metros.
–Eh, perá, perá.- se levantó, interminable, Amazon woman.
El Patova se le acercó. –Cerrá la boquita y metete en un circo.
–¡Pochochos, pochochos!- pedí yo.
Un instante. Un puño. Mi boca. Mi sangre. Y el Patova que me miraba desquiciada, con el puño aún cerrado. Amazon woman se le tiró encima, como una boa se lanza sobre un pato. Y Gutiérrez, aprovechando el desconcierto, salió corriendo hacia el baño pero el Brontosaurio lo agarró por el cuello. Lo levantó por el aire y lo tiró unos metros adelante. Lo cual significó arriba mío. Un instante. Un codo. Mi nariz. Mi sangre.
–¡¿Qué está pasando?!- gritó el jefe de RRHH, el tío de Pastelito, que entraba al piso acompañado por su sobrino en el preciso momento en el cual Amazon le tiraba del pelo al Patova mientras yo me abalanzaba, sangrando, sobre el Brontosaurio para vengarme de su puntería. Todos nos inmovilizamos. Como si un hechizo nos hubiera vuelto estatuas vivientes ad honorem. –¿Qué está pasando?- insistió, con su vozarrón, el tío de Pastelito. El silencio entre nosotros fue inquebrantable. Apenas mitigado por la siempre presente tos de esa maldita mujer.
–Estábamos discutiendo por quién se toma la primera quincena de febrero.- sugerí.
El tío de Pastelito sonrió. –Están todos suspendidos. Una semana. La próxima, considérense despedidos sin indemnización.
Y así fue nomás. Fui a lavarme la boca y la nariz en el baño. A sacar el reproductor de mp3 y los libros de mi cajón. Estaba por irme cuando Victoria se me acercó. –Una semana.
–Una semana.- repetí.
Me sonrió. –Te envidio.
–¿Por qué? Me suspendieron y no llegué a pegarle a nadie.
–Ay, tontito.- deslizó con una vocecita cautivadora- Te envidio porque tenés alguien que está dispuesta a tirarse encima de quien te lastime.
Busqué la tarjeta del subte adentro del libro. –Lo mío con Amazon ya fue.
–Donde hay fuego hay cenizas.
–Pocas cosas se pueden cocinar con cenizas.- retruqué, para darle un beso en su mejilla lo suficientemente lento como para perderme en su perfume. Y me fui, con los otros suspendidos, sintiendo la mirada de toda la oficina en mi espalda. Cerré los ojos y busqué adivinar la caricia de la única mirada que me importaba.

viernes, 11 de enero de 2008

La guerra ha comenzado.

Me suspendieron.

miércoles, 9 de enero de 2008

Showtime!

El Brontosaurio, esa suerte de colchón de agua más o menos antropomorfo, con los dientes mezclados y poco pelo pero empapado en gel, mira alrededor con esos ojitos chicos y estúpidos. Paz me ve contemplando a la mole y me codea. Me saco los auriculares justo en el momento en el cual me doy cuenta de la buena banda que es Spacehog. Paz se me acerca como quien va a soltar un secreto. –El gordo algo se trama.- susurra.
Lo miro. Quisiera apagarle un cigarrillo en cada ojo. Pero me contengo. Después de todo, no fumo. –El mail del Vengador anónimo lo mandó muy al frente.- digo, para desviar mi instinto asesino. La marimacho del Patova se acerca. Me pongo los auriculares. Voy a clickear play cuando la escucho hablar.
–Yo sé quién es el Vengador anónimo.- anuncia.
Rápido. Rápido. Pensá qué hacer, me digo.
–¿Quién?- se interesa Paz.
Rápido. Rápido. Tenés que hacer algo, insisto.
–Es Gutiérrez.- individualiza, equivocada, el Patova.
Empiezo a agitar la cabeza mientras marco un ritmo inexistente en el teclado. Que crean que no los escucho por la música. Es estúpido, pero es lo único que se me vino a la mente.
Miro por el reflejo del monitor. Paz asiente, despacio, como sorprendido pero a la vez como si sopesara la posibilidad para encontrarla factible. –Gutiérrez.- repite- ¿Quién te lo contó?
–Nadie me lo contó. Lo sé.- retruca el Patova, con esa impronta que hace parecer a Stalin como un nene de mamá.
Paz va aceptando la idea de a poco. –En el mail, el Vengador anónimo parecía atrás de la hermana de Pastelito y Gutiérrez—
–Se la quiere re trincar.- interrumpe, siempre tan sutil y femenina, el Patova.
–Tal cual.- dice Paz- Es Gutiérrez.
El Patova se le acerca. –Aparte yo antes hablaba por el Communicator con él y ese Vengador escribe igual, igual.- agrega, como golpe final, para retirarse.
Así que aparentemente cuando escribo rápido lo hago igual que Gutiérrez. No sé cómo me hace sentir esa información pero me concentro en observar y escuchar. Paz se queda en silencio un momento. Yo sigo golpeando el teclado y tarareando alguna canción de Spacehog que supuestamente estoy escuchando. Paz me mira. –¿Escuchaste?- me pregunta. Nada. Sigo tarareando y golpeando el teclado mientras finjo trabajar. Se me acerca. –Ey, Wil… ¿Escuchaste…?- insiste. Pero continúo con mi farsa. Paz no tarda mucho en volver a sus auriculares y a Paulina Rubio. Supongo que su mente estará ocupada en idear cómo esparcir este nuevo rumor.
Abro el mail del Vengador. Escribo apuradamente.

