viernes, 31 de agosto de 2007

Todo parecía tan perfecto

Cualquier plan, por más inmaculado que parezca, es permeable al error.
Todo parecía perfecto.
Paz había esparcido por toda la oficina el rumor que el Patova y Amazon woman estaban coqueteando, a la vez, con Gutiérrez. Había, a su vez, especificado que ninguna de las dos sabía que la otra hablaba también con él, y que ambas estaban algo enganchadas. Hacía no más de una semana que habían empezado a chatear, pero el aburrimiento de la oficina fogonea odios y amores por igual.
Todo parecía perfecto. En una meeting de managers sobre el traspaso de la empresa a lo hindúes, el Patova fue hasta el box de Amazon woman. –¿Qué te está pasando, pelotudita?- rugió la marimacho, cual William Wallace.
Los cuatro metros de Amazon woman se levantaron lentos, como dolidos. Supongo que a ella también le había llegado el rumor. Se miraron, fijo, sin emitir una palabra, mientras la oficina comenzaba a estallar en expectativas. Gutiérrez, a lo lejos, miraba la escena, vanagloriándose.
Para el Patova, Gutiérrez era tal vez su primer coqueteo con el mundo heterosexual. Quizás su primer paso para sentirse mujer. Para Amazon woman, creo, era alguien que finalmente la había escuchado, sacado de su caparazón de timidez. Y ahora estaban las dos, frente a frente, con aquellos horizontes derrumbados por culpa de la otra.
Amazon woman le pegó un derechazo que hizo caer al suelo al Patova. Inesperado. El Brontosaurio aprovechó la oportunidad y le tiró unas servilletas abolladas y usadas. El Patova se levantó para arrojar un manotazo. Amazon supo agarrarle la mano en el aire y la llevó a sus pechos. –¡Esto es lo que querés, ¿no?!- gritó la mujer de los cuatro metros- ¡Tocá, lesbiana, torta, marimacho, tocá!- aulló.
La oficina, en silencio. Creo que uno nunca se espera cuando un tímido finalmente estalla. Pero siempre un imbécil lanza la primera carcajada. En este caso, fue el Brontosaurio mientras arrojaba servilletas abolladas. El Patova se levantó, humillada, y lanzó otro manotazo. Esta vez, certero. Paz fue corriendo hasta su escritorio. Abrió un cajón. Volvió corriendo. Amazon woman se repuso de la trompada y empezó a tirarle de los pelos al Patova. Paz desplegó un afiche de Paulina Rubio y lo mostró, como para provocar al Patova. El marimacho, confundido, miró al afiche. El Brontosaurio estalló en carcajadas. –¡Le calienta Paulina Rubio!- empezó a gritar. Amazon woman aprovechó la confusión y, tomando de la nuca al Patova, llevó su cabeza a sus pechos. –¡Comé, lesbiana, comé!- rugió de nuevo, esta vez obteniendo el festejo de toda la oficina.
–¡Ey!- gritó Gutiérrez- ¿Me puedo meter en el medio?- bromeó, logrando también la carcajada de todos.
Amazon woman y el Patova se detuvieron. Fueron las dos a él. Enemigas unidas en la misma e instantánea causa. Destrozarlo. El Patova se lanzó sobre él y empezó a golpearle en las costillas. Gutiérrez, anonadado, empezó a arrojar trompadas al aire. Le pegó a Amazon woman, quien casi estalla en llanto. La miré. Despertó algo en mi pecho. Fui corriendo. La abracé. –No vale la pena.- le dije.
No pude no meterme en el medio. Ni pude no sentir un escalofrío recorriendo mi espalda cuando la oficina, de repente, se calló. Nos dimos vuelta. Los managers habían vuelto.
Todo parecía tan perfecto. Y ahora estamos, Paz, Gutiérrez, el Brontosaurio, Amazon woman, el Patova y yo, a punto de reunirnos con nuestro jefe.