Para todos aquellos que opinan que la comunicación en esta empresa es endeble. Que no sabemos más que el radiopasillo y los enunciados, que siempre llegan demasiado tarde, de RRHH. Para todos los que piensen esto, el Vengador anónimo, su fiel servidor, les comenta que ayer nuestro teamleader de invariables tonalidades pastel respondió a mi mail. Me contó que dirigirme así a su hermana es una falta de respeto. Y que la prohibición de amoríos entre empleados sigue en pie. Que analizará el caso del beso infrahumano que descubrí. Pero que un hombre y una mujer de esta empresa no pueden unirse. A lo cual yo me pregunto, ¿qué sucede en el caso de xxxx, que es evidentemente un hombre y una mujer en uno? ¿Habrá penalidades en su caso? Sin más, el Vengador anónimo.

Cambio las xxxx por el nombre de la marimacho del Patova y envío el mail. Espero. Espero. Espero. Carcajada allá. Carcajada acá. El Patova se para con un ímpetu asesino. Va hasta lo de Gutiérrez. –¡¿Y a vos qué mierda te pasa, man?!- le grita.
It´s showtime!

lunes, 7 de enero de 2008

Mis pequeños Frankensteins.

Nunca pensé que vería la gloria. Y mucho menos, que la gloria tendría un aspecto tan desagradable.
Nunca lo pensé pero ahí estaba, delante de mí, el beso infrahumano de la mujer que tose y el Brontosaurio. Me sentí como el Dr. Frankenstein cuando concibió a su engendro. Ahí estaba, pixelado pero concreto, aquel beso grotesco en las diminuta pantalla de un celular.
–Asqueroso, ¿no?- me codea Paz.
Asiento con la cabeza mientras le devuelvo el celular. –¿Qué vas a hacer con—
–¿La foto?- completa él- Ah, no sé. No se dieron cuenta que la saqué. La verdad no sé. No sé…- dice, mientras vuelve a su lugar.
Lo miro. Paz es un hombre de pocos gustos a los que los explota hasta el hartazgo. Ama enfáticamente a los rumores de la oficina, y a Paulina Rubio. Es un tipo peculiar, que disfruta de limpiar su escritorio con toallitas de papel que roba del baño y con alcohol y de, nuevamente, Paulina Rubio y los rumores de la oficina. Ese beso no quedará en las modestas dimensiones de la pantalla de su celular por mucho tiempo.
Quiero el mismo resultado. Que todos en la oficina conozcan ese romance aberrante. Pero también quiero ser yo y no Paz el que quite el telón para descubrirlo. –Tengo que pensar en algo…- me digo. Lo cual es difícil ya que a mi lado Gutiérrez canta Hakuna matata y la mujer que tose, bueno, tose. Y tose. Y tose.
Entre las toses se despereza un recuerdo. Se trata de la reunión que tuve con Pastelito y su polimórficamente hermosa y genéticamente improbable hermana Victoria. La reunión era sobre la prohibición de relaciones amorosas entre empleados. El sinvergüenza me encargó redactar un mail para toda la empresa anunciando esta política. Lo tengo escrito. Pero todavía no lo mandé. Una idea comienza a pararse en mi cráneo, entre las toses, una versión extremadamente feliz de Hakuna matata y el sonidito del Outlook al recibir un mail. Reviso. Es Gutiérrez que me mandó la foto del beso. Paz se la debe haber enviado. Ya empezó a propagarse el rumor. Debo apurarme. Claro. Por eso Hakuna matata, aunque sea la cuarta vez que Gutiérrez la canta en el día, me resultaba entonada tan alegre.
Abro el mail. Envío el mail sobre la política empresarial que prohíbe relaciones interpersonales. Espero. Espero un poco más. Se empiezan a escuchar murmullos. Abro el otro mail. El que creé con el nombre del Vengador anónimo. Adjunto la foto del beso. Tipeo rápido. Muy rápido. Más rápido que la velocidad de los rumores en la oficina. Lo envío a toda la empresa. Sonrío.
Cuando me llega el mail del Vengador anónimo lo leo como el resto.