miércoles, 29 de agosto de 2007

Se agrandó Chaca

Con sólo dos soplos se le puede inflar el pecho a un imbécil.
Y así fue con Gutiérrez, nomás.
La marimacho del Patova y su archienemiga Amazon woman están coqueteando con él. Y él, bueno, se pasea por la oficina como si fuera el único gallo del gallinero, regalando miradas y sonrisas. Incluso demora el acto de tomar el café ácido que hay acá, como si al hacerlo en cámara lenta se volviera más sexy. Se para, entrecierra los ojos, asiente levemente con la cabeza, con una mirada perdida buscando tal vez ser poética, y se lleva, despacio, el vasito de plástico a la boca. Cada vez que lo hace abollo un post-it y, escondido tras mi monitor, se lo tiro por la cabeza. Varios lo hacemos. Pero él insiste, se desabotona el primer botón de su camisa y vuelve a mirar lánguidamente alrededor, con los ojos entrecerrados. Abollamos, entonces, otro post-it.
También dejó a las novelas clásicas rusas y empezó a llevarse novelas románticas y eróticas al baño. Lo cual, por cierto, alimentó al rumor que inicié. Ese que Gutiérrez se toca en el baño.
Hasta cambió su risa. Ahora mismo, por ejemplo, mientras reparte su tiempo entre chatear con el Patova y la Amazon woman, se ríe de una manera que le es nueva. Como haciéndose el galán. Se la cree. El tipo pasó de diseccionar y criticar reciamente a cada parte del cuerpo de cada mujer de esta oficina a considerar acostarse con el Patova. Porque Amazon woman no implica otro reto más que poder erotizar una mujer de cuatro metros de altura. Pero el Patova, bueno, es bastante más complicado. Sería como hacerle el amor a Steven Seagal.
Me cansó su risa. Me acerco. –Che, ¿ellas saben que hablás con las dos?- le deslizo.
–Nah.- niega él mientras tipea.
Frunzo los labios. –¿Tenés posibilidades?
Ríe. –Seguro.- dice- Aparte, les estoy haciendo de novio.- agrega, al ver mi actuada expresión de duda- Las enamoro, las meto en la cama y a otra cosa.
Le doy una palmada en la espalda, como alentándolo. Vuelvo a mi computadora. Abro el IR Communicator. Lo busco a Paz.

Rosas, Wilfredo [10:45 AM]:
ey
Paz, Daniel [10:45 AM]:
sep?
Rosas, Wilfredo [10:46 AM]:
te enteraste? gutierrez está por comerse al patova y a amazon
Paz, Daniel [10:46 AM]:
jajajajja… naaah
Rosas, Wilfredo [10:46 AM]:
parate y fijate con quien esta hablando

Paz detiene la canción de Paulina Rubio. Se para, fingiendo casualidad, y viene hasta acá. Pispea el monitor de Gutiérrez. Se tapa la boca, pero sonríe. Me doy cuenta. Vuelve a su computadora. Abre el IR Communicator. Pero no me habla Sonrío al escuchar las risas esparciéndose alrededor. Es cuestión de horas hasta que estalle. Me echo atrás en la silla, satisfecho, con el pecho inflado. No como generar un Big Bang para sentirse Dios. Aunque sea, en una oficina.

lunes, 27 de agosto de 2007

Viejos odios, nuevas disputas

La sombra titánica que nace adelante la anticipa. Amazon woman está en la cocina. Algo agachada, quizás, para no cabecear al techo. Entro y bostezo un saludo. No le doy un beso. Es muy temprano para saltar un metro hasta su mejilla. Me pido un café en la máquina. El humo ácido empieza a desperezarse en el vasito de plástico. Vuelvo a bostezar. Amazon woman me mira, sonriente. –Difícil empezar la semana, ¿no?
La miro. Odio esos latiguillos de oficina. Siempre los escucho de Paz y Gutiérrez. Al menos es viernes, o sino Es lunes y encima está nublado, o tal vez Fuerza que estamos en la mitad de la semana, o quizás Si estás así un martes ni me imagino cómo estarás para el jueves. Boludeces. Palabras que no dicen nada. Silencio para ocultar silencio. Sonrío. –Difícil empezar la semana.- repito, aceptando. Después de todo, Amazon woman es una antisocial. No habla con nadie de acá. No conoce a nadie. Tal vez por tímida, por una muralla de vergüenza que la separa del resto. O quizás la barrera que la separa del resto son sus cuatro metros de altura. Es difícil llegar a escuchar lo que dice desde ahí arriba.
Vuelvo a bostezar, pidiendo perdón con la mano.
–Si estás así un lunes ni me imagino cómo vas a estar el jueves.- ríe ella.
La gota que desbordó el vaso. La miro. Antisocial o no, va a pagar. –¿Y cómo querés que esté?
Ella evidencia su duda frunciendo el ceño.
–¿No fuiste? La fiesta del Pato.- invento en el momento.
–¿El Pato? ¿Patova?
Asiento con la cabeza.
–Ni enterada.- confiesa, mientras termina de cargar el termo con agua caliente.
Me encojo de hombros. –Perdón. Fueron casi todos.- miento- Pensé que sabías.- deslizo. Ella tapa al termo con cierto odio reprimido. La observo. Recuerda su pelea con el Patova, me imagino. Sonrío. –Una lástima que no fuiste.- insisto- Gutiérrez te buscaba.
Frunce el ceño. –¿Gutiérrez? ¿Me buscaba? ¿Para qué?
Sonrío. Levanto las cejas. –Es muy obvio.- deslizo, para irme de la cocina. Voy a sentarme. Gutiérrez está hablando por MSN con el Patova. La marimacho del Patova siguió mi consejo y está tratando de levantárselo. Observo su monitor, de reojo. Pronto otra ventanita se despereza en su barra de tareas. Es de Amazon woman.

viernes, 24 de agosto de 2007

Las posibilidades de la venganza

De la nada. Después de unos días de tranquilidad. Otra vez.
Un post-it. Pegado en mi monitor. Lo encuentro al volver del baño. Me acerco para leerlo. No quiero hacerlo pero lo necesito, como quien, una noche algo borracho, llama a la ex novia.
“Vas a pagar”, dice el post-it. "Vas a pagar."
Miro alrededor, fingiendo casualidad. Sé que alguien me está observando. Pero sólo veo nucas enajenadas en monitores.
Inesperado. Es inesperado que algo tan ridículo, tan común, y hasta quizás tan jovial, como un post-it, pueda encerrar tanto terror. Pero así son las oficinas, capaces de arrancarle el alma hasta a un post-it.
Inspira terror, dije, porque si alguien sabe lo que vengo haciendo acá mi renuncia sería inminente. No podría soportar, como Pastelito, a todos en mi contra. Pastelito puede porque es anémico de espíritu. No conoce el dolor, ni la vergüenza. Pero yo quiero creer, yo necesito creer, que algo de mi alma pudo sobrevivir entre tanta oficina.
Voy a tirar el post-it cuando me detengo. Lo vuelvo a mirar. Recorro sus letras con las puntas de mis dedos. Observo una vez más alrededor. –Ya nos vamos a encontrar.- murmuro- Voy a buscar escritorio por escritorio hasta encontrar esta caligrafía... Y entonces... Y entonces...- vaticino, incompleto, poseído por las posibilidades de la venganza.
Gutiérrez se me acerca. Entrecierro los ojos. Me pregunto si será él. Lo miro. No, es demasiado estúpido como para tener algo de maldad. Se rasca la barbilla, como indeciso. Frunce los labios. Me mira. Levanto las cejas, invitándolo a hablar. Una sonrisa se despereza en su rostro. –¿Sabés…?- arranca- Creo que el Patova me está tirando onda.

miércoles, 22 de agosto de 2007

La marimacho desesperada

La desesperación puede despertar las acciones más impensadas en alguien. Y la marimacho del Patova está claramente desesperada.
–¿Sabés qué?- me arroja, como saludo, parada al lado mío- Yendo a la cocina escuché a los del fondo diciendo lo mismo que me comentaste. Que Pastelito no escribió ese mail sino que fue Amazon woman.
–¿En serio?- pregunto. La mentira tiene patas cortas pero corre rápido.
–Y claro, loco, si la cagué bien a trompadas.- me dice, como orgullosa, en un tono tan masculino que haría parecer a Stalin una colegiala- Se habrá calentado. Y ahora anda diciendo que soy una torta porque le toqué una goma.- agrega, indignada.
La miro. Se me ocurre qué hacer. Pero, francamente, le tengo miedo. El Patova es más hombre que Stallone, Chuck Norris, Steven Seagal y Schwarzenegger abrazados. –Ah.- apenas murmuro.
Ella frunce el ceño. –¿Ah qué?
–No, nada.- apuro mientras finjo revisar los mails.
Se apoya sobre mi escritorio. Apaga mi monitor. –¿Ah qué?- insiste.
Me rasco la pera. –Que ese es el rumor.- digo.
El Patova abolla lentamente un papel. Está desesperada. –¿Qué rumor?- pregunta, entre dientes.
–Espero que no te enojes.- lanzo. Luego miro alrededor, como buscando que nadie nos escuche. Le hago una seña para que se acerque. Me obedece. –Pero se comenta que ustedes dos son lesbianas.- le miento. Ella se tensa. El odio cabalga por toda su piel. Y la tengo a unos centímetros de distancia. Pero pretendo continuar. –Se dice que la pelea fue un asunto de celos, o algo así.- continúo mintiendo- Y que el mail que ella mandó, también.
El Patova se suena el cuello. –No soy lesbiana.
–No me tenés que explicar nada a mí. Te digo lo que se comenta. Dicen que a ninguna de las dos en tres años se le conoció un novio y, bueno…
Vuelve a sonarse el cuello. Se rasca la nuca, nerviosa. –¿Qué decís que haga?
–Si fuera vos…- empiezo, y me tomo un tiempo para no reírme en su cara al ocurrirme que si fuera ella sería dos veces más el hombre que soy- Si fuera vos, te digo, me encamaría con un flaco de acá. Así matás la boludez esa que sos—
–Lesbiana, sí.- interrumpe.
–Claro. Y después la cagaría bien a trompadas a Amazon woman.
El Patova asiente con la cabeza, como aceptando la idea. No lo puedo creer. La gente, en verdad, cuando está desesperada es capaz de lo más impensable. Frunce los labios. –¿Pero con quién?
Miro alrededor, como una vieja que se toma su tiempo al elegir un tomate que luego va a despedazar. ¿Paz...? ¿Gutiérrez...? ¿Pastelito...?