¿Cómo es esto de prohibir relaciones entre empleados? No se puede frenar el amor. No señores. No. Es más, adjuntado a este mail van a dos individuos de complicada estética uniéndose en un beso. Si el amor habita donde la belleza no, ¿cómo esperan que frenemos nuestro impulso frente a las bellezas de esta oficina? Tal vez, opino, esta prohibición no sea más que una política anticipatorio. Así es. El omnipotente teamleader de ropas de un inalterable color pastel quiere asegurarse que nadie se meterá con su despampanante hermana. He hablado.

Las risas y carcajadas empiezan a estallar a lo lejos. Creo que actué demasiado rápido. Se revuelve en mi pecho cierta vergüenza por la exposición y la burla que le hice a mis pequeños Frankesteins –el Brontosaurio y la mujer que tose–. Por más que los odie. No tarda en titilar la ventanita del IR Communicator. Es ella. Victoria. Lo abro. Tarado. La ventanita dice tarado.

viernes, 4 de enero de 2008

Estrategias.

A las nueve y pico me desayuné con esto: aparentemente hoy tenía que venir a la una.
Aparentemente Pastelito mandó un mail detallando qué días y quiénes iban a tener que venir de una a nueve.
Aparentemente hoy me tocaba a mí.
Aparentemente borré el mail sin leerlo, como todos los mails que recibo de Pastelito. Porque yo ni enterado.
Aparentemente no podía cambiar el turno.
Aparentemente tenía que hacer tiempo en la oficina, lo que significaría estar doce horas acá adentro, o ir a casa y volver, o caminar afuera por poco más de tres horas.
Aparentemente decidí la última opción. Y digo aparentemente porque lo que hice no fue apenas caminar.
Fui a un café a tomar un submarino con churros rellenos de dulce de leche mientras leía el último tomo de Macanudo. Habría sido una hermosa manera de empezar el día si no me hubiera manchado la remera con un poco de dulce de leche. Pero no me desesperé. Fui a una casa por Retiro donde estampan remeras y pedí una. Pagué y me dijeron que la pase a buscar en unas horas. No había problema. Tenía tiempo.
Fui hasta una florería y compré un ramo de rosas. Escuché que le gustan las rosas. Pedí que enviaran el ramo a la dirección de mi edificio, escribí algo cursi en la tarjeta y le dejé al empleado el interno de ella.
Pasé por un puesto de revistas. En una aparecía Paulina Rubio en la tapa. Sin dudar la compré. Después vería qué haría con ella para joderlo a Paz. Pasé también por un supermercado chino para comprarme el almuerzo. Y por un locutorio para mandarle pornografía gay a Pastelito. Mucha, mucha pornografía gay. Mucha.
Cuando se hizo más o menos la hora fui hasta la casa que estampan remeras y retiré mi remera. Me cambié en el baño de un McDonalds. Me miré en el espejo. Sonreí. La remera tenía el dibujo de Apu y, abajo, una frase que decía “¿Ya llegamos a la India…?”
Vine al trabajo. Entré al edificio. Pastelito se estaba yendo a comer. Me miró a la remera y luego a los ojos. Un escalofrío de asco me recorrió ante semejante intimidad. Él adoptó una expresión seria. –Sacate la remera.- saludó.
Apoyé una mano sobre su hombro. –Lamento desilusionarte pero no me vas a ver desnudo.- le dije.
Seguí de largo. Las puertas del ascensor se abrieron para descubrir a Victoria. Me saludó. Bajó su mirada hasta la revista de Paulina Rubio. Tosí, nervioso. –Eh, no es lo que pensás… Es que—
–A Paz le gusta.- me interrumpió- Le vas a hacer una maldad, ¿no?
Fruncí el ceño. –¿Cómo…? ¿Cómo…?- balbuceé, en mi elocuencia.
Ella sonrió. –Me llegó el rumor de Paz, y de tus hazañas.
–¿Mis hazañas?
–Algunas.
Puse voz grave en un desesperado intento de hacerme el interesante. –¿Cómo cuales?
Volvió a sonreír. –Como la chica alta y la recepcionista.- me dijo, dejándome boquiabierto. Siguió de largo para encontrarse con Pastelito e irse juntos a comer.
Subí en el ascensor, preguntándome quién le contó de ellas, y porqué ella me lo contó, y qué significará el que me lo haya contado. ¿Será una estrategia de cortejo o será la inflamable voracidad de los rumores en los ascensores...?
Me senté, atragantándome con preguntas. Y acá sigo nomás, atragantado. Veo que le llegaron las flores. La mujer que tose sonríe mientras las huele, mirando alrededor, buscando quién fue el que se las mandó, mientras el Brontosaurio transpira odio y celos.

miércoles, 2 de enero de 2008

Empezamos con todo.