lunes, 20 de agosto de 2007

La queja

No me digan que no. Está ideal para quedarse en casa. Un frío sinvergüenza se despereza en las calles. Está ideal para una película, un café y, ¿por qué no?, para hacer cucharita. Está ideal para hacerle el amor a la recepcionista, para dormir luego una siesta abrazado a ella, despertarse, mirarla mientras ella aún duerme, acomodarle un mechón de pelo detrás de la oreja, besarle la frente, verla sonreír aún dormida y ver, finalmente, su mirada amanecer en la mía.
Pero no.
Acá estoy, escuchando a Paz tararear desparramadamente un tema de Paulina Rubio. Siempre Paulina Rubio. Quisiera estrangularlo, gritándole que Dios no inventó la música para eso. Pero me contengo cuando me invade la razón y me doy cuenta que soy ateo. Me pongo los auriculares, intentando concentrarme en este trabajo anémico y absurdo.
Nevó, y acá estuve. Y hoy también. Es esta globalizada mala suerte de trabajar los feriados locales y descansar en los de otro país. Al principio se siente compasión, cierto compañerismo, por los otros que uno ve en la calle. Es incluso interesante venir a trabajar. Pero finalmente el desgano triunfa sobre cualquier sentimiento positivo con el que trato de disfrazar esta mierda. La de trabajar en un feriado, digo.
Miro el relojito en mi monitor. Es hora de ir a almorzar.
Antes saldría con mis amigos y, entre todos, sortearíamos esta suerte de domingo en la oficina. Pero renunciaron todos. Las opciones, entonces, son fáciles: salir con Paz y Gutiérrez o atragantarme con comida chatarra por mi cuenta. Elijo esta segunda opción. Aparte, está eso. Sólo abren los lugares de comida chatarra. Es trágico.
Me abrigo. Salgo a la calle. –Puta madre, está ideal para estar mirando una peliculita.- protesto. Al dar la vuelta en la esquina veo a un hombre, en la vereda, escudándose del frío con unos cartones. Frunzo los labios con vergüenza. ¡A veces uno se queja de cada cosa…!

viernes, 17 de agosto de 2007

Nuevos odios, viejos enemigos

Es como darle a un pekinés una ecuación compleja. Pastelito simplemente no sabe qué hacer. Todos en la oficina lo odian. Le tiran avioncitos de papel, le roban cosas de su escritorio, le mandan mails asesinos y anónimos. O fingen un tropiezo para volcarle café encima. Otros, los más resentidos, ni siquiera tienen la cortesía de actuar la caída. Simplemente se paran a su lado, lo miran y le vacían sus vasitos de café sobre su pantalón.
Él le asegura a todos, a uno por uno, que no escribió ese mail. Y que la gripe por la cual faltó tres meses no fue ficticia. Que no hizo la gran Piera. Pero el que recibe estas explicaciones tan sólo lo mira, asiente con la cabeza como para anticipar lo que se viene, y le tira café encima.
Él adopta una expresión de desconcierto, de vergüenza y tristeza, como un niño que no sabe defenderse. A sus diez pares de pantalones arruinados por el café de la oficina empecé a sentirme algo culpable. Golpeo mis nudillos, dragando con la mirada a la oficina. Sonrío. La idea me llega inesperada. Abro el MSN del Patova.

Wilfred – El océano silencioso says:
Che… ¿¿¿¿Viste q parece q Pastelito no mandó el mail?????
te amo te odio te amo te odio says:
q??
Wilfred – El océano silencioso says:
Lo conocés a Pastelito... Sabes q no tiene esa maldad.
te amo te odio te amo te odio says:
cierto. no tiene alma como pa ser malo… pero kien decis q fue?
Wilfred – El océano silencioso says:
Pensá. ¿Qué fue lo que más hizo reír a la oficina?
te amo te odio te amo te odio says:
grrrr… ya sabés… lo de q le toque una goma a la amazon
Wilfred – El océano silencioso says:
……..por eso………..
te amo te odio te amo te odio says:
q??????
Wilfred – El océano silencioso says:
para mi q fue ella.

Cierro la ventanita. La veo inmediatamente desperezarse en la barra de herramientas, naranja, titilante de odio. La ignoro y voy al baño. Fijo detenerme a hablar con Gutiérrez para observar. El Patova se para. Le vomita una mirada asesina a Amazon woman. Sonrío. ”No hay nada mejor para sentirse Dios que meterse en el medio de un amor perfecto”, oí en alguna parte. “Ni como convencer a David de enfrentarse contra Goliat”, agrego.

miércoles, 15 de agosto de 2007

Pastelito contra el mundo

Pastelito todavía no sabe cómo. Se rasca la nuca, frunce los labios y se golpea la rodilla, desconcertado. –No entiendo.- balbucea, una y otra vez.
Hay gente que no tiene alma y, por ende, no tiene sentido del humor. Pastelito es así.
Yo le había pedido a los de IT que reseteen su password y me metí en su máquina para subscribirlo a incontables páginas gay con el mail del trabajo, mandar mails con declaraciones de amor a cada mujer de la oficina y cambiar el fondo de pantalla por una foto de dos hombres que estaban aceitados, y besándose. Pero Pastelito no entiende. Piensa que le cambiaron la máquina. Vuelve a adoptar esa expresión de confusión y se va al baño.
–Ahora no.- me freno.
Espero. Gutiérrez me observa, desconcertado por mi nerviosismo. Finjo disimulo. Él se va a la cocina. Pastelito vuelve del baño. –Ya va a tener su venganza.- me tranquilizo.
Mi teamleader viene, prepotente, y pide que vayamos todos a una conferencia por la venta a los hindúes. La tercera de la semana. El momento perfecto a veces es el momento repetido. Pretendo demorarme con un llamado para que todos se retiren. Lo mando por mail. Me paro. Tengo poco tiempo. Voy hasta la computadora de Pastelito. Bajo el mail. Lo copio al Outlook. Borro el que mandé. Miro alrededor, por las dudas. Sonrío. Y se lo mando a todo nuestro grupo.
Voy a ir a la conferencia cuando me acuerdo de Gutiérrez en la cocina. La coartada perfecta. Voy a buscarlo. Entramos entonces en la sala. –Perdón, lo fui a buscar.- susurro.
Mi teamleader me hace una seña prepotente. Nos sentamos. Todos escuchan la voz que vomita el teléfono, con un acento muy parecido al de Apu de los Simpsons, con temor que diga algo de despidos.
Nada pasa. Volvemos.
Me siento delante de la computadora, como todos. Me llegó un mail. A todo el grupo, observo como si no supiera ese detalle. Es de Pastelito. Sonrío. Lo abro y lo leo, como todos deben estar haciendo.

Hola, chicos y chicas. Les mando este mail así me ponen al tanto de lo que anduvo pasando en estos tres meses en los que falté, con sueldo, por una gripe radioactiva. Por suerte, de algunas cosas me enteré.
Que nuestro teamleader no sabe usar Access. Y que frecuenta un boliche gay.
Que Paz pertenece al fan club de Paulina Rubio.
Que el Patova y Amazon woman se agarraron a las trompadas.
Que la marimacho del Patova aprovechó la ocasión para tocarle un pecho a la mujer de los cuatro metros.
Que fue el buchón de Gutiérrez el que llamó a nuestro jefe para interrumpir la pelea.
Y que Gutiérrez se toca en el baño.
Que Wilfredo ama secretamente a la recepcionista.
Que el Brontosaurio está averiguando para hacer una liposucción.
Que Hernán mira pornografía acá, en el trabajo.
Que Andrés y Ana están saliendo y no quieren que nadie lo sepa.
Así que, chicos y chicas, ¿me perdí de alguna otra cosa...?