No pude dormir ni un instante en toda la noche. El ventilador me vomitaba aire caliente y un pájaro infernal no dejaba de cantar. Se cortó la luz en la mitad de la noche por lo que ni siquiera pude tener el consuelo del aleatorio vientito chaqueño del ventilador. A las cuatro de la mañana no soporté más el encierro y, mientras me dije que lo primero que iba a hacer en la oficina era revisar precios de aires acondicionados, arrastré el colchón al balcón y me tiré ahí. El pajarito parecía cantarme al oído. El despertador sonó justo cuando estaba quedándome dormido. Me bañé. Incluso el shampoo estaba a una temperatura infernal. Viajé incómodo en el subte. Incómodo en esta época del año significa transpirar. Y mucho. Mucho, mucho.
Llego a la oficina, pensando que iba a caminar rápido y pasar desapercibido para que nadie note mi camisa empapada. Iba a sentarme en mi lugar y meterme en la página de Garbarino a buscar aires acondicionados. Pero no. No, señores, no. Antes de entrar me di cuenta que había una enormidad de gente en la puerta del edificio. Una multitud, casi. Se cortó la luz. Se había cortado la luz en el edificio y todos bajaron ya que el calor era intolerable. Ni bien escuché este dato de la boca de no sé quién de no sé qué piso, fui al kiosco a comprarme algo helado para tomar. Devoré la botella en dos tragos. Pero así y todo no dejaba de transpirar. Me compré otra. Llevaba el pico a mi boca cuando lo vi a Pastelito. –¿Qué hacés acá?- me dijo.
–Hola, ¿qué tal? Feliz año. ¿Cómo la pasaste?- saludé yo.
No se dio cuenta de mi ironía. No se dio cuenta que acabé de llamarlo un maleducado. En cambio clavó, sin diplomacia, su mirada en mi camisa empapada. –Estamos subiendo ya.- me anunció, sin mirarme a los ojos.
Me dije de esperar. Tanta gente amontonándose para entrar en los ascensores. No quería pasar vergüenza con mi camisa empapada. Menos aún si estaba la posibilidad de cruzármela a Victoria. Tomé de la botella y esperé. No me secaba. No me secaba ni un poquito. Pero esperé.
Cuando la multitud se esparció y la entrada del edificio volvió a ser habitada apenas por fumadores, decidí subir. Entré en un ascensor, solo. Me agité la camisa en un desesperado intento de ventilarme. Entré al piso y me hundí en la silla.
–¿Dónde estabas?
Esa voz. Esa maldita voz. Giré y ahí estaba Pastelito. Quería abrocharle los labios pero, en cambio, me soné el cuello. –Los ascensores estaban—
–Tenemos una reunión ahora.- me interrumpió.
Me pide que lo acompañe. Así lo hice. Mientras caminaba atrás suyo me imaginaba agarrando el monitor de aquella y golpeándolo en la nuca una y otra vez. Pero, en cambio, agitaba mi camisa para intentar secarme. Entró en la sala de conferencias. Hice lo mismo. Y ahí estaba nomás, Victoria. Y yo ahí estaba nomás, desprolijo con la camisa empapada. La saludé y me senté. Sin entender porqué estábamos ahí. Sin entender cómo un ateo como yo podía estar rogándole a Dios para que la tierra me devorara y me escupiera del otro lado.
Hasta recién estuvimos reunidos. Hasta recién. Una reunión intolerablemente larga. Pastelito quiere asegurarse que no haya relaciones interpersonales, amoríos, digamos, en la empresa. Aparentemente hoy en la entrada del edificio se armó una escena entre el Brontosaurio y la mujer que tose. No me había enterado. Nunca pensé que iba a lamentar haber llegado tarde a este trabajo. Ni nunca pensé que iba a salir de una reunión de cuatro horas sonriendo. Resulta que en un momento de la reunión, cuando Pastelito no nos miraba, le dije a la hermana que era una lástima prohibir relaciones entre los empleados. Ella me miró sonriendo. –Me gusta lo prohibido.- confesó.