Me tapo la sonrisa y busco adoprtar una expresión de desconcierto. Observo alrededor, no obstante. De a poco, todos se van parando y miran a Pastelito.

lunes, 13 de agosto de 2007

La venganza más merecida

Gutiérrez me codea y observa que el culo del amor de mi vida no es lo que era.
No habrá venganza para él. Al menos, no hoy.
Me paso la mano por el pelo. Suspiro. Paz arrima su silla. Se saca sus auriculares obscenamente grandes, que vomitan un ritmo cuadrado y plástico. –Si estás mal, esto va a levantar tu ánimo.- me dice, deslizándome un CD de Paulina Rubio por el escritorio. Asiente apenas con la cabeza, como si me hubiera acercado un gran secreto.
Tampoco él tendrá su venganza. Ni siquiera Paulina Rubio.
Mi teamleader se para al lado mío. Lo miro. Me mira. Levanto las cejas, invitándolo a que empiece a hablar. En cambio, observa su reloj. –Este… bueno.- balbuceo, como para arrojar unos sonidos lingüísticos a esta confusa conversación corporal. Nada. Frunce de nuevo los labios. Espera que yo arranque. Golpeo mi escritorio con los nudillos. Me sueno el cuello. –¿Qué pasa?- concedo.
–El reporte. No me mandaste el reporte todavía.
Miro mis uñas. –Te lo mandé.
–En Access. No sé usar Access. Lo necesito en Excel.
Ahora soy yo el que frunce los labios. –No es mi problema. Explicáselo a tu jefe.
Contiene un insulto y se va, buscando con la mirada alguien que lo ayude a volcar un Access en un Excel. Tampoco él tendrá su venganza.
Nadie la tendrá, hasta que sepa concebir la que Pastelito se merece.
El sinvergüenza de Pastelito faltó casi tres meses, con sólo una gripe. Tres meses. Cobrándolos. Y yo, como un imbécil, vine acá engripado, vine con el cerebro latiéndome por una resaca titánica, vine desganado, vine dormido, vine, vine y vine.
Y el imbécil está como si nada hubiera pasado. Bromeando incluso. Que se olvidó sus contraseñas. Que incluso después de tres meses de ausencia le van a venir bien las vacaciones.
El teclado con azúcar ya no está en su escritorio, como lo había puesto yo. Las hormigas asesinas que compré ya están viejas y desentendidas de sus viejas tradiciones sangrientas. Mejor. La venganza será nueva, y más macabra aún.

viernes, 10 de agosto de 2007

Todo vuelve a ser igual

El cuchicheo de los profetas del Apocalipsis se pierde detrás del sonido de los teclados. Todo en una oficina pasa de moda rápidamente, hasta los rumores sobre el caos más irremediable. Todo vuelve a ser igual, aunque dos hombres con turbantes se paseen entre nosotros.
Paz, al compás de Paulina Rubio. Gutiérrez, con su infaltable Hakuna matata. El que sí falta, por otro lado, es Pastelito. El Brontosaurio devora su tercer desayuno. El Patova escucha What a feeling, mientras tipea como si, al hacerlo, sacara músculos. Y Amazon woman proyecta una sombra titánica sobre la oficina. Mi teamleader… no lo veo. Debe estar al lado de la máquina de agua, hablando con mi jefe sobre productividad aunque, por dentro, fantasía con tener sexo con él ahí, en la cocina. Nasty little boy.
No. Estaba equivocado. Ahí viene el puto reprimido de mi teamleader. Viene con Pastelito. Finalmente, luego de tres meses, viene el imbécil de Pastelito, así, como si nada. Sonríe. –Hola.- saluda, uno por uno.

miércoles, 8 de agosto de 2007

Profeta del Apocalipsis

Siempre hay profetas del Apocalipsis.
Allí donde hay estupidez, donde hay aburrimiento e incertidumbre –resumiendo, allí donde hay oficinas–, hay profetas del Apocalipsis. Su pedestal está al lado de la máquina de café, o la de agua. Conglomeran a bostezos encorbatados y escotados, oficinistas que de vez en cuando miran, con precaución, a ver si viene algún jefe por el pasillo. Si, en cambio, el que viene es un bostezo encorbatado de confianza, le hacen una seña para que se apure y, ya juntos, le prestan suma atención al profeta.
Y el profeta, entonces, continúa con sus ficciones disfrazadas de realidad. Que habló con un contacto en Estados Unidos y, en breve, arrancan los despidos. Que los hindúes van a restringir el uso de la computadora, quitándonos el MSN, el uso del CD y de Internet fuera de las páginas de trabajo. Un enfermo que no deja de mirar pornografía puso cara de preocupado. Otro cuya vida sexual depende del MSN, también. Los del fondo, que organizan torneos de jueguitos online, con apuestas de tickets restaurant de por medio, empalidecieron.
Desde el miércoles, los profetas del Apocalipsis se multiplicaron. La cosa fue sencilla. El miércoles nos llevaron al Sheraton. Nos dieron café y medialunas, como si el cambio de empresa fuera algo para festejar. Nos mostraron un video imbécil. Y ahora se pasea entre nosotros dos hombres con turbantes. Nada más. Pero los profetas del Apocalipsis vuelven estas pequeñeces en los albores del fin. Lo peor es que todo el mundo lo escucha. Sus imbecilidades pasan de boca en boca. Sus estupideces, de esta manera, habitan en varias gargantas.
Sino se puede contra ellos, únete. Eso me enseñó mi viejo. Lleno el vasito de agua con lentitud, esperando a que Paz llegue a la cocina.
–¿Qué tal…?- saluda el imbécil. Nos sentamos al lado pero igual me saluda cada vez que nos cruzamos.
–¿Cómo voy a andar? ¿Te enteraste lo del merit increase?
Paz frunce su ceño. –¿Qué pasa?
–Los hindúes decidieron que no va a haber.
Se rasca la nuca, nervioso. –¿Cómo que no? Nos pasamos todo el año trabajando para eso.
Me encojo de los hombros. Tomo un trago de agua para ocultar la sonrisa.
–Pensaba comprar la heladera con ese aumento.- aclara.
Lo palmeo en la espalda, paternalmente. –Todavía hace frío. Podés dejar las cosas en el balcón.
Tomo otro trago y voy hasta mi silla. Observo. Paz habla con Gutiérrez, y luego con el Brontosaurio. Sonrío. Hay que saber en qué gargantas depositar los rumores. Si quieren caos, tendrán caos.

lunes, 6 de agosto de 2007

El muy pelotudo

El rumor de los anémicos lo anticipa.
Sacaron una de las dos máquinas de café. Y ya no podemos comer en la oficina. Eso también lo anticipó.
–Hoy sí.- vaticina mi teamleader.
Paz se quita sus auriculares obscenamente grandes. A través de ellos, ahora, se filtra una canción de Paulina Rubio. Lo mira, como confundido. –¿Ahora qué…?
Siempre hay un imbécil al cual le interesa.
Mi teamleader lleva sus manos a la cintura e infla su pecho cual gallina de corral. El logo de la empresa estampado sobre la chomba se estira. Es de mala calidad, encima, pero él es uno de los cinco pelotudos del piso que usa la remera de la compañía. El resto la tenemos como trapo en el balcón. –Hoy anunciamos sobre la nueva gerencia de la empresa.- dice él.
Paso la lengua entre la comisura de mis dientes. “Anunciamos”, deslizó, como si él tuviera algún papel en todo esto. El muy pelotudo.
Frota sus manos. Mira alrededor. –Así que vayan terminando todo que en unos minutitos les van a informar en la conferencia.- arroja, como si a él ya le hubieran informado.
Paz golpea su pulgar contra el teclado, marcando el ritmo cuadrado que se filtra desde sus auriculares. –¿Qué conferencia…?- pregunta, frunciendo el ceño. El muy pelotudo.
Mi teamleader se levanta el pantalón, sonriente. Quisiera arrojarle el monitor a la cara. Él mira sus uñas. –En el Sheraton.- ubica.
–¿Va a haber despidos…?- agoniza Gutiérrez. El muy pelotudo.
Mi teamleader levanta las cejas. Frunce los labios. –Como con todo cambio. Pero todavía no lo hemos analizado.- arroja, como si él dependiera de él. El muy pelotudo. Aunque no sé si es por pelotudo o si es su mecanismo de defensa. Sentirse cerca de la gerencia lo haría creerse más seguro en su puesto, me imagino. No… es por pelotudo nomás.
Pide que bajemos. En calma, dice, como si fuéramos chicos. Miro el monitor. Todavía puedo refomar Mi teamleader dice lo mismo. Paz detiene su CD de Paulina Rubio. Bajamos. Nos metemos en unos micros que están esperando en la puerta. La veo. Busco sentarme al lado de ella. Pero Gutiérrez se me adelanta. El muy pelotudo. No, no Gutiérrez sino yo.

viernes, 3 de agosto de 2007

Cazador cazado

Debo ser breve.
Estoy paranoico, sí. Pero debo ser breve. No sé, todavía, quién es el que me anda mandando estos cartelitos, y mails.
Porque hubo más del que mencioné el miércoles. Muchos más. Diez por día, fácil. Y no sé de dónde vienen. Del otro cazador, sí. Pero no sé quién es.
“Vas a pagar”, dicen todos.
Por eso debo ser breve. Disculpen la tardanza de este post. Esperé hasta que la oficina estuviera vacía para escribir. Si se entera de este blog, mis días están contados y la cifra será breve.
O quizás ya lo sabe.
Mi cabeza draga entre cada maldad que cometí recientemente. ¿Se trata de alguien que recibió alguna de mis tímidas venganzas, y ahora quiere divertirse a mi expensa? Y, de ser así, ¿quién? ¿Es un moralista acaso, alguien que se enteró de mi responsabilidad en ciertos hechos y que quiere castigarme por eso? ¿O simplemente es alguien que está aburrido, como yo, y que se decidió por entretenerse volviéndome loco?
La última opción es la que más me aterra. Nunca den por sentado a los que están aburridos.
Ahii viene anlgien… twengo q dejarlos

miércoles, 1 de agosto de 2007

Arqueólogo de venganzas

Cada cual a su manera.
La marimacho del Patova lo había estado esperando en un rincón del pasillo que va al baño de hombres. Me agrada pensar que, mientras ella aguardaba en las sombras, se sentía un poco como Rambo. Y que sentirse así le gustaba. En fin, Gutiérrez me contó que yendo al baño el Patova lo estampó contra la pared. –La próxima vez que te descuides, fuiste.- le vomitó ella.
–¿Si me descuido fui…?- preguntó el imbécil de Gutiérrez.
Ella le apretó, apenas, como en una amenaza, los testículos. –Vas a hablar tan agudito.- le vaticinó, y se fue, sintiéndose más Rambo que nunca.
Amazon woman aprovechó sus cuatro metros de altura. Una foto, setenta y ocho risas. Le sacó, desde arriba, una foto a la incipiente calvicie de Gutiérrez, que recorrió a todo el piso. Él no sabía de esta retirada capilar, por lo que inmediatamente llamó a un dermatólogo al ver la foto. El muy imbécil. Otras setenta y ocho risas arroparon al sonido de los teclados.
El Brontosaurio fue más sencillo. Cuando Gutiérrez se descuidó le vació un saquito de sal en el café. Casi un homenaje a Los tres chiflados. Y así, tal cual, Gutiérrez escupió todo el café sobre su teclado frente a las carcajadas de todos los que lo rodeaban. Le dejaron de andar unas teclas. Se lo cambió por el de Pastelito y fue a almorzar.
Bajé yo también. Pero a la ferretería. Compré un tapper chiquito. Después, a la plaza. A cazar hormigas. Mientras las recolectaba me preguntaba si mi maldad ya no era locura.
Cuando volví contemplé la última venganza. Paz unió fuerzas con mi teamleader. Cuando Gutiérrez se fue a almorzar le llenaron el escritorio y todo lo que había sobre él con post-its que decían Hakuna matata. Lleno. No había un solo lugar sin un post-it que no dijera Hakuna matata. Hasta el mouse tenía tres post-its. La cara de Gutiérrez fue genial. Paz, mientras tanto, fingía que revisaba su celular pero le sacaba fotos. Las mismas recorrieron medio piso. Otras setenta y ocho risas.
Espero a que nadie me mire y suelto las hormigas cerca de Gutiérrez. Y espero. Espero a que vayan hasta el azúcar que tiempo atrás dejé bajo las teclas del teclado de Pastelito. Casi que me da lástima Gutiérrez.
Vuelvo a mi escritorio, sonriente, sintiéndome un arqueólogo de venganzas. Me siento. Hay un papelito sobresaliendo de abajo del teclado. Lo saco. Frunzo los labios. Dice: “No pienses que lo tuyo va a pasar desapercibido. Vos también vas a pagar.”